martes, 1 de abril de 2014 in

Abril abrilero, o el pastor pide ayuda al barquero o las ranas mueren en el sequero









Abril abrilero, o el pastor pide ayuda al barquero o las ranas mueren en el sequero

Ya está aquí el revoltoso, el informal y traicionero. Ya está aquí abril, el que no ha podido todavía lavar su cara de esas legañas con carácter invernal que le impiden contemplar esos días, que ya existen despejados y soleados, porque todavía aparecen chubascos y tormentas que atizan el frío con noches de helada. 

Ya está aquí la luz, también apacibilidad, el sonido, el olor y la frescura que invitan a que las aves emigrantes vuelvan, a que los insectos vuelen, a que surjan los reptiles, a que florezcan los campos y a que todo desencadene en ritmo ascendente de savia y sangre porque, en el decir proverbial de mi agricultor, “luz y calor son el tesoro del labrador”. 

Ya está aquí el cuco como notario que da fe de este revuelo. Ya están ahí, por montes y bosques, los rítmicos cantos para alegrar altozanos y veredas, parques, jardines, peñascos y hasta a ese veranillo llamado de las lilas. Todo templa y hasta el paisaje sonoro se enriquece. Ya han tomado asiento en el estrado, para que comience el concierto de la naturaleza, cucos, abubillas, ruiseñores, vencejos, golondrinas, águilas calzadas, milanos negros y muchos más. También zorzales, petirrojos, pinzones, picos picapinos y todo ese elenco de voces sedentarias de bosques, riberas y campos. 

Ya están aquí, en la vertiente riojana del puerto de Santa Inés, esos rayos del sol que, a las primeras horas de luz, entran oblicuos entre los troncos de pinos y robledales iluminando el espacio sombrío bajo las copas. Ya está ahí el murmullo característico del bosque, formado por la suma del sonido de aguas y viento, filtrados por la vegetación y la distancia. Ya está ahí el musical rítmico del canto de las aves, aunque sea potente, como torrente de voz, de ese pinzón vulgar o el más agudo del zorzal charlo. Ya está ahí la percusión de los picapinos que, hace tiempo, sustituyeron la voz por la madera. Y ya están ahí, han aparecido, los cucos que dicen su nombre desde las profundidades del valle, y esas abubillas certificando que el avance de la primavera ya es imparable. 

Hay solistas rechinando con sonidos de metales oxidados, hay quien lanza gritos agudos hostigados por graznidos ásperos. Hay relinchos y notas aflautadas, suaves, monótonas y repetidas hasta el aburrimiento. Hay murmullos, ronroneos, silbidos, estridencias y matraqueos. Y todo en esa atmósfera fresca, húmeda y tranquila de mi tierra riojana.

Y aquí, en el prado de la casa, en primer plano, oculto entre la hiedra de la cerca, un grillo se despereza, frota sus alas y estridula un chirrido, que más tarde se convierte en estridencia. Y ahora, después de las lluvias de la noche y tras la valla, escucho el croar de un sapo, medio sumergido en un charco y, vuelta a empezar,  silbidos, dulces y chillones, situados melódicamente a diferentes distancias sobre las copas de los pocos árboles que quedan en la heredad de al lado de la casa. Sapos y grillos son para mi agricultor el preámbulo de esas notas estridentes, largas, encadenadas, seguidas de un trazo sonoro que para en seco al ver la luz tras el ventanal. 

Y ya, en la noche cerrada, bajo la luz de la luna, las copas altas de los chopos y las masas zarzosas de la balsa donde termina el camino que un día dio nombre a la calle en la que está mi casa, se recortan como sombras contra el cielo nocturno. El sonido brilla en la oscuridad y después cuando aparezca la nueva luz vuelva a cantar un ruiseñor. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©.

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