domingo, 5 de mayo de 2019 in

Viajando hacia el mar






Viajando hacia el mar

De nuevo ya está aquí el mes de las flores y
la esperanza.


Parto desde mi querida Rioja hacia la Región de Murcia para echar la mirada a navegar. Y en el trayecto me encuentro con pueblos de techos bajos y estrechas y sombrías calles. Pueblos con fachadas de mil colores: azuletes, alberos, grises y algún pueblito blanco, como haciendo contraste con las cebadas ya encañadas, comprobando que, bajo el sol de primavera, parecen más pueblos.
A lo largo del camino se me presentan trigales a punto de ser segados y huertas decadentes con frescores de barraca, hoy caseta de aperos, al fondo y junto al cañaveral del río, rodeada de naranjos, frutales de todo tipo y de pájaros. Estróbilos en las ramas, nidos de jilguero y algún ciprés, cuando no palmeras, asomándose por la tapia blanca de los cementerios. Ancianas vides, de troncos retorcidos y nervudos con sus zarcillos lanzados al aire y enredándose entre ellos. Vides emparradas con pámpanos verdes sobre la tierra roja bajo el azul del cielo y amarrados a las arracadas. Rebaños de ovejas recién esquiladas entre flores silvestres. Sembrados y cultivos inundando la tierra hasta la falda de los montículos y como náufragos en la cima. Espartizales y alguna encina suelta junto algarrobos supervivientes. Olivares. Almendrales. Secanos y regadíos. Litorales salvajados. Arenales desiertos. Espectaculares y refrescantes fondos marinos. Dunas fósiles de arena amarilla y acantilados trufados de fósiles marinos mientras un ejemplar juvenil de águila real sobrevuela nuestras cabezas, vigilando a los intrusos que osan irrumpir en sus dominios. Y, a lo lejos, los pasos de un arruí, que nos huye y se detiene intentando ramonear los arbustos y especies bastante escasas, pero todavía presentes, como el mostajo y el durillo dulce. No tengo prisa en llegar, me detiene, además de esa águila en altura, ese córvido descarriado y, tomando el sol sobre la piedra, un enorme lagarto ocelado. Decido regresar para recrearme por esos bosques de ribera que crecen en los quijeros de la acequia y cauces, tratando de aminorar la fosca y el bochorno habitual de estos primeros días de mayo: “Que por mayo era, por mayo, /cuando hace la calor, /cuando los trigos encañan/y están los campos en flor, /cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor”. Huele a higuera, se ven todavía crecer olmos saludables y álamos negros y plateados. Contemplo una pareja de ánade azulón nadando tranquilamente por esos tramos de cauce frondosos. Y ya en el bosque mediterráneo, junto a los pinos negrales y laricios, admiro quejigos, encinas de considerable porte, arces menores, olmos y almeces en zonas casi inundadas por las últimas lluvias, y serbales y sotobosques cubiertos de gigantescos espinos albares o majuelos.
¡Que verde es el agua! Y ríos verdes ahogados por el calor, de aguas quietas. Campos de aloe-vera, adelfas blancas mezclándose con las fucsias y rosas hacia el Mar Menor y es que, de nuevo, ya está aquí el mes de las flores y la esperanza. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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