Las abarcas desiertas
"Las abarcas desiertas"
Ya pasaron, ya lo hicieron, ya descargaron todas nuestras
y vuestras ilusiones. Los intuí pletóricos, rebosantes y hasta perfectamente
aseados, como mandan los patrones clásicos. Los vi desfilar, correctamente
arropados, hacía un frío helador, con sus lucidas bufandas, sus turbantes y
capas reales. Y hasta presencié, escondido en las sombras de la oscuridad, cómo
colocaban su escalera para ascender a los balcones de las casas y dejar,
arropados por el oro, el incienso y la mirra, las solicitudes de la juguetería
de los niños y no tan niños. Y hasta llegué a fotografiar, tuve tiempo, esos
zapatitos: los vuestros y los míos, perfectamente alineados, impolutos y lucientes.
Lo que no pude fotografiar fue el agua para los camellos que mis nietos no
dejaron, y es que este año no hubo camellos. ¡Ay, ay, ay!
Y tengo que decir que la ilusión al despertar fue
idéntica, quizás más reforzada, a la de otros años. Y que salté de alegría al
ver los zapatitos rebosantes con la ilusión de los regalos y hasta fui
consciente al comprobar que en esta ocasión los Reyes Magos no se equivocaron,
por eso son Magos y, también, Reyes. En lo que a mí respeta y en mi niñez, debo
decir que alguna vez si se equivocaron: fue cuando en casa no había, ni cuando
dejé el pueblo para salir a estudiar fuera. En aquellos internados, lejano a
mis padres, nunca vinieron los Reyes Magos. Y Nunca me dijeron por qué. Soy
consciente ahora que, al dejar el pueblo, perdí mi infancia. Esa es la deuda
que, todavía, tienen conmigo. Espero que, en algunos de los años venideros,
puedan saldarla, y ahora que he vuelto a él pretendo recuperarla.
Y tengo que añadir que ayer al despertarme recordé a
todos aquellos que, por no recibir, esta mágica mañana no recibieron nada. Y es
entonces cuando decidí acercarme hasta los estantes de mi biblioteca para
volver a leer el lado más triste y mísero de la infancia, ese lado que Miguel
Hernández conoció y lo plasmó magistralmente en esos sus versos de “Las abarcas
desiertas” que reflejan esa voz infantil, quebrada por la rabia, la desilusión
y la desesperanza de cada 6 de enero, de cada zapato vacío. Vale.
Las abarcas desiertas
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
Texto
y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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