sábado, 1 de septiembre de 2018 in

La realidad de nuestro verano





La realidad de nuestro verano

 “Pero algo, Urbión, no duerme en tu nevero,
que, entre pañales de tu virgen nieve,
sin cesar nace y llora el niño Duero.” (Gerardo Diego)

Los viajeros vienen de Villamediana de Iregua. Han vuelto a ver desde la plaza del pueblo de Montenegro, ya en la provincia de Soria, en una mañana clara y serena, la magia de la salida del sol sobre la sierra del puerto de Santa Inés. Por estos días agosteños, las alturas, todavía, se muestran exuberantes. El campo está de lujo. Los ribazos son un tapiz de flores, una policromía. Las lluvias de abril y mayo pintaron este año buena cosecha.

Entre el ir y venir de este verano, del mar a los trigos, reanudo los relatos en La Medusa haciendo parada en esos pequeños pueblos sorianos, teniendo al fondo el Urbión y La Cebollera, a donde llegamos los viajeros cuando apuntaba un día claro de agosto.

Esta vez la ruta es desde Soria. Y todo pretexto ha sido bueno para andar unos días por tierras sorianas, atravesando el páramo de enebros, rodales de arbustos y matas de espliego, campos de esparcetas ya dallados, hierbas agostadas de los prados y blanqueantes rastrojeras de trigales y cebadas ya cosechadas, tratando de describir la hermosura de caminos angostos, incipientes manantiales y fuentonas o nacientes cauces de ríos cuajados de juncos, mariposas, jilgueros y chopos entre gargantas abruptas que se hunden entre montes descarnados que, por veredas de cabras, condujeron a los viajeros a contemplar casas irregulares, oscuras y deformes con adobe de barro y paja, con entramados de madera de sabina y construcción en zarzos desvencijados por la carga de los años y el peso de sus techumbres, tejas y aleros, hasta tomar conciencia que los señores de estos pueblos no necesitaron acabar con el románico para hacerse más grandes ellos. Por eso hemos visitado, valió la pena, iglesias, hemos entrado a verlas y allí nos hemos encontrado con buenos materiales en sacristías, templos, camposantos, baptisterios y museos. Hemos rondado por pueblos, poblados, villas, aldeas y municipios. Nos hemos parado a hablar con el vecindario y pobladores-ciudadanos, nativos e indígenas, y cual pertenecientes a su tribu, raza, clan, casta, linaje y familia hemos echado un bocado en una venta de carretera del poblado de Villaciervos que, para los viajeros, fue la casa del mejor comer en sus andanzas parameras. Allí nos topamos con el amo, el Gil y, poniendo en práctica nuestra costumbre, nos callamos y quedamos atentos a sus jugosas explicaciones, y como íbamos de poco, pedimos unas sopas de ajo a la soriana, una paletilla de cordero al horno y un arroz con leche casero, sin canela el mío, mientras el Gil se extendía en este par de consejos por si eran de menester.

Uno.
Tomen cuanto jamón, chorizo y pan de hogaza les ofrecieren, y beban en todas las fuentes.
Vuélvanse a mirar atrás, desde los recodos de las cuestas, cuando marchen de un pueblo hecho en valle, en cerro o en ladera.
Procuren escuchar la codorniz y la calandria en el final del calor veraniego, los tordos si anduvieran en otoño, el soplar del cierzo si es invierno y las esquilas y el balar de los rebaños en cualquier lugar y tiempo.
No tengan inconveniente hablar con todos los viejos que se encuentren.

Dos.
Como no necesito recordarles que lleven la obra de Machado en el bolsillo, aprovecho para mandarles que incorporen en su morral “El santero de san Saturio”, de Gaya Nuño.
Y como ya es tiempo en el que las noches comienzan a ser largas, pongan, también, las leyendas de Bécquer, al menos, las que sitúan en la tierra que visitan y me agradecerán que les aconseje releerlas.
Saben que gentes del 98 escribieron bellamente acerca de las tierras sorianas. Y que aquí y en ellos abrevaron, casi siempre bien, significados epígonos. Podría serles de utilidad rememorarlos.
Y hasta hallarán a vuestro paso pruebas emotivas de la reciedumbre plástica de la pluma de Delibes.
Pero, si carente de tiempo, hubieren de aligerar las prelecturas, echen entonces, al menos, un texto raro de Galdós. “El caballero encantado”. ¡Qué cruda, qué hermosamente supo palpar Don Benito estas tierras cuando a tan sugerente señor se las dio por aposento!
Y, una vez que sigan su camino, descabecen la siesta en las umbrías halagadoras de las nogalas, un paraje hermoso, muy hermoso.

“De lejos vivo en mi pueblo,
pueblo que es villa, no aldea,
con cuatro ríos que corren
y un sol que los rejonea.
Ríos que, huyendo de Urbión,
de camino rezos rezan,
con peces volatineros
que en la tarde su arte estrenan...
Cerca aún corren las calzadas
cantando canciones viejas,
lo que dicen no se entiende,
Solo el Duero las recuerda.
Las sendas que antes yo andaba
ya no andan, que se están quietas,
sólo casi yo las ando
y desando para verlas.”
(Vicente García de Diego)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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