domingo, 5 de enero de 2020 in

No se han caído los sueños






No se han caído los sueños


 “Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas…/
…/Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo ganas
para ver el calzado
de mi pobre ventana.”

De adolescente tuve la dicha de leer que Miguel Hernández, cada cinco de enero, ponía sus abarcas de cabrero en la ventana y no le dejaban nada.
Hoy 5 de enero de 2020, y con el alma infantil, me atrevo a dirigirme, pleno de sueños infantiles, a esos queridos Reyes Magos de mi esperanza y de mi ilusión:

¿Os acordáis de mí? Queridos Reyes Magos. Supongo que sí.

De pequeño os escribí todos los años, y siempre me conformé con lo poco que recibía.
A los niños de casa grande, solían ser muy pocos, les traíais muchas cosas. A mí, sólo sueños, muy poco de lo que pedía, y a veces humo de sarmiento verde y llorón en cocina económica mal colocada y con poco tiro.

Bueno, sí, algo más: el aguinaldo preparado por mi madre- ¡ay, mi madre! - y esos turroncillos de guirlache casero, hechos con amor, mucho cariño y con almendra Marcona. Sabían a sus manos, el mismo aroma de cuando las besaba al salir de la escuela… Era la costumbre. Y también me dejasteis al pie de la ventana algunas mandarinas, pues eran más dulces y económicas que esas naranjas envueltas en fino papel.

Supongo, queridos Reyes Magos que, ante el trabajo para repartir tanta dádiva y generosidad, no daríais con mi casa. Nuestra casa tenía el número 18 de la calle Don José Elorza Aristorena, estaba escrito en negro, aunque la tinta apenas se veía. El sol y la lluvia lo habían casi borrado. Sería por eso por lo que no parabais, porque seguro estoy que recibiríais mis cartas. Porque yo, como tantos niños, teníamos sueños, y creíamos en vosotros, Reyes de Oriente. Éramos familia numerosa y muchos niños en toda la calle, y, además, ésta era muy larga, la más larga del pueblo. Pero siempre nos quedábamos en vela para ver si pasabais calle adentro para alcanzar los barrios de arriba de nuestro pueblo y dejar los regalos junto a los zapatos limpios sobre la vieja ventana de madera de vieja encina…Pero al final, el sueño nos vencía y nos dormíamos antes de poder veros. 

Cada año me esforzaba en escribiros, aunque a veces no lo lograra, con letra bonita y, siempre, sin faltas ortográficas. La mayoría de los años lo hice con tinta azul, de tintero y para estilográfica recargable.Y luego, en un sobre, la echaba en el buzón que había por fuera de la casa del cartero, en esa puerta marrón, unas casas más allá de la nuestra hacia el centro del pueblo, de este mismo lado de la calle-carretera y, aún me acuerdo…, ciertamente que le ponía sello.

Me pregunto ahora, ya mayor, en qué carroza, en qué alforjas de camello, quedaron olvidadas las cartas de aquellos niños soñadores, niños capaces de inventar historias con los juguetes que os pedíamos mientras os escribíamos con nuestra su mano nerviosa.

Pero llegaba el 6 de enero, y como el poeta dice en las Abarcas Desiertas del poema, acabábamos con los zapatos vacíos, rotos pero limpios, y jugando de nuevo en el “juego-pelota”, ahora frontón, con ese balón más parecido a la vejiga del cerdo de la reciente matanza, o corriendo por las calles haciendo rodar un aro o al escondite o, también, al marro entre los viejos corrales de la decrépita Dula…

Hasta que un día nuestras madres o algún muchacho más avispado que nosotros nos dijo que los Reyes eran los padres. Y entonces se nos cayeron los sueños, se rompió el decorado de la historia que nos inventábamos. Era sólo de piedra y cartón. Y supe por qué al amigo que vivía en la casa grande le traían tantas cosas, y a otros tan pocas; y a mí, esa tan querida caja de pinturas Alpino y poco más…
Así que rabié, porque en vuestras correrías no habríais dado con el número 18 de mi calle mientras creí en vosotros. Y ahora me entristezco por todos esos niños que escriben cartas, más que por lo que no les traéis, por aquello que se les está hurtando: la vida, los sueños y esas historias de creer en algo.

Ya no os pido ahora para ellos lo que os quedó olvidado en vuestras carrozas de mis años de infancia. Aquellos regalos que no se entregaron, sino para que mantengáis en los niños que os escriben lo que es de ellos: sus sueños e ilusiones, y no se pierdan tras las huellas de vuestros camellos por esos senderos polvorientos por donde os marchareis en la alborada de cada 6 de enero. Os pido, que yo, ya no quiero recuperar el tiempo, ni los paquetes que no me entregasteis. Fui feliz con los juegos sencillos en las calles abiertas al horizonte de mi pueblo.

Pido que los niños que os escriben encuentren y vivan su infancia en cualquier caja de regalo, aunque no lleve el envoltorio dorado del resto de los otros regalos, que encuentren la sonrisa, el calor de unas manos, y un camino hacia la escuela…Eso, hacia la escuela. ¿Os pido tanto?

Pido que esos niños, concretados en mis nietecillos, se sigan emocionando ahora, porque después, ya no podrán recuperar el tiempo, la ilusión, su infancia, aunque sea sin juguetes. Y se encontrarán con sus zapatos rotos permaneciendo en sus queridos pueblos donde poder de nuevo soñar. Es allí, aunque comiencen a vaciarse, donde más gratificante se sueña y que piensen que es allí donde jamás morirá ese niño aunque  crezca. 

Pido para ellos. Vale.
"¿Le digo que venga?
¡Llámale tú, anda!
Tengo dos zapatos; le voy a dar uno,
y cuando los Magos
pasen por mi casa
ya sabrán que allí duerme un niño
y pondrán juguetes
de tierras lejanas…”

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

2 Comments So Far:

  1. Mientras leía este entrañable y cálido relato y, mientras, sin apenas darme cuenta se me llenaban los ojos de agua en forma de lágrimas silenciosas y inacabadas con cierto gustillo a sal, no he podido dejar de sentir dentro de mis entrañas esa extraña sensación con sabor agridulce por los recuerdos vividos en mi infancia en Martiherrero, un pueblecito pequeño y castellano viejo de la provincia de Ávila...Allí desde los tres años hasta que lo dejé, cumplidos los diez, fui rabiosamente feliz con mis padres y abuelos paternos y rodeado de vacas de leche credos,gallinas,burritos zamoranos,etc y un montón muy grande de grandes amigos que aún conservo.Tu relato, querido Pedro Roberto, solo difiere del mío por su ubicación; todo lo demás parece copiado con el papel de calcar morado de nuestra querida y feliz infancia, carente de caprichos y bienes materiales pero preñada y a rebosar de recuerdos inolvidables, de cariño,de amistad, de paz y felicidad, que ya la quisieran hoy la mayoría de niños de nuestro entorno.Seguiré...otro día... pues la emoción,alegría,tristeza,añoranza y la ausencia de mis queridos padres, Pedro y Rosa María me han rodeado en una maniobra involuntariamente envolvente y apenas me dejan respirar...pero soy consciente que lloro de nostalgia y de sentimientos por todos y todo aquello que ya nunca, nunca jamás volverá...m

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    1. Recuerdo querido Pedro, tú también lo harás, eres de la misma escuela a
      Cicerón cuando escribió esta reflexión que nunca he podido olvidar: «No sé si con la excepción de la sabiduría, los dioses han otorgado al hombre ninguna cosa mejor que la amistad». Suscribo estas palabras porque, como decía el gran orador y estadista, la amistad nos ayuda a ser mejores y sólo es posible cultivarla dentro de la virtud.
      He sido un hombre muy afortunado porque tengo muy buenos amigos y sólo siento hacia ellos una profunda gratitud. Gracias. Tú eres uno de ellos Amigo Pedro Manuel. Un abrazo y sigue disfrutando de las cosas que nos quieren hurtar.

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