lunes, 24 de octubre de 2016 in

Paseando en amaneceres y luminosos atardeceres






Paseando en amaneceres y luminosos atardeceres

“He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzos que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo”. (Carmen Conde; Ante ti)

Soy uno más del Mar Menor, ese que se deja llevar, como tantos otros, por esos artificiales adoquines que arrancan junto a la ermita de la Virgen del Buen Consuelo, después de tomarme unos churros con chocolate en la churrería Tres Hermanos y darme de bruces, sin enterarme, con ese ingente espejo líquido en el que todo el que se asoma se ve reflejado como un ribereño. Soy uno más de los que, asombrado, se detiene a escuchar lo que cuentan, sin vuelta atrás, los sanedrines más castizos entorno a una ronda de quintos de Estrella Levante bien fresquitos y a esas marineras preludio de ese prometido y soñado arroz caldero de la ya desaparecida pescadería de Miguel, de esa pedanía que, en toda estación, es la más poblada del municipio de San Javier, aquí en la Región de Murcia.

Soy uno más sorprendido y encantado del llenazo de esas terrazas que, a lo largo del paseo, están llenas de suspiros, donde en los dos tercios de todos los fines de semana van en manga corta. Soy uno más de aquellos que, observando a su alrededor, se da cuenta de que todavía es octubre y el verano se resiste a abandonarnos. ¡Es un lujo! Soy uno más para advertir que el color de las zagalas murcianas permanece, todavía intacto, con ese color dorado del Mediterráneo que tanto nos gusta a los hombres. Soy uno más que, ante sus terrazas repletas de gente, veo cómo apuran ese aperitivo delicioso de gambas que saben más a mar cuando lo estás respirando, mientras los niños corretean por la playa mojándose los bajos de sus pantalones de domingo con el agua salada y su arena mojada.

Soy uno más capaz de sosegarme ante un granizado de limón con una bola de helado, mientras espero hablar con cualquier lugareño, capaz de abordarme con la sonrisa de un amigo de toda la vida, mientras soporto la frescura del mar en otoño. Soy uno más para degustar el tiempo con los sentidos en cualquier ruta de mis paseos, para sobrevolar a pluma de gaviota el largo de cualquier playa y detenerme para observar esas tonalidades de rojos y naranjas que los dos mares me regalan al amanecer y en cada atardecer y reflejados en ese nuestro pequeño espejo salado.

Soy uno más para ver el anochecer y no llegar a distinguir el mar y el cielo, divididos por una hilera de lucecitas que conforman esa franja de tierra, divisoria de mares, que me saludan cada vez que las miro. Y ahora soy uno más capaz de respirar su calma, allá donde las luminarias se muestran tenues y los barcos duermen entre la luz lunar. Soy uno más para escuchar esas risas jóvenes, gritos de embarcadero, de aquellos veinteañeros capaces de refugiarse en la obscuridad y al olor a sal para condimentar su pasión. Soy uno más recordando cuando las noches ribereñas respiraban sonrisas y su juventud tornaba en busca del sueño.

Ahora soy uno más para entender la quietud y el silencio de ese anochecer cuando escribiendo veo el mar desde el escritorio de aquella ventana de primera línea y lo agradezco, suspirando hacia mis adentros, contando los días para volver a pasear entre estas palmeras, entre esta arena y estos recuerdos. Y Tú también lo harás porque, emulando al Nobel Echegaray, puedo decir que: “yo fui niño en Murcia y no lo he vuelto a ser en ninguna parte”. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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