lunes, 31 de octubre de 2016 in

El Viático, preludio del barquero de Hades





El Viático, preludio del barquero de Hades

“Si el tiempo impetuoso conmueve demasiado violentamente mi cabeza, y la miseria y el desvarío de los hombres estremece mi alma mortal, ¡déjame recordar el silencio de tus profundidades!” (F. Hölderlin)

En esta recopilación de cosas ya hechas y publicadas en este blog hay, probablemente, repeticiones, insistencias sobre lo mismo, pero obedecen a tiempos y fechas distintas, y lo escrito, escrito está. De recomponerlo o rehacerlo saldría, seguro, otra cosa, más rica en datos, más rigurosa, pero menos espontánea, menos caliente y quizá algo menos mío. Es por ello que al comienzo de este mes de noviembre en el que conviven, como dice la hojita del Taco del Corazón de Jesús, la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos quiero detenerme en ese rito previo para dejar, presumiblemente, incompleto el prolijo rito de la muerte que estuvo vivo hasta ayer. 

Recuerdo, era niño, muy niño, que venía la muerte tal que ladrón sin llamar a la puerta y su aparición suponía además de grandísimo acontecimiento un hermoso espectáculo. Había la premonición de una penosa enfermedad y el suceso se aceptaba como obligada descarga de peso o llegaba súbita, sin avisos, y entonces se revestía de teatral realce. En cualquier caso, la liturgia siniestra y gimiente brillaba con esplendor. El santo Viático era un viaje a golpe de campanilla por los laberintos de la noche entre callejuelas alumbradas con deshilas de luz. Lo orientaban, como a los buques en su navegación, lucecitas prendidas a pábilo de cera o aceite en las ventanitas y balcones. Detrás de cada candela o candil un rostro abocetado contemplaba la procesión de luz. Se llegaba a la casa-destino donde alguien agonizaba, el sacristán o el monaguillo o ambos, al mismo tiempo que el cura, rezaban por “la salud espiritual y corporal del enfermo si le conviene”. Era un acto solidario, solemne y tremendo. La muerte estaba allí entre nosotros, se la olía, palpaba y los coletazos de su rabo nos castigaban la entraña.

En las casas que decían ser ricas se le recibía con protocolo propio, había una mesita enana, construida en madera de ese cerezo tronzado por el abuelo y que había cultivado con primor en el huerto, sirviendo de altar, un mantelito almidonado, bandejitas de plata donde se depositaba el estuchito que el eclesiástico portaba en sus manos, un Cristo tallado en marfil, sacado para la ocasión de su vitrina, alumbraba, y candelabros, y floreros y olor a perfumes derramados.

En las casas que todos conocíamos como pobres, al presbítero le recibía la limpia decencia y nada más. A lo mucho; colchas tejidas a ganchillo, almazuelas de mil retales y colores, disimulando la miseria y repartidas por pasillos y escaleras que, como lóbrega trama, conducían a la visión de una pequeña corte de gente lloriqueante, un rostro tinto de livideces y un humo flotante, pegajoso y movedizo. En las casas pobres no se conocían alfombras y las suplían con haces de hierba y junco prestando sus aromas silvestres, para ahogarlos, al olor dulce y caliente de la cuadra donde un pollino era sorprendido por el lujo de la luz, la sorpresa de las voces y el trajín. Respondía a la provocación con un lastimero rebuzno. Y al fondo las voces de los parientes quejosos con las palabras de siempre: “no somos nada”, “si rebosaba salud”, dichas del mismo modo de siempre. Y los rezos leyendo oraciones para el caso de libros muy antiguos y con letra gorda, repitiendo la monserga de plegarias dedicadas al trance.

Lo dejo como está, a lo hecho pecho, a lo dicho, dicho, pido mis disculpas que quiero y confío sean atendidas. No me justifico, solo me explico en algo que viví y colaboré y ahora en los días del Tenorio recuerdo. Era niño, muy niño. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Fotos del cementerio del pueblo de Ambas Aguas- La Rioja-Copyright ©

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