lunes, 1 de mayo de 2017 in

HAN VUELTO LOS VENCEJOS






HAN VUELTO LOS VENCEJOS…

“Han vuelto los vencejos;
las cosas naturales vuelven siempre;
las hojas a los árboles,
a las cumbres las nieves.
Han vuelto los vencejos;
lo que no es arte vuelve;
vuelta constante es la naturaleza
por cima de las leyes”. (Miguel de Unamuno)

Estos días, vísperas de cruces y de patios, han transcurrido para los viajeros entre una maraña de piedra y naranjos, limoneros, naftarinos, pacíficos, rosales, geranios y gitanillas, claveles y clavelinas, camelias, jazmines, dalias y diamelas combinando con cuidado el sol y la sombra. Todo ello en espacios donde los zaguanes, con enchinados cordobeses, son entradas con reminiscencias de pórticos para caballos, y donde pequeños patios coronados por algún suelto ciprés y conjunto de clivias nos daban la bienvenida y donde todo giraba en torno a ese pozo rodeado de vegetación y con especies florales tradicionales, como esos rosales de pitiminí, buganvillas, palmeras y cintas que nos condujeron al verdor y hasta el frescor. 

Llegamos a descansar en patios de estructura romana y árabe, con zaguanes marmolados y cancelas castellanas que, constantemente, nos invitaron a recordar vivencias familiares que se vivieron y aún viven en ellos. Y en ellos fue donde nos dimos cuenta que todo en estas angostas callejuelas es vida con lo esplendoroso de sus naranjos, limoneros y olivos que, rodeados de setos de arrayán aromatizado, robustos de boj coronados por diamelas, celestinas y hortensias, fueron capaces de alegrar los zócalos alverados del espacio a dos alturas, una para el regocijo y otra para el refresco de las noches de verano.


En estos nuestros recorridos, sugerentes y a pie llegamos a contemplar esa postal de Córdoba desde el otro lado del Guadalquivir, junto a la Torre de la Calahorra, donde vimos volar a los vencejos encimando ese muro singular de la Mezquita, hasta llegar a posarse sobre las almenas del Alcázar de los reyes cristianos y hasta fueron capaces de insinuarnos que nos adentráramos por el casco viejo que algunos describieron como dédalo, retícula, filigrana, laberinto...hasta llegar a comprender esas metáforas como palabras que no se deterioraran por mucho que se abuse de ellas, llegando a comprender que visitar Córdoba era como disfrutar de un buen libro por vez primera o releerlo sin que nos desilusione ahora que hemos crecido. 

Y como esos vencejos, los del año pasado, sobrevolando el puente romano y el Arco del Triunfo hacían que se agrandase poco a poco el muro de la Mezquita mientras sus calles adyacentes culebreaban hasta decorarse por tiendas, tabernas y hostales que el público llenaba después de descender desde esos carruajes que hasta pudieron darnos lástima. 

Y al final el magnetismo de la Mezquita y la llamada de su jardín nos sedujeron. Y entre sol y sombra y con olor a azahar allí estaba el patio de los Naranjos, gente tumbada, leyendo, conversando, meditando y, como queriendo convertirse, como poetas o filósofos, en Sénecas Maimónides y Avicenas. Y deseando vencer el inmovilizante misticismo aromático decidimos penetrar en la simetría del bosque de columnas donde el efecto del reflejo dentro del reflejo se desordenaba si adoptábamos perspectivas diagonales y fue allí en el interior de la Mezquita donde la sensación de amplitud se nos emborronaba y las columnas siempre escondían algo detrás. Y mientras los vencejos deseando sobrevolar el mihrab, en el muro de la quibla, y, como en Damasco, orientado hacia el Sur. Y fue verdad que, aquí en Córdoba, nadie es capaz de celebrar más el sol que los vencejos. Y es que no hay ave a la que le guste más el cielo azul, el aire quieto para, al volar, moverlo.

Y al retirarnos una luz irreal iluminó las nubes del crepúsculo. Mientras, abajo, en las fresnedas del soto de la Albolafia, mirlos, trigueros, currucas capirotadas y zorzales estiraban los últimos minutos del día, antes de que la oscuridad fuese total y resplandeciese luminosa la Calahorra o la aceña llamada de Kulaib.

En fin, los viajeros, terminando el día, regresaron a sus clásicos y hasta algún lugareño llegó a preguntarnos qué significan los vencejos. Una clase de pájaros, les respondimos, recordándoles que los hemos visto volar en el horizonte, negros, de forma parecida a la de las gaviotas, pero más pequeños, presagiando el estancamiento de nubes. Y antes de que comenzara a llover volvimos al poema de Unamuno: "...ya vuelven los vencejos, las cosas naturales siempre vuelven". Vale.

Han vuelto los vencejos;
los del año pasado, los de siempre,
los mismos de hace siglos,
los del año que viene,
los que vieron volar nuestros abuelos
encima de sus frentes natura fuerte,
verán también volar, negros y leves.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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