miércoles, 11 de febrero de 2015 in

Concierto en Santa María del Pi









Concierto en Santa María del Pi

Me invitaron mis hijos y acompañó mi señora a un concierto de guitarra española interpretado por “Barcelona 4 Guitars”. Fue la noche del 31 de enero, víspera de mi cumpleaños, en la Basílica de Santa María del Pí, ese arquitectónico edificio gótico, testimonio de diez siglos de la historia de Barcelona y que, tanto fuera como dentro, muestra el sufrimiento en sus propias piedras, también sus glorias y humillaciones dentro de la infinita variación del tiempo. Y…allí acudimos.

Fue en la Capilla de la Purísima Sangre, capilla construida en 1486 y edificio anexo a la iglesia, utilizada como capítulo de la comunidad hasta que fue cedida a la Archicofradía de la Purísima Sangre en 1547. Tiene esta capilla reducidas dimensiones, está tocada por una envolvente acústica, objetivo conseguido por ese gremio-mixto-constructor formado por maestros carpinteros, picapedreros y albañiles que envuelven a los espectadores a encontrase en medio de un monumento histórico con una vinculación directa con la Música dada su cercanía física.  Leo que la Archicofradía de la Purísima Sangre “costeó el año 1670 la reforma de la capilla con la construcción de un retablo barroco obra de Joan Grau”. Y me documento, para enterarme, que el actual retablo es una copia del anterior, quemado en 1936. Y que es tradición que en esta capilla san José Oriol realizaba curaciones milagrosas. 


Mientras hacíamos espera para adentrarnos en la capilla del concierto, y sentado en un banco, sentí como si sus muros quisieran hablarnos para revelarnos algún laberinto inextricable en el que cada uno de los que allí nos encontrábamos fuésemos una mota de polvo que el viento levanta, esparce y pierde en el aire para siempre. Y es que, tengo entendido, la Basílica de Santa María del Pi es la tercera gran iglesia gótica de Barcelona, junto con la Catedral y Santa María del Mar. Y, como nadie quiso dialogar con nosotros, allí quedamos admirando ese efecto multicolor que produce en el interior del templo uno de los rosetones más grandes del arte medieval. Y al ir caminando hacia la capilla de la Purísima Sangre, y como sólo habíamos ido al concierto y no a realizar un recorrido completo por su interior, no tuvimos más remedio que detenernos, si no queríamos tropezar, a contemplar las capillas laterales y el altar mayor, dejando para otra ocasión la visita a la sala del tesoro y el museo, bajar a la cripta, visitar los sorprendentes jardines interiores y ascender al campanario, si nuestras piernas, por lo menos las mías, son capaces de ascender y contemplar desde esa atalaya toda o casi toda la ciudad Negra de Barcelona.  


Y ya dentro de ese espacio reducido donde nos cobijaron a los melómanos detectamos, sentimos, vivimos y hasta participamos de la infinita pasión del grupo “Barcelona 4 Guitars” y también nos deleitamos con la recreación, las genialidades de estos cuatro maestros de la guitarra y las condiciones exactas de interpretación de la música antigua que fue, en esta ocasión, demasiado lejos. Las resonantes bóvedas medievales de esta “capillita” proporcionaron a la interpretación del Bolero de Ravel, al concierto de Brandeburgo nº 3 y Serenade de F. Schubert junto a La Boda de Luis Alonso la reverberación adecuada a las piezas, aunque, en aras de la autenticidad, el concierto estuviera aderezado, no en el espacio físico del lugar gótico, sí en el exterior de un frío inmisericorde, aterrador, verdaderamente medieval, un frío que mortificaba la carne y encogía el espíritu. La salida fue cruel. No hacía falta que el concierto fuera “tan” auténticamente medieval.

Manuel Gonzalez, Xavier Coll, Ekaterina Zaytseva y Belisana Rui consiguieron una cosa infrecuente en los conciertos de música antigua: que el público al final nos pusiéramos en pie y aclamásemos a los intérpretes con ¡bravos! como si de un tenor de ópera famoso se tratase, y es que este cuarteto tuvo la libertad, y la responsabilidad de decidir, el tempo, las instrumentaciones, repeticiones, ritmos y muchos otros parámetros musicales como si se tratara del concierto de Año Nuevo ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Viena desde la sala dorada del Musikverein. Y al final sonó Mozart, la pura inspiración de su Tocata y Fuga y fue entonces cuando comprendimos que el ser no está empequeñecido ni armonizado falsamente, que Mozart nos estaba regalando la alegría, las percepciones elevadas de una realidad completa y las inspiraciones de las que parecían fluir composiciones como si fueran evidentes, variadas, atractivas y convincentes. 

Y al salir, allí bajo la sombra de la Catedral de Barcelona, en los confines de la judería medieval, donde se yergue en secreto el campanario, nos dio la sensación de escuchar el sonido que los campaneros, en tiempos pasados, levantaban el ánimo de los sitiados tañendo las campanas a toque de rebato. “Esta ciudad es bruja, sabe usted, Daniel? Se le mete a uno en la piel y le roba a uno el alma sin que uno se dé ni cuenta”. Lo dice uno de los personajes de “La sombra del viento”, en la que el escritor Carlos Ruiz Zafón recrea esa Barcelona hechizante, gótica, estilizada y con rincones primorosamente bellos, misteriosos, melancólicos. 

Y, sin detenernos, nos dirigimos a nuestra casa pensando en esas gárgolas bestiarios, bellas y las más extrañas; gárgolas con cabeza de perro, cara humana y cola de pez,  mezclas de humano, animal y criatura marina no menos inverosímiles y ensoñando que no se nos presentasen esas imágenes de temidos enemigos en aquel entonces: un guerrero moro barbudo, con turbante, cimitarra y escudo; ni otras que muestran los vicios de los condenados. Qué mejor lugar, a la sombra de los naranjos que pronto florecerán, para acabar el recorrido por la solemne Barcelona antigua después del concierto en la noche víspera de mi 69 cumpleaños. Vale.


Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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