lunes, 27 de abril de 2015 in

Vísperas de fiesta



 
Vísperas de fiesta

Siempre pensé, fundamentalmente siendo un mozuelo, que la primavera es algo versátil, nunca igual a sí misma, y mucho menos a los ojos de quien la mira. Yo, ahora que estoy en el este geográfico la contemplo como dulce, calurosa y hasta radiante, mientras que habrá, fundamentalmente los que la disfrutan o padecen en el norte, sur u oeste, una sazón que para ellos será violenta, abrumada o tibia. Se me ha mostrado, en ocasiones, y hasta escondido como tardía y como primavera precoz y, por si fuera poco, la contemplé adornada con esos innumerables matices de enajenación, de cierta embriaguez y hasta con brío pujante hacia afuera, pareciéndose a las plantas, floreciendo y aromando; a los árboles, cuajando y lentamente brotando, como deseando desabrocharse lentamente; a los pájaros, columpiándose y trinando un poquito borrachos de sí mismos y nadando en la perfumada transparencia del aire, en su espesa y acogedora transparencia, lo mismo que las mariposas y las abejas y los abejorros,.
Y es que me cuentan, ahora que son fechas cercanas a la fiesta de la Virgen del Humilladero y todo suena igual o distinto,  que en los aledaños del monte de Villarroya, por la Dehesa, por el barranco de la Fuentizuela, Fonsorda, los huertos de La Torre y Maquíz ya han oído el canto del cuco, la calandria y el petirrojo. No han tardado en darme la noticia al haberlos sentido esos amigos, corresponsales aventajados, que por allí tengo. Es la matraca de todos los años cuando vuelven a cantar y cuando cada primavera, aunque nadie les escuche, y si algunos los oigan, por estar acostumbrados, les resulte hasta cansino y monótono. Aunque ellos siempre cantan para anunciarnos nueva primavera. Todos los años lo mismo y parece que fue ayer, mientras desde entonces nuestros cabellos se van cubriendo de blanco y nuestro olfato no hace otra cosa que sentir olores de alhelíes y rosas, dalias y clavellinas, jacintos, lirios, varitas de San José y esos aromas a tomillo, espliego y romero que, aun teniéndolos a la puerta de la casa, descienden de las peñas de Herrera y Ongañón o suben, contra corriente del barranco, desde la Peña del Fraile, Rabiñuelas o La Cantera de la Torre.

Yo sé que el cuco, y la calandria y el petirrojo y…,  es su espacio natural, volverán a trinar siempre por estas fechas, aunque sea a vuelo corto. Sus gorjeos siempre tuvieron vocación universal. Y hasta puede que, cuando se les antoje o los labriegos con sus ganados y canes los inciten, saldrán de su paisaje acostumbrado y, si es preciso, pondrán el huevo en otros nidos. Yo siempre apreciaré su canto, aunque siempre sea el mismo. No cansa y alegra como si lo escuchara por primera vez. Y es que estos sus cantos me traen recuerdos, recuerdos del pueblo, tan cercano y tan lejos, me acercan a la Fuente Nueva o al Tapiado junto al barranco, a los sembrados, ya reverdecidos después de las nieves y el deshielo, a los prados, los huertos y a ese montículo, rodeado de carrascos,  de las Catorce Suertes, donde suenan los cencerros del ganado. Y hasta aquí, a lo lejos, me llega el sonido de las campanas y el glu-glu, no olvidado, del cántaro en la fuente.

Y es que la primavera en Grávalos es día de fiesta, de fiesta grande, de fiesta mayor, fundamentalmente, cuando la Virgen del Humilladero cruza orgullosa el puerto, al son de cánticos gloriosos, para llegar por empinadas calles hasta la iglesia a cumplir su novenario.

Ascendiste de tu ermita
con andar improvisado
en tarima de portante
entre pétalos rosados,
Humillada y exultante.

Gravaleñas adornadas
coronadas de claveles
lloran lágrimas añejas
al aire de los rabeles
con sones de rapacejas.

Os prometo que regresaré. Lo haré el 22 para completar esos diez versos iniciados, que aquí se muestran, e interpretar para que no se pierda la memoria de lo que muchos queremos, aunque sea imposible reprimir la nostalgia. Yo os comprendo. Lo peor que puede pasar es perder la memoria. Vale.
 
 
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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