miércoles, 16 de enero de 2019 in

Mas de Enero





Mas de Enero
Matinales neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.  (José Jiménez Lozano; El Precio)

Me encanta con frecuencia, es mi estación, evocar este tiempo entre la fiesta de san Antonio Abad y la fiesta de las Candelas, que es un tiempo que en el pasado era solamente como la coda de las fiestas de Navidad. Se acabaron los despliegues de luces para que aparezcan, hasta en los eneros y febreros más fríos, como un anuncio muy sobrio de la primavera, los apuntes de yemas rojas en los chopos, y, también, los primeros almendros apuntando flores con sus hojas delicadas y aéreas, muy frágiles, casi como la de esos dulces caseros que todos llamábamos algodoncillos.

Es cierto, y a las pruebas me remito, que este año la meteorología está siendo muy especial, excesivas nieblas en tierra de nieblas y algún esporádico epílogo de frío siberiano cuando éstas cesan. Ambas cosas, por cierto, son muy literarias y filosóficas: las nieblas porque, si estás en medio de ellas, no parece que haya más mundo y es una sensación bastante grata a veces, y los fríos siberianos, que me traen recuerdos de  ese mundo clandestino o invisible de “La casa de Matriovna”, de Solzhenitsyn, quizás la gran joya de toda su obra, que es una historia que nos asegura que el hombre seguirá ahí, en medio de todos los fríos del mundo.

Que nadie me diga que el invierno es como el verano, pero en frío. No es así. El otro día, los dos envueltos en lanas, me encontré con un amigo, se iba para Alemania, y me dijo: “¿Ahora no dices del invierno lo que dices del verano? ¿No te metes ahora con el frío como en el verano te metes con el calor? Pues es lo mismo, aunque al revés.” No, no es lo mismo. Mi amigo, que, como he dicho, iba tan envuelto en lanas como yo, bufanda, abrigo, guantes, sombrero, es de los que prefieren el calor al frío, el verano al invierno. Yo me quedo en medio, con el florecido primaveral y abrazado a la lluvia otoñal. El verano, el verano de aquí; quiero decir, el infierno, para él. Si al verano de aquí no le pones playa al lado, casa bien acondicionada, el lujo de no tener que salir a la calle y algunas cosas más, malo, no hay maneras de vivirlo sin queja a cada paso. El invierno es otra cosa. Quiero decir, tiene otro remedio, mucho más remedio.

Yo deseo que cuando salga el sol lo haga para pelearse con el aire helado del atardecer y esté a punto de abrazarse con el carámbano. Deseo, es mi tiempo, poder decir: “pasa y cierra la puerta…” Y que, al entrar, me encuentres sentado en ese mi cómodo sillón, abrigado con buen abrigo, buena bufanda y buena gorra. Y ante mí el fuego de una chimenea quemando ocho o diez leños, de los de encina, capaces de caldear el cuarto y estar en la gloria alabando el calor de los leños y ardiendo con esa gracia bailadora de sus llamas.
“La gracia cenicienta de la encina,
hondamente celeste y castellana,
remansa su hermosura cotidiana
en la paz otoñal de la colina.

Como el silencio de la nieve fina,
vuela la abeja y el romero mana,
y empapa el corazón a la mañana
de su secreta soledad divina.

La luz afirma la unidad del cielo
en el agua dorada del remanso
y en la miel franciscana del aroma,

y asida a la esperanza por el vuelo
la verde encina de horizonte manso
siente el toque de Dios en la paloma.

(Leopoldo Panero; A una encina solitaria)

Y recordaré a mi amigo en sus gélidos atardeceres alemanes para recordarle que no es lo mismo un agosto de fuego que un enero de hielo. Que las noches insomnes del verano son ahora una enrollada, encogida y bien abrigada paz bajo las sábanas, las mantas, los edredones…Y los amaneceres, aunque crudos, no son tanto. No, no me quejo del frío; si acaso, me quejo de que no pueda ser abrazado por la lluvia otoñal. Porque entre el infierno del verano y las nieves de enero, sigo abrazándome a la perfecta forma de la lluvia. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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