jueves, 8 de febrero de 2018 in

Tiriteos de nostalgia






Tiriteos de nostalgia
“Cae y cae la nieve.
Hacia las estrellitas blancas
que la tormenta lleva aquí y allá, se extienden
las flores del geranio en la ventana.

Cae la nieve y todo se extravía,
todo levanta vuelo,
la curva de la esquina,
una escalera de peldaños negros.

Cae y cae la nieve,
cae la nieve y todo se extravía,
el peatón que encanece,
las plantas sorprendidas,
la curva de una esquina”. (Boris Pasternak)

Ando estos días y noches, y todavía continuo, por las tierras nevadas y heladas de mi querida Rioja y como fuera de la casa pronto se pondrá oscuro y la helada comenzará a cascar fuera, estoy teniendo tiempo para todo ya que el frío, la nostalgia, y la noche tempranera me inducen al recogimiento.
Diré que es cierto que yo vengo del alumbramiento de noches con candil alimentado por lamparillas, embriagadas en aceite, cuando el debilucho alumbrado eléctrico intentaba acabar con las noches lóbregas en las que nos atormentaban los miedos. ¡¡¡Qué anocheceres aquellos cuando la niebla en los callejones, a la hora de los murciélagos, era entonces lo que era!!! Hoy ya no es así, o sí, aunque los candelabros del tiempo estén oxidados y sólo quedan recuerdos anecdóticos y ornamentales, desvaídos en secuencias lacrimosas de reproches o en citas de amor al viejo estilo, con una rosa sobre la destartalada mesa camilla, en la penumbra de esa sala de estar con grasa de postín.

Diré que ahora entiendo el por qué los de mi generación no tuvimos más remedio que ser laboriosos: el terruño nos escatimaba el fruto fácil, el frío y sus sabañones nos empujaban al interior del hogar después de acumular y apilar leña en la cuadra. La necesidad de superar los rigores del invierno nos hizo previsores e hizo que nuestro ingenio nos avezara en los distintos juegos de mesa y mantel, llamados Reunidos Geyper. 

Digo que, cómo fuera de la vivienda está oscuro y casca el frío, tengo tiempo para la filosofía, para componer, junto a la chimenea, pequeños, quien sabe si serán grandes, poemas, entregarme a la espiritualidad, recordar al superhombre nietzscheano, rubricar lo que están leyendo y hasta urdir invasiones y conquistas. Soy, ayer como hoy, un hombre de interior, jamás la calle, la muchedumbre y los bailoteos me tiraron y siempre he tenido la sensación de ser un hombre organizado para tiritar de nostalgia en aquellas y estas noches prematuras. Recuerdo que, en invierno y a la hora de salir de la escuela, a la hora habitual de la merienda, ya era noche cerrada y la luz macilenta de las ¿farolas? del pueblo se reflejaba tristemente en la nieve pisoteada de las aceras. Se echaban las persianas y las calles, ya semivacías, se vaciaban como si estuviera prohibido deambular por ellas.

He de decir para terminar que algo queda, no obstante, de las circunstancias de antaño que repercuten en mis Tiriteos de nostalgia. Y esta tarde, metido en el color de la nieve, me conduce al recuerdo de Omar Sharif, protagonista del doctor Zhivago, a su mirada en el tren buscando la luna para escaparse, a los narcisos florecidos en la casita donde se refugiaban, a la dacha helada donde escribía poemas, y a buscar, ¿dónde la tengo?, la obra de Boris Pasternak. Recuerdo haber leído sus versos en esta mi habitación llena de libros y de madera para sostenerlos como pájaros en las ramas. Estoy ahora en el lugar de mis lecturas y de mis pensamientos entre estas paredes donde leí toda la literatura rusa que cayó en mis manos al calor del fuego mientras afuera nevaba. ¿O acaso trasladé toda esta literatura a casa de la abuela cuando hice limpieza de la mía? ¿O está en alguna de esas estanterías más altas cuyos títulos ya no leo desde abajo? ¿Era amarilla la tapa? Puede ser. Es una pena no encontrar al doctor Zhivago en esta tarde de febrero del crudísimo invierno de 2018 en la que se me está helando el corazón mientras salen de la tierra diminutos insectos cuyas alas brillarán al sol cuando éste luzca. Vale.

Texto La Medusa Paca. Copyright ©

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