martes, 8 de septiembre de 2020 in

Morera

 

“En las fotografías,

como en viejos tumores,

el dolor y el cansancio

se asoman a los bordes.” (Félix grande)

 

Hoy en mi vuelta a La Medusa he soñado que me despertaba demasiado tarde de la siesta. En el sueño me había perdido algo muy importante. Me asomaba al balcón y allí entre unas extrañas luces violetas en el cielo oscuro seguía mi morera. Me entristecí, con la pesada tristeza de los sueños.

Me desperté a la realidad y eran las cinco y pico de la tarde y la luz amarilla, luz de septiembre lo cubría todo de un color dorado que hace que los objetos y las personas parezcan otros, o por lo menos no los de siempre. Y me puse a escribir y a vivir, a vivir recordando, intentando construir unos versos con el mismo barro que usó Homero: agua, carne, aurora, sangre, trastos viejos, resplandor, metal y oscuridades e incluso que en la construcción interviniesen materiales nuevos: cristal, estrella, pájaro, grillo, rumor, papel, arboles, la minuciosa lluvia y esa parra en sazón. Y emergió el poema, ese espacio donde se ponen las cosas. Y aquí está el espacio vacío que llena la Morera, mi vieja Morera.


Morera

¡Ay mi vieja morera!

 

Morera de patio de fonda pasajera

erguida en ese cochambroso cementerio

 de hierros retorcidos y herrumbrosos,

de sombra cautelosa que embelesa.

 Fuiste sombra de cuerpos destrozados,

plantada por la mano que la alberga,

nacida junto a una higuera,

bíblicamente maldita,

que entre malezas buscamos

esos juegos de niños

que todos venerábamos.

 

Ahora eres quietud de tiempos,

campo sin nada

y ayer refugio de consejas,

disputas pueblerinas

de asuntos de destiempo.

 

Nunca fuiste morera de silencios,

escuchando y oyendo

versiones de intereses de

jovenzuelos fatuos

de amores pendencieros y robados.

 

Crepúsculo de tardes tormentosas

agarradas al tronco de tu vieja madera

al lado de un caído tapial,

compañera de una parra dulzona

que alguien la cuidaba

mientras un hombre,

sentado la miraba.

 

Y allí junto a ella una acacia

con sombras de la historia,

desde fuera del tiempo,

aun sigues endulzando con el néctar

de tus áureos racimos gotas de almíbar

en el regreso.

 

Bajo la vieja morera me empapé de Virgilio,

bajo su sombra escribí cartas de amores,

lamenté mis fracasos,

pensé en engañosas promesas

que, retorciendo corazones infantiles,

de familiares venían.

 ¡Ay mi vieja morera!

En mi patio viviste como árbol

vestido con tus hojas, gigante

con cantos de brisas tempraneras,

me gustó visitarte,

y junto al tronco sentarme.

 

Fuiste morera, un árbol,

inmune hasta en inviernos,

el árbol que ya os digo

fue la voz de mis labios,

balanceos de sueños

que paraste hasta el tiempo.

 ¡Ay mi vieja morera!

PRJP. N.º 52. Junto al Mar Menor bajo la luz de septiembre, tan bella y melancólica siempre.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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