jueves, 22 de marzo de 2018 in

¡Qué alegre Raicilla! Epílogo floral







En el corto camino de cuatro semanas he entrado en contacto con las tierras de Grávalos, mi pueblo, en época de floración de sus almendros para inspirarme este pequeñito poemario, que hoy termina, en el que he llegado a preguntarme: ¿de dónde esa fascinación tan fuerte que, este año, me ha empujado a la soledad de los campos de mi pueblo, hasta arrojarme, literalmente, en los brazos de los almendros en flor? ¿Qué es lo que me comunica ese árbol en su efímera floración, que tanto poder tiene sobre mi espíritu inquieto y sobre mi palabra sedienta de belleza?
Lo que me sedujo y seduce del almendro en flor, amén del contraste entre su tronco gris y rugoso con la cristalina transparencia de sus profusas rosas es, sin duda alguna, el mensaje de desprotección con que hermosura tanta se ofrece a nuestras miradas atónitas. Me ha recordado y me hace meditar sobre el misterio del ser. Me siento perdidamente hermano de su generoso florecer, ofrecido sin resistencia a los rigores e inclemencias del tiempo, pero sabiendo que, aceptar florecer para morir, es la sabiduría máxima que cabe en corazón de criatura. Vale.

¡Qué alegre Raicilla!

¡Qué alegre Raicilla!
¡Que idilio de campo!
¡Qué jubilo de almendro!
¡Qué épico mi cielo!
¡Qué pesada huella!
¡Qué gozo de verso!

¡Todo revivido
 en mi flor de almendro!
¡De aquella Raicilla,
bucólico ascenso,
y mi alma al viento!

Si miro hacia el cerro,
 ¡qué alegre mi cielo!
Si miro a mis Peñas,
¡qué crestas más bellas!
Si horado en mis pasos,
¡qué alegre mi verso!

¡Todo, todo, todo,
de celeste soplo,
 tan gozoso todo
como flor de almendro
de alegre Raicilla!

¡Y hasta aquí he llegado
con versos de almendros!

PD. RAICILLA: Nombre propio de un lugar gravaleño.

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