viernes, 30 de septiembre de 2022 in

En curso

 


EN CURSO

El Cielo se ha cubierto de un crespón. Como él,
¡oh luna de mi vida!, arrópate con sombras…” (Charles Baudelaire)

Por aquí ya suenan los violines de Paul Verlaine: “los largos sollozos /de los violines/del otoño /hieren mi corazón/con monótona/languidez.” Cuando junto a mis gorriones del peral contemplaba el granado del vecino de enfrente, como llevo haciendo todos estos días iniciales de otoño, me avisaron para decirme, entre sueños, que el curso había comenzado hacía unas semanas. Y yo sin enterarme. Estos días, continuación del ferragosto, he seguido la evolución de las granadas desde que rompieron en flores de seis pétalos hasta los 613 granos de hoy y he presenciado cómo el solitrón de septiembre ha partido las frutas por la mitad convirtiendo el granado en el árbol de la vida para los gorriones, los petirrojos, los mirlos y otros pájaros cantores y preciosos que, diariamente,  vienen a comerse las granadas rotas, aún no del color de la sangre, hasta que han llegado las cotorras verdes, de cola puntiaguda y graznido estridente y se han apoderado del árbol y de las granadas; enteras o partidas.


Después de todo un mes en el que me he dedicado a los pájaros más que a la actualidad, y he confirmado la idea de Don Quijote cuando le comunicó a Sancho que, si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen de él que ha sido un ladrón, y, si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato.

 Por fin, aunque aquí en el Mar Menor todavía aprieta, pero menos, se ha apagado el sol más sádico del que se tiene memoria y los paraguas han dejado de ser sombrillas. Las moscas pegajosas y las golondrinas de bajo vuelo están anunciando lluvia, los gorriones se lanzan a beber en los charcos. El otoño, seguro, cumplirá con su deber, como cuando era Zeus el que amontonaba las nubes y mandaba cesar al sol y Hesíodo decía que los relámpagos anunciaban los días de la siembra. Esperemos que acierten y atinen los de las cabañuelas, que saben leer el cielo, y anuncien un otoño lluvioso incluso nevado. Es verdad que los ríos se han secado, pero pronto, muy pronto confluirán las aguas, los pájaros de paso, las aceñas y paisajes singulares envueltos en el machadiano campillo amarillento “como pardo sayal de campesina”. 

 Garnacha en el Mar Menor.

Decir Garnacha no es sólo decir Mediterráneo, agua cálida y clara, calma de luz y de playa. Decir Garnacha en este tiempo es decir “Gota Fría”, madrugás despeinadas, inundaciones, pesadillas, achiques de agua, destrozos y árboles caídos. Y, a los que no nos afecta; decir Garnacha es contemplación, dormir al susurro del agua, no hacer nada, que es lo mejor que se puede hacer en Garnacha.

¡Qué maravilla no hacer nada! Cada año somos más los que invernamos en el Mar Menor y, la verdad, no sé cómo se hace para que, al final, quepamos todos; y si no cabemos, acaban encontrando algún alojamiento tan cerca que no les exime de la única obligación no escrita de cada año: “desayunar juntos y en el Nebraska”.

A esa hora en la que nos faltan litros de café a todos, se produce un silencioso trasiego de buenos días algo roncos, acompañados del tintineo blanco de las tazas y de los platos, mientras el azul del día, bajo los toldos, con el mar al fondo, inunda de luz la mesa. Todos ayudan, ayudamos. Pero no hay tareas asignadas. Y, aun así, la coordinación es tan perfecta como la de una bandada de estorninos que acude a comer a los campos; unos acarrean el pan tostado, otras ponen el mantel, otros las servilletas, la mermelada, la mantequilla, el aceite con pan y tomate, el azúcar negro portugués, y Hector, ¡qué gran muchacho!, la “zapatilla” con jamón del bueno, el café y la leche, y ¡qué leche!

Y así empezamos los días y las temporadas de la mejor manera posible con la perspectiva por delante de no hacer nada. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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