La era, Francisco de Goya
La parva
"Si el cielo de
Castilla es alto,
es porque lo habrán
levantado
los campesinos de tanto
mirarlo".
“La máquina ha venido a
calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón”. (Miguel Delibes)
Recuerdo cuando el verano era un territorio sereno, un
luengo latifundio de luz de luciérnagas y chicharras, bieldos levantando la
parva, chiquillos volando panderos y tardes de era, parva y merienda esperando
que el cierzo soplara para poder aventar. Lo he visto, vivido, sentido y hasta
sufrido en mi niñez de mil mameras: extendida, amontonada, trillada, recogida,
grande, pequeña, aventada, arrasada por la tormenta y…Todo esto en la inocencia
de mis primeras letras, de mis primeros pasos, de mi primera consciencia y en
esos años en los que todavía no había salido del pueblo para ir a estudiar a la
ciudad. Y es ahora, recorriendo tierras sorianas, andadas morosamente por el
Valle de la Sangre para llegar a Muriel de la Fuente y gozar cuando me topé con
las aguas, aun vírgenes, del Avión, remontándolo hasta llegar a la Fuentona,
donde nace. Y ha sido aquí cuando me he percatado de que “la alegría es un
estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no
son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros
las envolvemos”.

Y fue aquí, sentado, agotado, pensativo, mientras
contemplaba los utensilios etnográficos expuestos en la Casa del Parque de la
Fuentona, donde recordé el tapiz “La Era” de Francisco de Goya. Me rodeaban
tras los ventanales de la que fue Palacio de Santa Coloma colores cálidos, como
marrones, amarillos o naranjas. Y fue allí donde me imaginé a esos grupos de
segadores descansando del calor y sentados sobre los haces de trigo recién
segados y preparados para esparcir sobre la tierra arcillosa de la era para ser
trillados. Y hasta quise ver a ese campesino, conocido como el bobo del pueblo
a
tenor de sus ropas y actitudes, intentando embriagar a otro de su misma
especie.
Y pensé en el verano, la trilla, la era de mi niñez y
en la parva; ese cereal segado, extendido para trillarse, ese montón de algo,
en particular un montón de cereales recién segados y amontonados para emparvarlos
y aventarlos, para limpiar la parva. Las eras de mi pueblo siempre estuvieron
llenas de parvas, de alegría y hasta de pendencias y agarradas. Y a mí esas
parvas siempre me parecieron amaneceres estivales y haces de luz sobre las
múltiples tonalidades amarillentas del trigo.

Siempre creí que una parva era mucho de una cosa, con
referencia a ese montón de paja y de grano que había que separar sobre las
eras. Después he leído que parva o parvo puede ser también un adjetivo, que
quiere decir pequeño, y luego supe deducir que una parva es un montón de cosas
parecidas e insignificantes una a una, como la parvada, palabra, con la que
designamos en mi pueblo a las bandadas de pájaros: una parvada de tordos o esa
parva de zorzales acudiendo al amanecer a los viñedos, olivares y hortales
cercanos, dejando por el suelo una parva de aceitunas.
Escribo estas palabras desde la tierra que dicen
llamarla Vega de la Sangre o Campos de Almanzor, donde la primera luz del día
alumbra una parva de casas subiendo por la ladera hacia la plaza de Calatañazor
donde se encuentran la vieja picota, las murallas rotas del castillo, que fue
señorial, y demasiados cantizales amontonados junto a la fortaleza.
Azor,
Calatañazor,
juguete.
Tu
puerta, ojiva menor,
es
tan estrecha,
que
no entra un moro, jinete,
y
a pie no cabe una flecha.
Descabalga,
Almanzor.
Huye
presto.
Por
la barranca brava,
ay,
y cómo rodaba,
juguete,
el
atambor. (Gerardo Diego)
Vuelvo al Parador Antonio Machado, abro el diario
“ABC” y me encuentro con una parva de letras hablando de España y de esa otra
parvada que es ya un montón carente de grandeza.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©