martes, 15 de noviembre de 2016 in

Se llamaba José y le apodaron “El Taranta”






Se llamaba José y le apodaron “El Taranta”

“Amo lo que sólo aquí
descubro como más mío:
que ser hombre es echar
raíces de esperanza en largo olvido”. (Antonio López Baeza)

Puntas de ovejas paridas y crecidas en la soledad o junto a caballos de largas crines sin peina que se acercaban dóciles y domésticos preguntando con su lenguaje hecho de relinchos por su dueño, o quizá querían sociabilidad, o en sus oídos vivos como instrumentos de justísima precisión captaban la extrañeza de su voz o de su paso. Una Yegua de capa y pelaje retinto, con remiendos blancos en la panza, trae su cría del mismo color. El caballito retoza y se acerca. La yegua busca la sal y el hueco de la mano de su dueño. Este es el tío José al que apodaron “el Taranta” habitando por tierras de Alfaro que, poco después de la guerra, bien pudo dedicarse a hacer carbón para venderlo en los pueblos, primero en carro tirado por esa yegüita retinta, después en un como furgón remolcado. Pero se acabó el carbón y su huso en los viejos hornillos y tampoco hay ya braseros productores de tufos y conversación o sí, así que el señor José abrió tienda y se puso a vender cuerdas, cepos, cartuchos de perdigón y de posta, agujas, alfileres, guindillas en escabeche y ovillos de algodón. A días visitaba a su tropa por la solanera de las tierras alfareñas entre esos secos barrancos, que han dado en llamar de Valverde, del Carrón y de la Ventosilla, marcadores de infinitos rastrojos y adornados por alguna, suelta y última amapola atormentada por la comparecencia de la canícula, que suele abarcar, por esas desérticas tierras, la parte del verano que va del 15 de julio al 15 de agosto, cuando el sol alcanza a mediodía su cenit sobre el horizonte. Un sol malhumorado y abrasador ese de la canícula. Es entonces cuando llamaba a los caballos, sacaba agua del aljibe para que bebieran, su voz salta por los aires, batía los secarrales que se la devolvían mitificada y distinta por efecto del eco. 

Era este un ganado manso que guardaba desconfiado en las distancias y vagabundo sí, pero precavido. Estos caballos no fueron los suyos, adiós, adiós. Los míos, le oí en cierta ocasión, tienen más alzada y su estampa es de mejor lustre. Fue la yeguada y la punta de ovejas de José al que apodaron “El Taranta” por los secarrales camino de Valviejo. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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