sábado, 23 de febrero de 2019 in

Soledad en los campos


Duruelo de la sierra
Soledad en los campos
Miren ustedes, eso es porque otros como ustedes no son buenos. Que vienen por aquí a pasar tan a gusto los domingos —y hacen bien, que no digo yo que no, ni estoy en contra de ello—. Pero es el caso, a lo que voy, que ven arriba las piñas, ya ve usted, y les da por agarrarse tronco arriba y entre tantos que vienen nos desgracian cada año buena parte de la producción. Y los piñones, por Navidad, van caros que ya lo sabrán ustedes igual que yo. Así que nosotros en cuanto llega el buen tiempo, cogemos el hacha y le damos ese tajo al tronco, que eche bien de resina. ¡A ver quién es ahora el guapo que se agarra a subir por aquí a quitarnos los piñones!” (Avelino Hernández; Donde la vieja Castilla se acaba: Soria)
Ayer se cumplieron 80 años de la muerte del autor de “Campos de Castilla” y he querido volver a Soria para recordar estos campos de Castilla y honrar a Antonio Machado, aunque sea con el recuerdo del agosto pasado, y lo he hecho con Soledad, mi señora. Hemos andado por sus pueblos, hemos leído a sus escritores, escuchado a sus gentes y nos hemos encontrado con voces originales, también formas irrepetibles de describir paisajes, historias y gentes. No hemos querido quedarnos en la anécdota, el episodio épico, el desafío monumental, el paisaje deslumbrante, ni el chascarrillo ingenioso del lugareño. Nuestro objetivo ha sido transitar por el alma de todos esos elementos que la conforman. Su retrato siempre va más allá, conteniendo una moraleja implícita que nos sorprendió por inesperada, aunque se articule sin sermones de moralista. Su mirada es tierna para el habitante y visitante, pero implacable con el abandono o descuido de lo que debe protegerse. anota dichos, poemas populares, canciones y anécdotas que van acompañadas de descripciones rapsódicas de la naturaleza (quizás el mayor valor del texto por la nitidez del castellano empleado). Además pasan templarios, moros, infantes, bastardos y padres presos en las mazmorras de Almanzor”.
Antes de recorrer la Laguna Negra y las fuentes del Duero, donde la naturaleza desatada recibe los versos de Machado y el dramático episodio final de “La tierra de Alvargonzález”. Tierras de Medinaceli, Tierrágreda, de la parte de Berlanga, tierra del Burgo, por la ribera del Duero, los llanos de Almazán, campos de Gómara, tierra de Pinares, las Sierras y cosas de la capital, nos pertrechamos, tomando consejo de Avelino Hernández; Donde la vieja Castilla se acaba: Soria: “de tomar cuanto jamón, chorizo y pan de hogaza me ofrecieran. Beber en todas las fuentes. Volverme para mirar atrás, desde el recodo de la cuesta, al marcharme de un pueblo hecho en valle, en cerro o en ladera. Escuchar la codorniz y la calandria en primavera, los tordos en otoño, el cierzo si es invierno y las esquilas y el balar de los rebaños en cualquier lugar y tiempo y hablar con todos los viejos que te encuentres”.
Tomamos el consejo aun encontrándonos entre pinos albares, negrales, laricios... que por las alturas, más arriba de los mil metros, suelen darse bien. Y contemplamos que muchos están sangrados, con tajo de hacha, y el tarro, al pie, de la resina: Miren ustedes, eso es porque otros como ustedes no son buenos. Que vienen por aquí a pasar tan a gusto los domingos —y hacen bien, que no digo yo que no, ni estoy en contra de ello—. Pero es el caso, a lo que voy, que ven arriba las piñas, ya ve usted, y les da por agarrarse tronco arriba y entre tantos que vienen nos desgracian cada año buena parte de la producción. Y los piñones, por Navidad, van caros que ya lo sabrán ustedes igual que yo. Así que nosotros en cuanto llega el buen tiempo, cogemos el hacha y le damos ese tajo al tronco, que eche bien de resina. ¡A ver quién es ahora el guapo que se agarra a subir por aquí a quitarnos los piñones!”
Me señala mi señora que siempre que volvemos a Soria nos encontramos con una de las tierras más hermosas y desconocidas del páramo, aunque sean, como escribió Dionisio Ridruejo en 1974 en su Guía de Castilla la Vieja, reeditada por Gadir: “pueblos de cantos, pobres y de buena escuela, que se van muriendo y quedarán deshabitados pronto, disolviéndose acaso en el pedregal de la sierra sus graciosas iglesias rurales, de un románico natural sin época ni estilo, y sus casas de tres plantas”.
Es allí donde vimos a las cigüeñas adosarse a las máquinas que dallaban la hierba para zamparse los saltamontes mientras en los balcones consistoriales, todavía hoy, cuelgan pancartas reclamando futuro para esta tierra de paisajes pinariegos, ruinas celtibéricas, meriendas de chorizo y escabeche, vegas de trigales ensartados y palacetes aburguesados que ya son casonas de aldea. Machado captó la esencia de la Soria pura de tipos "mudos y severos", cuya riqueza forestal y ganadera no ha podido sortear la decadencia.
Soria
Era agosto, el mes de la siega en los cerros más fríos que alivian el ocaso castellano constatando que ya los campos abandonan la soledad y el contacto con las raíces, ya que como Ridruejo apostilló: “La pequeña banca local pagaba su trigo y recibía sus ahorros. Los negocios eran buenos y hasta expansivos. Todo eso se apaga”.
Al atardecer, aprovechando el sol del verano nos marchamos, mientras se apagaba la luz. Vale

"Y en todas partes  he visto
gentes que danzan y juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca si llegan a un sitio
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomo de mula vieja;

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan
y en un día, como tantos,
descansan bajo la tierra". (HE ANDADO MUCHOS CAMINOS; Antonio Machado)
Calatañazor
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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