Olor a higuera
Olor a higuera
Entre dos luces suele haber media luz y sólo de higos a brevas se dan cuenta algunos de que viven en la higuera. (De mi andar y mi pensar)
Esta
mañana al alba, como acostumbro, he salido a caminar por las orillas filosóficas
de entre mares, allá por donde antiguamente extraían sin descanso el agua del
Mar Menor para depositarlo en las balsas de almacenamiento donde el sol iría
evaporándolas hasta dejar sólo la sal. Esta ruta, hoy convertida en camino de
paseantes para peregrinos devotos de la soledad, atléticos senderistas,
viandantes solitarios..., la utilizo yo diariamente para ponerme en paz conmigo
mismo, aclarar mi vista ante la actual confusión beligerante, desenredar mis
pensamientos ... Y junto a mis reflexiones he vuelto al pasado imaginándome
esas monumentales higueras que hoy me sorprendieron afables con sus buenos
días. Y, entre los mil olores que perfumaban mi camino, quise yo encontrar un
adjetivo que mejor definiera el olor a higuera. Pero la vi tan subida y ebria
del resplandeciente cielo, que me contagió su borrachera..., y no he sabido a
qué olían sus apacibles hojas y sonrojados frutos.
El calor moribundo de estos primeros días de noviembre pintaba brillante el
verde turgente de sus nutridos pámpanos. Y el aroma original que exhalaban sus
ramas, cargadas de alas, polvoreaba mis narices curiosas. El olor no era nuevo,
me traía recuerdos de infancia, de cuando me acercaba por senderos de sisca,
huerta y agua..., a comer higos en las higueras soleadas y fecundas de ese Maquiz
de huerta todavía fértil, hasta que llegaba a un pequeño trozo de tierra feraz,
donde un conjunto de higueras me recibían, me abrazaban como madre que espera a
sus hijos sudorosos de regreso a casa con la cántara de agua dispuesta y
fresca. Y lo mismo que el fuego, ayer de la tahona, exhalaba bendito su olor a
pan, cuando pasaba por delante del horno del callejón ancho, hoy el aroma de la
higuera... lo siento, pero por más que lo intento, no consigo dar con el nombre
que mejor se preste para definir su viva esencia. Y rebusco en vano por mi
memoria aromas distintos, apropiados, específicos que atrapados quedaron entre
los pliegues acartonados de mi cerebro a lo largo de mi áspera y a la vez
perfumada vida. Si dulce decía, no me cuadraba; si amargo, me sobrepasaba; si
agrio, me excedía. Y así un buen rato.... Hasta que aburrido me dije: Los
muertos huelen a muerto. La vida huele a vida. Y esta higuera en verdad a lo
que huele es a higuera. Y este olor que siento es el que mejor le sienta. Las
cosas huelen a lo que son. Vale.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


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