miércoles, 12 de abril de 2023 in

Y abril

 

 


 

Y abril

La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
” (Antonio Machado)

 

Primero fue un anónimo en el aire, un anónimo en la luz, un anónimo en la sangre. Inexplicable. De niño me preguntaba qué pasaba, qué cambio habían experimentado los misterios que me rodeaban. En el campo, en los campos por los que paseé y paseo, una inesperada o esperada avanzadilla de amapolas se están adueñando de los sembrados, de los vallados, de los renadíos, poniendo maravilloso escándalo escarlata en el cuadro que alguien pintó.

 Tiene la vida un nervioso desiderátum en las puntas de la luz, y eso mismo le pasaba a ese niño en las puntas del asombro. Arriba, en el espacio circense de altísima carpa, los pájaros tienen quehaceres distintos, pían de distinta manera y son incapaces de volar en soledad. Ahora, ya no tan niño, recuerdo los patios, cómo cambiaba la luz de los patios, de las calles y del mar, allí donde la sombra, ya apalabraba, adorna sus territorios y el sol no admite tratos de aparcería: lo que era sol, era sol; lo que era sombra, sombra. Y un olor a todo volaba sin cuerpo y sin alas por los bajos de la morera y por encima de las margaritas, los primeros brotes de la parra y las primeras rosas de aquel bien cuidado rosal.

 Ahora cuando ya empieza a oler la vida a cercanía de Cruces de Mayo y sin haber salido todavía del asombro, del deslumbramiento y del resplandor inigualable de la Semana Santa todo luce bajo el almendro cuajado. Para ese yo, niño entonces, la Semana Santa era la iglesia con los altares tapados, una fúnebre tristeza de oficios, un largo olor a incienso y, en la casa, una orza donde se deshilachaba la miel de las torrijas al sacarlas. Y en la mesa, precepto de vigilia, patatas con bacalao, cocido de garbanzos, sin compaña, espárragos de temporada con aceite, vinagre, huevo duro troceado y leche frita…

 Abril, entonces, no era abril en el santoral de nombres que, ¡oh niño!, iban llegándome; pero abril, entonces, se llamaba con cien nombres inequívocos. Inolvidables celestes de media mañana, inolvidables muchachas de los patios a los altares con los brazos llenos de flores. Abril, entonces, sería quizá como ahora, pero la perspectiva ha cambiado, demasiado, para el niño que fui. Siento cómo, por los hombros de abril, asoma el trallazo de la pérdida de los padres y la inexplicable pérdida de tantas cosas que fueron escapándose por los destrozados forros de los bolsillos de aquellos raídos y zurcidos pantalones de niño. Y ahora viene abril y por más que venga con aquellas mismas galas, colores, olores, sabores y remiendos, como bien sabe el poeta, “Yo vi en las hojas temblando las frescas lluvias de abril.” Vale.

 

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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