jueves, 9 de noviembre de 2017 in

Un velo de recuerdos





Un velo de recuerdos

“Invernaderos en el horizonte
relucen como un mar de hielo gris.
Al llegar a la playa me deslumbran
los grandes túmulos de sal.
Junto a cada casucha la barraca
de madera con artes de pescar.
Muertas redes enfrente de la puerta”. (Joan Margarit)

En esta segunda jornada de nuestro viaje, y a eso de media mañana, tomamos dirección a el Cantal, pasando por las Ventanicas y Aqura de Emedio, hasta llegar a través de la comarcal AL-5107 a Carboneras que, “cuando se menciona la gente toca madera y se santigua. Supersticiosamente muchos evitan pronunciar el nombre y hablan del pueblo en perífrasis: ese puerto que queda entre Garrucha y Agua Amarga.” Los viajantes llegamos a ese sitio, que no se puede decir, después de habernos desviado, a echar unos tacos de jamón en la Venta del Pobre y tomar, satisfechos y hartos, la carretera AL- 3106 donde todo comienza a africanizarse. El recorrido, dirección hacia el Cortijo del Fraile, lo hicimos a través de cantizales, ramblas ocres y sorteando campos de vinagreras como si fuesen lienzos intercalados y violentas pinceladas de color.

El camino hacia el Cortijo del Fraile, reconocen los viajeros, rezumaba todo él una mezcla de amor, rabia y muerte, y también envidia, codicia, soledad e impotencia sentidas en sus pasadas y sombrías condiciones de vida. Constatamos que allí solo quedaba desolación que, en parte, se desmoronaba a trozos como tocada por cierta magia trágica y atávica, con cicatrices de tierra sangrando en el patio central, a través de sus muros, sus hornos y aposentos donde sus vientos resonaban como quejidos y cortinajes mecidos por el aire como espectros que Lorca inmortalizó: “¡Ay qué sinrazón! No quiero / contigo cama ni cena / y no hay un minuto del día / que estar contigo no quisiera / porque me arrastras y voy, / y me dices que me vuelva / y te sigo por el aire / como una brizna de hierba”.

Federico García Lorca conoció esta tragedia por la prensa local y rápidamente quiso convertirla en una pieza poética y teatral que combinara lo antiguo y lo moderno, lo andaluz y lo universal, la vida y la muerte, que crea memorias, pero también ruinas, orígenes y desenlaces. No es verdad. Que fabrica azar tanto como tragedia. La lenta agonía del cortijo del Fraile sirva como paradigma.: la novia que escapa con su amante el día de su boda y el novio que enloquece en esa pelea de navajas ya mítica. “Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad”, escribía Federico García Lorca. Aquel escenario del crimen pasional que inspiró el drama lorquiano “Bodas de sangre” y que el poeta conoció estando en la madrileña Residencia de Estudiantes y compartió al grito de: “¡La prensa, qué maravilla! ¡Leed esta noticia! Es un drama difícil de inventar”.

Aun así, o por eso, los viajantes gozaron recordando esa inolvidable escena de Harrison Ford espantando gaviotas, que, en realidad, eran palomas, por la cercana playa de Mónsul mientras rodaba Indiana Jones y la última cruzada. Y hoy, después de pasado el tiempo de que se filmaran las escenas de “El bueno, el feo y el malo” y “Por un puñado de dólares” llegaron a entristecerse por ese su estado de absoluto abandono. Desmoronamiento que los viajeros pudieron comprobar aun a riesgo de ser sepultados en un repentino derrumbe. Pero lo que más nos llamó la atención, aun siendo mucha lo anterior, fueron aquellos perturbadores acantilados, rocas, isletas y calas donde las filosas rocas de estos paisajes siempre están tintadas de ocres y rojos secos.


Algo muy similar debió pensar uno de los mejores escritores y cronistas de esta tierra, Juan Goytisolo que, en su obra Campos de Níjar, intentó buscar y relatar lo oscuro, lo incorrecto y lo feroz de una época amarga de nuestra historia más reciente. Fue a finales de los cincuenta cuando Goytisolo inició este viaje durante un verano abrasador repleto de podredumbre y asfixia vital.

Allí quedamos, como conjurados y hasta aducidos, contemplando ese grupo de solitarios eucaliptos, el oratorio desnudo y su campanario inclinado, esa cripta funeraria con sus nichos vacíos, las paredes a las que todavía se aferran un pedazo de chimenea y un vasar, los hornos, las cuadras, un corralón, las eras, una larga línea de cochiqueras y el aljibe con bóveda de cañón a cuya vera medra un pitaco... Y embargados por un halo de despedida, como si el viento trágico que se llevó al abismo a aquellos rústicos, con sus pasiones incestuosas y sus venganzas explosivas, estuviera aguardando a que nos fuésemos por donde habíamos venido para borrar de una vez por todas el cortijo del Fraile de la faz de la Tierra.

Fuimos conscientes de que aquellos habitantes tristes goytisolanos apenas queda nada, quizás los trabajadores, reconvertidos, que se esconden debajo de los blancos invernaderos y esos paisajes convertidos en pueblos visitados por exploradores de lo insólito que buscan llevarse algo más que recuerdos, tal vez melancolías.

Al marchar, rumbo a Las Negras, recordamos que ese místico de la palabra, José Ángel Valente, escogió la Almería de los años ochenta como refugio, que allí conoció a la fotógrafa suiza Jeanne Chevalier afincada en Níjar y que juntos inventaron dos hermosos libros —Calas y Campo— en los que mezclaron la fotografía de una con los textos del otro: “Qué oscuro el borde de la luz / donde ya nada / reaparece”, escribió a propósito de un atardecer.

Y también recordar que la combinación-experiencial anterior, asimismo, la repitieron Andrés Trapiello y el fotógrafo Carlos Pérez Siquier en el libro “Al fin y al cabo”. El quijotesco escritor se encargó de prologar la obra y allí dejó estampada la que es probablemente la mejor definición del  Parque Natural Cabo de Gata-Níjar: “Uno de los lugares más misteriosos de este mundo. Extraño lo que en él sucede. Casi nunca nada. Todo. Lleno y vacío. El sol y la luna, codo con codo, haciendo guardia. Lo solar, lo lunar, un doble envés, la misma mano. En el mar. En las lomas peladas, desérticas”. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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