miércoles, 8 de abril de 2015 in

Los nombres




Los nombres
Escribo esto cuando no tengo nada que echarme a los ojos para leer porque hoy el diario-de papel-impreso no está en la calle. Es Sábado Santo y para enterarme si ha sucedido algo he tenido que poner la radio o encender el ordenador. Y hoy estoy vago y nada es igual. Necesito leer la noticia  porque nada me creo hasta que no lo veo en letras de molde. Necesito el papel, necesito tocar papel como una exquisitez, porque tocar el papel mientras leo, subrayo y apunto al margen alguna nota , es como palpar los frutos de los árboles, acariciar a los niños, pasar las hojas del diario o manosear las telas o los objetos personales. Es otra forma de conocimiento. Necesito leer las noticias de esos periódicos adheridos a ese humeante tazón de desayuno y que hoy, por ser Sábado Santo, no me han permitido desayunar al no poder pasar las hojas de la prensa. Hoy he tenido que peregrinar por la casa como otros buenos lectores lo están haciendo por las calles buscando esos kioscos donde adquirir lo que no está, como si les faltara el aire, el agua, la tierra. Hoy no hay prensa y yo necesito el diario de la mañana y hoy lo echo de menos.

Como hoy, es Sábado Santo, y no puedo leer el diario me pongo a escribir, lo hago ahora que para mí es como querer salir de lo regular. En mi consciente y subconsciente sé que, para escribir, hay que pensar más que para hablar. Escribir es para mí un respirar, un día a día. Y no conozco mayor felicidad que escribir sobre el papel de la vida que es como vivir dos veces: en la realidad, y por escrito.

Y como hoy nada tengo que echarme a los ojos voy a poner blanco sobre negro esta ocurrencia sobre la Naturaleza, sobre las especies de la Naturaleza, esas que valen todas lo mismo, ya sean aulaga, perdiz, azulón, engañapastores o robles. Esas que, adquieren, por haber sido dichas de verdad, un valor incalculable. Pienso, como mi agricultor, que a la Naturaleza le sobra literatura, es por eso por lo que deseo dejar esos mis apuntes de todo lo que me rodea, aunque tenga que pasar horas contemplando el paisaje sin escaparme del paisanaje. Es mi intención dejar constancia de que la Naturaleza no valdría nada si nadie se fijara en ella, si no existieran personas que, estando junto al campo, tomaran nota con el alma y el pensamiento.

Pues eso, de ese tomar nota, puedo entresacar de mis apuntes una serie de nombres que hoy aquí puedo mostrar, algunos ni son recogidos por los diccionarios, pero sí manejados con soltura por cazadores, labriegos, guardas forestales y todos aquellos que tienen contacto inmediato con el campo y que, curiosamente, con su rico vocabulario dan vida a todo lo que al campo rodea. Sé que el científico, creyendo saberlo todo, se queda demasiadas veces en la superficie. En realidad, no se enteran del todo como demuestran esas voces que nuestros aradores aprendieron a nombrar, juntamente con las académicas, para nombrar al jabalí utilizando estos veintiún sustantivo que mi agricultor suele utilizar y que yo aquí aligero: albar, arocho, bermejo, cerdoso, guarro, guarraco, jabalín y jabalina, jabato, macareno, marranchón, marrano, navajero, primal y primalón, puerco-jabalí, rayón, secretario, solitario, suído y verraco. ¿Y de los vencejos, cómo nombrar a esos vencejos que desde estos días ya sobrevuelan sobre nuestras cabezas? Unos serán oncejos, garduños, o arricángeles, arriaches, falcinos, avurrones, chirles o zirros.
Estos asentados nombres, mientras el sol pega fuerte sobre el cielo despejado, son alias que, todos ellos, sostienen en el aire, al pronunciarlos, su vida. Hay mirlos cantando a plena luz en un frutal florecido de blanco y gorriones parloteando y saltando entre los troncos del naranjal, mientras los vientos, uno de esos vientos fríos de Levante parece llevarse, de un soplo, la vida de la Tierra y hoy hasta el periódico impreso de un Sábado Santo. Vale.

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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