jueves, 7 de junio de 2018 in

Hoy no me pidas poemas; ahí van mis recuerdos.








Hoy no me pidas poemas; ahí van mis recuerdos.

“Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
No soy de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España”.
(Miguel Hernández)

“El mundo rural se viene abajo. No hay recambio, los viejos se mueren y los jóvenes no quieren vivir ahí. Esa crisis de la España interior no se percibe en las grandes ciudades”, señala Fernando Rodríguez de la Flor, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Salamanca

Hoy tomo como referencia los versos del Miguel Hernández y las palabras de Fernando Rodríguez de la Flor y el recuerdo de ese álamo en los estertores de la primavera, con las hojas, ya salidas, con sus amentos rosados, algo rojizos, tan llamativos que dan ganas de escribirlo: sus ramas blancas, el cielo azul, los amentos rojos como estrellas marinas brotando en tardía primavera. Reconozco, o yo no he leído suficiente, que el álamo es uno de esos árboles del que no se ha escrito demasiado, aunque se escriba en su tronco, o se graben corazones atravesados por una flecha, cuando la flecha que de verdad te atraviesa, es la flecha que se pone y que ya no vuelve. Esta escritura de los jovenzuelos sobre el tronco de los álamos se ve favorecida por su corteza blanda y blanquecina, como de hoja en blanco y tratando de adquirir ese aspecto de señor muy mayor, tal vez por su blancura. 

Hoy, y ahora que lo rural se viene abajo y a la sombra de ese álamo pueblerino, quiero pegar la hebra que va de la boca al aire del que respira el árbol que, callado, escucha y ve como la gente va y viene y, a veces, no vuelve, mientras el álamo sigue en la plaza. 

Hoy y bajo la sombra de ese álamo lugareño deseo recordar conversaciones con algún artesano sobre oficios, ya casi desaparecidos, y que representan a esos últimos, como el mejor o uno de los mejores, de aquellas sagas de cuchareros de boj: “Hay que elegir bien los troncos de boj en el monte, me decía. De eso depende, en gran medida, la calidad del tenedor, de la cuchara y hasta del cucharón”.

Hoy deseo recordar, quizás ya no vuelvan, aquellas conversaciones cuando el artesano aldeano, sentado sobre el banco o tajón, cortaba la madera con el hacha de labrar e intentaba dar forma definitiva al mango de los cubiertos con la marraza o cuchillo de mano, para luego, sólo con la azuela, especie de gubia curva, lograba vaciar el hondón del cazo de la cuchara, hasta que con una cuchilla o navaja y mucha paciencia dejaba a la madera lisa, suave y luciente.

Y, ahora que ya está ahí la nada demográfica, es saludable recordar aquí a esos toneleros del reino del buen vino dándole a la maceta, al chazo, al cepillo de oreja, a la garlopa, al estobador, al gasteador, a la rasqueta, a la azuela y a la sierra adentrándose en la madera de roble del País dejando un perfume seco para retomar más tarde la madera de cerezo que es algo más afrutada.

Y avanzar a través del silencio tratando de escuchar los últimos sonidos, ronquidos o tañidos de ese centón de cencerros -hierro y latón- de todo tipo: acampanados, cuartizos, campano, esquila, campanillo…que se pudieron y aun se pueden moldear en los encerraderos por las alturas de los Cameros Viejos.

Ya no hay, o sí, aunque estén en mis emborronados recuerdos a la sombra de mi álamo blanco: cuchareros, toneleros, cereros, olleros, alfareros, cordeleros, cencerreros, hojalateros, molineros o curtidores…que un día fueron la pequeña nobleza artesanal de nuestras villas. Oficios que han desaparecido o van desapareciendo, después de cientos, de miles de años. Son herencia y símbolo de otras edades, y preciosas excepciones de la nuestra. Quién sabe si un día volverán en forma de arte, de afición o de necesidad. Vale.

Dime

los versos silenciosos,
delirantes,
de tus lágrimas de gozo,
derramadas
por un cielo poblado de mejillas. (PRJP)


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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