Postal de gitanillas sangrantes
Postal de gitanillas sangrantes
Bajo
qué ramas, di, bajo qué ramas
de
verde olvido y corazón morado
la
roja danza muerde tus talones
y
te estrechan amantes amarillos. (Antonio Gala)
Los viajeros sabían y también lo comprobaron que Córdoba
es un mito para los islámicos, es la soñada, la grandeza, la silenciosa, la
desdeñosa que lo ha tenido todo y según el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras, Pablo García Baena, es “escuela para el goce de la vida” y su alma está
en los patios.
Y allí se fueron los viajeros: a gozar de la vida y de la
ciudad, a deambular por su casco histórico, a perdernos entre callejuelas,
zaguanes, plazuelas, olores y paraísos florales intramuros, a iniciar una
especie de acertijo, de ruta en ruta por la zona más árabe, por la más judía, o
la más cristiana. Nosotros lo hicimos por San Basilio, la judería, santa
Marina, san Agustín y san Lorenzo, donde miles de macetas caían en cascada por
las paredes, adornando valores arquitectónicos populares: ventanas al patio,
lavaderos con dos pilas y galerías porticadas con zaguán, crujías
desestructuradas, pozos y lavaderos, pervivencia de los servicios colectivos de
la casa de vecinos. El día a día pasa y se desarrolla allí inconscientemente,
entre suelos enchinados, dependencias de residentes mirando al patio,
integración arquitectónica y humana del pasado y del presente. Todo se nos presenta
como estructuras alargadas, que se adentran hasta el último rincón de la casa
donde todo se embelesa de la belleza floral. Otros tienen planta rectangular
albergando colecciones de especies de árboles de arriete, salpicadas de otras
especies de menor porte, con nectarinos, trompetos, limoneros, pacíficos
jazmines, frontales gitanillas, chumberas nuevas, tinaja en el centro, naranjo
y pericones y…al fondo la bodega donde suelen descansar los propietarios. Todo
fue un continuo bullar entre flor y flor y entre esas moradas privadas con
generosidad infinita donde el silencio impagable sólo se interrumpía por el
brote de un surtidor de agua o el murmullo de ese pozo natural. ¡Qué placer fue
para los viajeros sentarse en esos atrios romanos, edenes árabes, huertos
judíos y sentir la espiritualidad y el refugio cristiano como si fuesen, que lo
son, claustros conventuales!
Uno de los más antiguos, de los más pequeños, de los más
bellos y de los más premiados es el de la calle Postrera, 28, compuesto por
pila, pozo escalera y ¡hasta canario! Aquí todo se nos presentó como intimista,
sobrio, mesurado, místico, alegre, vital sensorial, verbal y luminoso.
Todos, y así los disfrutamos, son postales de gitanillas
sangrantes sobre inmaculada cal. Todos eran un conjunto colorista de claveles,
jazmines, buganvillas, pilistras, petunias, damas de noche y geranios,
colocados por gentes sencillas, anónimas, bondadosas y maestras en la mejor
escuela de la vida en macetas de hoja de lata, todas azules y puestas, como si
fuesen palabras, sobre el piso de canto rodado.
Esta andadura fue para los viajeros una inmensa fortuna,
muy apreciada y distinguida, puesta ahí, a un giro de esquina, junto al puente
romano y la frescura de los sotos de Albolafia. A un golpe de vista, a un chasquido
de dedos...Son patios sublimes, antesalas entre la casa y el cielo bajo el
perfume de sus encantos floridos. Y, al
despedirnos, allí quedaron sus puertas abiertas de par en par, sus rejas,
ventanas, puertas y callejas como deseando no perder el rumbo ante tanto ruido.
Vale.
“Viene y se va. Yo nunca me despido.
Al oído del alma le murmuro:
-"Gracias, bien mío, por haber venido”.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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