jueves, 18 de septiembre de 2014 in

Mi agricultor hortelano




Mi agricultor hortelano


Mi agricultor que, entre sus muchas otras cualidades, tiene la de ser hortelano, viste esta mañana camisa de cuadros de manga larga que esta vez las lleva arremangadas, pantalón azul  mahón anudado con una cuerda de máquina-segadora-atadora, de las de antes, de cuando iba sentado en ese asiento de latón agujereado, imaginándose ufano en la cabina de mando para poder controlar la siega y el vomitar de esos “fajetes”  bien atados. Su cuerda, como deshilachada, le viene grande y hasta le cuelga un sobrante. Se cubre la cabeza con un gorro de lona parda, regalo de una casa comercial de productos insecticidas. Y calza esas clásicas y cómodas alpargatas de esparto, con un lado abierto, al no entrarle bien su pie o quedarle pequeñas por su número de calzado. Él es un poco zafio, es más agricultor que hortelano, todo lo hace a bulto, pero en esto de ejercer de hortofrutícola es autodidacta y hasta presume de progresar adecuadamente.  

Mientras escribo esto lo veo asomarse por entre una hilera de encañizadas, sostén de unas alubias verdes, cambiantes a amarillo y que en mi tierra llamamos "pochas". Y hasta me doy cuenta que en otra hilera ya, también, está el caparrón subiendo, haciendo giros en hélice de tirabuzón para con el tiempo y la vida juntarse arriba como si fueran el cierre de una cabaña de indios. 

Mientras lo miro, allí en el ribazo, descansar a la sombra de unos muy verdes avellanos con frutos ya en las ramas y contemplar, de tres en tres, las claras avellanas envueltas como caramelos por sus hojas laciniadas que son como esas cintas que rizan con las tijeras en la confitería. Lo observo como deja, para que lo recojamos cuando él no esté delante, un calabacín, unas berenjenas vestidas de nazareno, unos cuantos entreverados tomates, una docena de pimientos cornicabra, media docena del cristal, junto a unos tomates en sazón que, por su colorido, invitan a comerlos con un salteado de granos de sal gorda, y un ramo de margaritas que, a la caída de la tarde de ayer, olvidó entregármelo en mano. Mi hortelano planta las flores tan en hilera, fila o renque como sus hortalizas, rojo, blanco, verde, rosa, como queriendo expresar toda su inteligencia creativa. Veo feliz a mi agricultor, el hortelano está dichoso con la tierra, como un niño. 

Y como, en fin, el otoño ya está apuntando, el equinoccio astronómicamente este año sucederá el 23 de septiembre, me invita a contemplar el vendimiado de la uva y el recoger la cosecha de la huerta, las moras, las endrinas, las bellotas, las castañas, las maguillas, las setas, los girasoles…Y en que, si aparecen las primeras lluvias, aunque se hayan perdido los ritos del campo, podré hasta acercarme a la hora de la siembra, tras romper, binar y aciemar la tierra y apreciar cómo con ellas salen los primeros níscalos. Y mientras tú, querido agricultor, conformándote  resignadamente con “ir tirando”. ¡Oh, la eterna resignación del campo! ¡Día alante! Vale.

Texto y fotos  La Medusa Paca. Copyright ©

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