lunes, 15 de abril de 2019 in

Recuerdos cuaresmales





Recuerdos cuaresmales

Nada como aquel trozo de tortilla en la fiambrera que mi madre guardaba de un día para otro…

Siempre que tengo hambre, recuerdo aquellos trozos de tortilla jugosa, ¡faltaría más!, única, de patatas cortadas circulares, de ajos tiernos o de espárragos de temporada. Ya saben: “los de abril para mí, los de mayo para el amo y los de junio para el burro”. Quizá no haya para mí un bocado más celebrado; no recuerdo si por la niñez, si por el detalle de cariño de mi madre o por la novedad de encontrar aquel trozo de tortilla como una sabida sorpresa. Lo recuerdo siempre que tengo hambre, sí. Y cuando deseo que Soledad, mi señora, me lo ponga para cenar como para sorprenderme. Y lo recuerdo desde el otoño alto a la primavera baja y en las noches de tertulia veraniega con sabor de tierras altas y a sal de mar. Nada como aquel bocado. 


Estos tiempos de primavera alta tienen en la morada de mi memoria un cuasi pecaminoso olor a miel. Los mieleros, un hombre y una mujer: Florián y Digna, mieleros, hueveros y pieleros de un pueblo cercano a la tribu, Igea, que venían andando hasta mi vecindario con una cántara de miel y su mimbrera de huevos, de los de corral, para hacer trueque y ganarse unas cuantas perrillas. Cuando la Digna mielera metía el cazo en su cantarilla de miel y lo echaba en la lechera de cristal donde las mujeres del vecindario la guardaban, dulces pájaros con cuerpo de torrijas, alas de papachas y plumaje de hojuelas y pestiños adornados con el color amarronado de la canela volaban por el aire de las cocinas de las casas gravaleñas. 

Estos placeres de la mesa llegaban al pueblo, a mi pueblo, ahora, en Semana Santa o justo cuando el campo empezaba a dar pequeñas glorias, empezando en la miel, el arroz con leche, perfectamente acanelado, siguiendo con la leche frita que freían las mujeres y nos las ofrecían nuestras madres que parecían sacadas de un cuadro de jolgorio san juanero; y aquellas menestras que se cocinaban esparragadas, con el sabor intacto de sus guisantes, ay, verde sueño de canicas infantiles rodando por la mesa como traviesos animalillos esféricos, con carne, cuando la había, y con todo el sabor intacto del majado. ¡Qué majados! Y esas habas, las primeras, que se venían, tiernas y verdeclaro, guardadas, dormidas, como niños de cuna en la franela de la vaina, y que en el reguero de la mesa de comer ponían un clamor de sabores primaverales y únicos. Y seguían las lechugas, aquellas lechugas que hoy no encuentro, al menos en su sabor, y que, con el cocido, ponían una compañía de ensalada. Y el bacalao, a la riojana, a la vizcaína, al pil-pil o en ajoarriero, pez que nadaba en las cuaresmales aguas de la vigilia…

Y ahora, aquí quedo, junto al mar, esperando a los placeres de la primavera alta que ya vienen sabrosos, vistosos, hermosamente verdes, con una trompetería agraria de niños con ababoles en medio de la cebada, zumbidos de abejas, juego y vuelo de pájaros y aviso de más placeres en el color incomparable de algunas plumas que empiezan a colorear el aire luminoso.
Pero nada como aquel trozo de tortilla en la fiambrera que mi madre guardaba de un día para otro. Habla el bacalao, el poeta le cede la palabra. Pero es lo cierto que nadie como este modestísimo pez ha hecho tanto por la forma poética, que no desaparecerá mientras el bacalao se conserve tan salado y curado como hasta ahora.  ¡Otra condición que no tienen muchos autores! ¡La de ser salado! ¡Y la de conservarse! Esto es la Gloria Y quien lo ha vivido, lo sabe...
“Esta es la flor de la Escocia,
como no hay otra en Madrid;
me llevan pobres y ricos
¡y hasta la Guardia civil!

Soy mejor que la gallina,
y el que me prueba, me lleva,
y tengo más hermanitos
en el fondo de la cueva”.

Y al final, por favor, dejen sitio para el arroz con leche, también el de mi madre, por supuesto. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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