jueves, 10 de junio de 2021 in

Mañana pura: es Corpus

 


Mañana pura: es Corpus

Tres de junio. Aquella pasada mañana del Corpus en mi pueblo y en mí, siempre será única. Hoy mi mente y mi escritura se me ha ido en busca de un retrato de cuanto sucedía en mi pueblo en las cercanías de Dios en ese jueves del año, único y que reluce más que el sol:

“Ya están los soles de mayo

cociendo el pan en la espiga.

Que no haya trigo que diga

que en Dios no está su tocayo.

Mientras, lactante en su tallo,

sisándole sol al día,

el racimo va a porfía

con la madurez del trigo.

Que tienen cita contigo,

Señor, en la eucaristía.”

  

En Grávalos, mi pueblo, el campo, el campo todo, se trasladaba a sus calles como una crecida del verdor de las veras eternas del tapiado, por un lado, y, por otro, del verdor oloroso de los trigales, cebadales y de esos escasos frutales en torno a esos hortales de la Fuentezuela, Fonsorda y Fonpodrida.

En Grávalos, mi pueblo, este día del Corpus siempre olió a romero, espliego, manzanilla, a hiedra recién cortada, a tomillo y a frescura. Y mis recuerdos olorosos se centraban en que todo olía a Corpus, y a nada más que a Dios, y a algo divino que pululaba por el aire cuando se escapa de su propia rama para volar.

En Grávalos, mi pueblo siempre, en este día, amanecía con alfombras, guirnaldas, pendones y con altares callejeros, salpicados por sus calles y adornados con pétalos de flor, motivos eucarísticos, guirnaldas de hiedra como si todo fuese pasarelas de Dios y despertares de alegría. Y sus velas. ¡Qué derroche de luz, qué luminoso todo!: la Carretera, la Plaza, las cercanías de la iglesia y los Cantones. Y esa pasada mañana alboreó de esta manera porque era día resumen de autoridad de gala, verde, blanco y oro junto a la minimalista, con poca pedrería, pero bella Custodia, bastón de mando, prontuario sagrado bajo el palio, resumen adornado con el blancor itinerante de aquellos jazmines niños que habían tomado la primera comunión unos días atrás. Resumen de estrenos, de mangas cortas, vestidos estampados, camisas. Y los primeros abanicos, compañeros de esos pendones que echaban a volar por el aire caliente de la primavera alta. La mañana pura del Corpus, siempre en mi pueblo, abrió las puertas a lo hermosamente sagrado, a lo festivamente respetuoso, a ese Dios que cuasi sentí andar de puntillas, descalzo, sobre esas alfombras de serrín en mil colores, porque Dios, ese día, tenía el detalle de caminar por la calle vestido de Eucaristía. Y yo, también tu lector, preciamos por el Corpus la exacta dimensión de criatura popular. No había amanecer como aquel amanecer que, más tarde, recordé en un verso de Borges: “Hoy las calles recuerdan que fueron campo un día”. Porque el pueblo se vestía, se adornaba, se enriquecía de campo, de luz, olor y de festivo. Y hoy, porque esto se ha quedado en el agro y no se ha trasladado al villorrio, me duele, en mi nostalgia, el vacío del Corpus sin la celebración habitual. Y me duele no sólo por esa manifestación costumbrista no celebrada en la calle, sino también, como no, por la Pandemia. ¡Ay Grávalos, qué vacío resistes sin la belleza vegetal de tus adornos, sin la presencia de esos infantes colocados en la alfombra donde el aire del pendón siempre fue alivio y signo de protección de destemples, achaques y afecciones! ¡Ay aire, que yo lo recibí, donde volaban esos pendones, colchas impecables del Corpus, como buscando a un Dios como descalzo! Y es que esa mañana contemplé como el cuco perdía el pudor cuando se lanzó a cantar entre trigales anunciando la primavera. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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