¡Qué alegre Raicilla! Epílogo floral
En el corto camino de cuatro semanas he
entrado en contacto con las tierras de Grávalos, mi pueblo, en época de
floración de sus almendros para inspirarme este pequeñito poemario, que hoy
termina, en el que he llegado a preguntarme: ¿de dónde esa fascinación tan
fuerte que, este año, me ha empujado a la soledad de los campos de mi pueblo,
hasta arrojarme, literalmente, en los brazos de los almendros en flor? ¿Qué es
lo que me comunica ese árbol en su efímera floración, que tanto poder tiene
sobre mi espíritu inquieto y sobre mi palabra sedienta de belleza?
Lo que me sedujo y seduce del almendro
en flor, amén del contraste entre su tronco gris y rugoso con la cristalina
transparencia de sus profusas rosas es, sin duda alguna, el mensaje de
desprotección con que hermosura tanta se ofrece a nuestras miradas atónitas. Me
ha recordado y me hace meditar sobre el misterio del ser. Me siento
perdidamente hermano de su generoso florecer, ofrecido sin resistencia a los
rigores e inclemencias del tiempo, pero sabiendo que, aceptar florecer para
morir, es la sabiduría máxima que cabe en corazón de criatura. Vale.
¡Qué alegre Raicilla!
¡Qué alegre
Raicilla!
¡Que idilio de
campo!
¡Qué jubilo de
almendro!
¡Qué épico mi
cielo!
¡Qué pesada
huella!
¡Qué gozo de
verso!
¡Todo revivido
en mi flor de almendro!
¡De aquella
Raicilla,
bucólico ascenso,
y mi alma al
viento!
Si miro hacia el
cerro,
¡qué alegre mi cielo!
Si miro a mis
Peñas,
¡qué crestas más
bellas!
Si horado en mis
pasos,
¡qué alegre mi
verso!
¡Todo, todo, todo,
de celeste soplo,
tan gozoso todo
como flor de
almendro
de alegre
Raicilla!
¡Y hasta aquí he
llegado
con versos de
almendros!
PD. RAICILLA: Nombre propio de un lugar
gravaleño.
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