lunes, 14 de marzo de 2022 in

Girasoles y canto

 


Girasoles y canto

¡Qué bien me causáis
con vuestra alegría de niñas pequeñas!
La misma alegría que debe sentir
el gran girasol al amanecer,
cuando sobre el tallo de la noche vea
abrirse el dorado girasol del cielo.” (Mariana Pineda; Federico García Lorca)

Llegué a contemplarlos y gozarlos junto a mi señora en uno de nuestros viajes por los pueblos de la llamada Castilla la Vieja entre Salas de los Infantes, Covarrubias, Santo Domingo de Silos y Caleruega. Hasta sacamos unas fotografías que tenemos enmarcadas en nuestra casa de Garnacha, allí en la playa. Y es ahora cuando entendemos por qué Ucrania los ha aceptado como flor nacional.

Recuerdo que fue un día de agosto de un verano, el más soleado de todos, porque al sol de los días se unió el de miles de girasoles que, en vez de seguir al sol, se quedaban mirando al Este desde que amanecía. Los gorriones, se sentaban en la cabeza de sus


capítulos y pelaban las pipas con la habilidad de los loros. Sin manos, con las alas pegadas al cuerpo, conseguían engullir la semilla y lanzar las cáscaras al aire.

Los girasoles se inclinaban con el paso del viento, de lo altos que eran, pero los gorriones ni se inmutaban, pelando sin parar las pipas, utilizando de columpio la flor compuesta. En ocasiones, eran cientos de gorriones los que había en el campo de girasoles, pero era imposible contarlos porque sólo se veían los de las cabezuelas más altas; pero abajo, sobre los girasoles que crecieron menos, también había pájaros y abejas, sumergidos como peces en el campo. Todo estuvo rodeado de una auténtica contemplación y exaltación de belleza.

A esta belleza contemplativa añadiré una sensibilidad gustativa que gozamos en Casa Galín, allí en Covarrubias, degustando, como aperitivo a una pantagruélica olla podrida, unas morcillas presentadas de mil maneras y con sabor único. Es cierto que la morcilla se produce en toda España en sus infinitas variantes. Puedo decir que las he probado muy buenas en Murcia, en León, en La Rioja, en Asturias y en el País Vasco. Pero ninguna alcanza el sublime sabor de las de Burgos y, concretamente, las que se sirven en esta casa Galín que me dijeron eran originarias de Cardeña, muy cerca de la abadía trapense.

Y tras una ardua digestión nos fuimos a escuchar el canto gregoriano de los monjes benedictinos de Silos, lugar que nos reconfortó el espíritu y nos indujo a creer que es posible un mundo mejor. Uno de esos muchos sitios es la abadía de Silos, con su famoso claustro del siglo XII y su alto ciprés “enhiesto surtidor de sombra y sueño”.

Nunca fue nuestro ocio tan bello como el de aquel verano. Simbiosis perfecta de Belleza, Gastronomía y Canto Gregoriano. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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