miércoles, 22 de junio de 2016 in

Noche y día de arrebatos





Noche y día de arrebatos

Mañana, noche de San Juan, mi agricultor tratará de recordar esos sanjuanes de su niñez cuando todos en cuadrilla salíamos al campo en matinales neblinas, tardes rojas, doradas, esperando la fulgurante noche en llamas, deseando que los perros silenciaran en su aullar y todo fuese un traqueteo de amapolas y árboles vestidos de verano en esta mañana entre la niebla, donde la soledad del campo inyecta, a modo de vacuna preventiva, el germen de esa locura, locura quijotesca, de un idealismo masacrado, capaz de imbuirnos de un ideal de pureza de un “sueño del lirio en lontananza” que anhelaba y expresaba Machado en su poema “El loco”: 

“Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura,
va el loco hablando a gritos”.

Y que, además, esta noche de este año sea para mi una metáfora, ya digo, de lo que la magia es capaz de hacer. Noche corta y hermosa, con fuegos, canciones y poemas. ¡Alegría, estoy en la misma orilla de mi playa en mi Mar Menor!

Permitidme que yo imagine esa tarde, cuando se inicie la salida, como un prado suave que va subiendo, subiendo y ascendiendo hasta la misma noche de San Juan, que es lo más alto. Dejadme contemplar, pendiente abajo, el verano, estirándose hacia lo lejos. Y gozar con todos aquellos que tuvieron y aún tienen extrañas noches sanjuaneras, miríficas o temibles a la espera de esa magia como la que nos narra, supongo que todo el mundo se sabe la historia, el conde Arnaldos cuando iba de caza, con su halcón en la mano en una mañana de San Juan.

Iba a caballo por el borde del mar- no me cuesta nada imaginarlo en mi playa- y de pronto vio acercarse a tierra un barco maravilloso, con las velas de seda y las jarcias de lino. Y escuchar esa maravillosa romanza, canto órfico del marinero que lo lleva y que la naturaleza atiende, cantiga cancionera que sosiega las olas, posa a las gaviotas calmadas sobre la arboladura y atrae a los peces desde el fondo del agua. Y es aquí cuando el conde Arnaldos, seguramente hechizado él también por la virtud del canto, rompe a hablar. Todos conocemos el canturreo del marinero. Lo tarareó a voces: “Te lo pido por Dios, marinero, dime qué dice esa canción, ponme en el secreto del canto”. Y soñamos ver al marinero volverse hacia el conde, desde su barco, ya muy cerca de la playa, con el rostro roto en su expresión en el rostro al gritarle sin expectativa aquello de: “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”.

De esta madrugada sanjuanera, como sabrán, ya hace al menos quinientos años. Aquí hemos de acabar esta historia, en su versión canónica. Desconocemos qué hizo el conde, qué encerraba subirse a ese barco, qué precio había que pagar por el conocimiento, si es que costaba algo. Qué haríamos cualquiera de nosotros si oyéramos una canción de maravilla, una mañana de San Juan.

¡Quién hubiese tal ventura     sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos     la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano     la caza iba a cazar,
vio venir una galera     que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda, la ejercía de un cendal,
marinero que la manda     diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma, los vientos hace amainar,
los peces que andan en el hondo     arriba los hace andar,
las aves que andan volando    en el mástil las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos, bien oiréis lo que dirá:
—Por Dios te ruego, marinero, dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo esta canción     sino a quien conmigo va.

¡A disfrutar! ¡Que el espíritu goce sin descuidar lo que corresponde al cuerpo! “Pan y vino andan camino, que no mozo garrido”. O, mejorado, “Con pan y vino y carne de cochino se hace bien el camino”. Seguro que el pan y el vino no faltarán en vuestro disfrute. Y una buena fiambrera y unas bien adornadas bandejas de dulces, que también de pan vive el hombre. Y no olvidarse que “hay un sueño de lirio en lontananza”. Que la salida al campo sea un éxito, que la noche apunte refulgente y el día alumbre perfecto para cumplir con el ancestral y telúrico culto al agua y sol. Vale.

 “Mañanita, mañanita
mañanita de San Juan
saca Pedro sus caballos
a la orillita del mar.
Mientras sus caballos beben
cantando estaba un cantar”. (Romance de Traspinedo (Valladolid).

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

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