jueves, 22 de febrero de 2018 in

Toponimia gravaleña





Viñeta tomada de ABC J.M. Nieto
Toponimia gravaleña
“Porque te quiero a ti
Porque te quiero,
Dejé los montes
Y me vine al mar.
Tu nombre me sabe a hierba
De la que nace en el valle
A golpes de sol y de agua”. (Joan Manuel Serrat)
Lo he escuchado en numerosas ocasiones como viejo aserto, como afirmación, aserción, aseveración o premonición: “Lo que no se nombra no existe”. Y, efectivamente, arranco hoy ante este aserto citando a nuestro amigo Sancho cuando, avanzando hacia Barcelona junto a Don Quijote, llegó a toparse con Roque Guinart, bandolero catalán, que cabalgaba “sobre un poderoso caballo” y “con cuatro pistoletes a los lados”. “Cuatro pistoletes”, escribió Cervantes; aclarando: “que en aquella tierra se llaman pedreñales”. Efectivamente, son palabras, poco más que palabras, sí. Pero con palabras creamos la amistad y la convivencia, y a veces las palabras son en sí mismas hechos que hablan mostrando así un reconocimiento ante la diversidad cultural y ante la manera de llamar a las cosas en nuestras tierras.  
Lo hago hoy, y seguiré profundizando en otros escritos, para seguir nombrando y recordando colinas, rincones, prados, majadas, recovecos, caminos, vericuetos, arroyos, apriscos, corrales, brañas, pastizales … Todo estaba efectivamente bautizado, sin que quedara un paraje, una quiebra del terreno, un otero, un camino, un pequeño manantial en medio de una junquera, un peñasco o una taina para el ganado, sin que todo el mundo conociera su nombre. Los nombres hacen reconocible la geografía. y lugares todos para que no se extingan de nuestra memoria. Tengo que encontrar testigos y aliados, los hay, que me acompañen y sigan mirando, aumentando y reconociendo los pagos. “Tu nombre me sabe a yerba / de la que nace en el valle / a golpes de sol y de agua”, canta Serrat. Pues eso.
Ha sido la lectura de Marc Bardal el que con su “Vidas a la intemperie”, me ha dado pie a esta consideración: Los ojos de los campesinos, dice, “conocían la sombra de cada árbol. Sus pies, la forma de cada piedra. Sólo la niebla podía llegar a desorientarles por unos instantes. Pero sabían que no tardarían en dar con un objeto conocido. Y no podemos conocer sin nombres (…) Ni un punto del terreno sin identificar”. Cuando al campesino lo sacabas de su hábitat, perdía los puntos de referencia de toda la vida y estaba perdido. No había, como indica Badal, un espacio “natural” segregado de lo humano, porque “el conjunto del territorio formaba parte del hogar”. Por eso, todo era reconocible, todo tenía un nombre.

Tras el cartel de Grávalos surge una bonita villa. Nombre único que dibuja una sonrisa e invita a pararse y a envolverse entre flores de almendro y olor a espliego, romero y tomillo, donde no hay pagos, términos, jurisdicción, territorio ni palabras que den risa. Podía haber algún topónimo gracioso, pero no lo hay, todo es un entorno delicioso, riachuelos que han comenzado a llorar después de años agostados como esos barrancos del Tapiado, del Sotillo, de la Fuente Nueva y del Carrón. Fuentes primorosas y charcas cristalinas, aunque sean escasas. Como leerán a continuación, detrás de cada nombre raro, hay una historia y unas gentes que reivindican su pueblo más allá de lo chistoso que puede resultar su nombre.

Sé que no están todos los que son. Pero, si alguien me ayuda, los completaremos. Será una aventura tensa, pero reconfortante:

Collao Palanero; Entrecabezas; La Pellejera chica y grande; La Dula; Valdejuelos; Solana los Portigos; La Cantera; El Canín; La Atalaya; Pellejera; Hoyo las peñas; Peña de los ahorcados; La Calera; El Portillo; La Vacariza; Peña Redonda; El Orillo;  La Dehesa; Ongañón; Las Peladas; Tirado del Canto; Costeruela; Las Pedrugueras; Las Cañadillas; Los Tajadales; El Estrechuelo; La Caseta; Tulebras; El Castellar; El Barranquillo; El Campillo; La Cuca; Fonsorda; Las Pezuelas; La Vacariza; La Palancona; Los Pedrugales; Lagunilla; El Carrón; Rabiñuelas; La Hoya Miguel; La Hoya; La Hoya Judío; Los Rubios; El Rincón; La Hoya Sotil o Sotillo; Garcicalvo; Hoya Zapata; El Palomar; Las Planillas; El Calvario; La Torrecilla; La Torre; La Raicilla; El Miñarro; Lagunilla; El Orillo; La Cueva; Peña Herrera; La Justiñana; Los Balcones; El Cerro Navarro; Peña del Fraile; El Yesal; El Corral; Peña Diciembre; Vallejuelos; Hoyo redondo; Cabeza Melera; Peñas del Can; Maquiz; Las Mulgas; Suerte bajera; Los Molares; Los Hoyos; El Campillo; El Tapiado; Juan Podrida; Fonpodrida; Fuente de abajo; Fonsorda; Barranquillo; Cabañuelas; El Castellar; La Muela; Los Molares; los Rubios; Pezuelas; Tulebras.
   
En esto del origen y creación de los topónimos hay mucha leyenda y poco dato. Una de las pocas fuentes documentales en las que me estoy basando sobre el tema son las Relaciones Topográficas de los pueblos de España, hechas de orden del señor Felipe II. La ingente obra estadística (los siete tomos originales se guardan en El Escorial) incluye unas encuestas realizadas por los emisarios reales a los hombres viejos o sabios de los distintos pueblos del reino y entre las preguntas había un "Dígase por qué el pueblo se llama así y desde cuándo".

Para terminar, les contaré la siguiente anécdota: el 31 de mayo de 1580, los encuestadores llegaron a Villanueva del Pardillo (Madrid) para rellenar la encuesta y no obtuvieron una respuesta concluyente: “La causa por la que se nombró ansí no se sabe”. Dice la leyenda que: “solamente se ha oído decir que se nombra ansí porque el primero que empezó a fundar la primera piedra en el dicho lugar se llamó Fulano del Pardo y no hay noticia de que se haya llamado de otra manera”. Pues eso, Pardillo, que se llama así y listo. Vale.

Grávalos. Término de Las Cabañuelas
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


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