HAN VUELTO LOS VENCEJOS
HAN VUELTO LOS VENCEJOS…
“Han
vuelto los vencejos;
las
cosas naturales vuelven siempre;
las
hojas a los árboles,
a
las cumbres las nieves.
Han
vuelto los vencejos;
lo
que no es arte vuelve;
vuelta
constante es la naturaleza
por
cima de las leyes”. (Miguel de Unamuno)
Estos días, vísperas de cruces y
de patios, han transcurrido para los viajeros entre una maraña de piedra y
naranjos, limoneros, naftarinos, pacíficos, rosales, geranios y gitanillas,
claveles y clavelinas, camelias, jazmines, dalias y diamelas combinando con
cuidado el sol y la sombra. Todo ello en espacios donde los zaguanes, con
enchinados cordobeses, son entradas con reminiscencias de pórticos para
caballos, y donde pequeños patios coronados por algún suelto ciprés y conjunto
de clivias nos daban la bienvenida y donde todo giraba en torno a ese pozo
rodeado de vegetación y con especies florales tradicionales, como esos rosales
de pitiminí, buganvillas, palmeras y cintas que nos condujeron al verdor y
hasta el frescor.
Llegamos a descansar en patios de
estructura romana y árabe, con zaguanes marmolados y cancelas castellanas que,
constantemente, nos invitaron a recordar vivencias familiares que se vivieron y
aún viven en ellos. Y en ellos fue donde nos dimos cuenta que todo en estas angostas
callejuelas es vida con lo esplendoroso de sus naranjos, limoneros y olivos que,
rodeados de setos de arrayán aromatizado, robustos de boj coronados por
diamelas, celestinas y hortensias, fueron capaces de alegrar los zócalos
alverados del espacio a dos alturas, una para el regocijo y otra para el
refresco de las noches de verano.
En estos nuestros recorridos,
sugerentes y a pie llegamos a contemplar esa postal de Córdoba desde el otro
lado del Guadalquivir, junto a la Torre de la Calahorra, donde vimos volar a los
vencejos encimando ese muro singular de la Mezquita, hasta llegar a posarse sobre
las almenas del Alcázar de los reyes cristianos y hasta fueron capaces de insinuarnos
que nos adentráramos por el casco viejo que algunos describieron como dédalo,
retícula, filigrana, laberinto...hasta llegar a comprender esas metáforas como palabras
que no se deterioraran por mucho que se abuse de ellas, llegando a comprender que
visitar Córdoba era como disfrutar de un buen libro por vez primera o releerlo
sin que nos desilusione ahora que hemos crecido.
Y como esos vencejos, los del año
pasado, sobrevolando el puente romano y el Arco del Triunfo hacían que se
agrandase poco a poco el muro de la Mezquita mientras sus calles adyacentes
culebreaban hasta decorarse por tiendas, tabernas y hostales que el público
llenaba después de descender desde esos carruajes que hasta pudieron darnos
lástima.
Y al final el magnetismo de la
Mezquita y la llamada de su jardín nos sedujeron. Y entre sol y sombra y con
olor a azahar allí estaba el patio de los Naranjos, gente tumbada, leyendo,
conversando, meditando y, como queriendo convertirse, como poetas o filósofos, en
Sénecas Maimónides y Avicenas. Y deseando vencer el inmovilizante misticismo
aromático decidimos penetrar en la simetría del bosque de columnas donde el
efecto del reflejo dentro del reflejo se desordenaba si adoptábamos
perspectivas diagonales y fue allí en el interior de la Mezquita donde la
sensación de amplitud se nos emborronaba y las columnas siempre escondían algo
detrás. Y mientras los vencejos deseando sobrevolar el mihrab, en el muro de la
quibla, y, como en Damasco, orientado hacia el Sur. Y fue verdad que, aquí en Córdoba,
nadie es capaz de celebrar más el sol que los vencejos. Y es que no hay ave a
la que le guste más el cielo azul, el aire quieto para, al volar, moverlo.
Y al retirarnos una luz irreal
iluminó las nubes del crepúsculo. Mientras, abajo, en las fresnedas del soto de
la Albolafia, mirlos, trigueros, currucas capirotadas y zorzales estiraban los
últimos minutos del día, antes de que la oscuridad fuese total y resplandeciese
luminosa la Calahorra o la aceña llamada de Kulaib.
En fin, los viajeros, terminando el
día, regresaron a sus clásicos y hasta algún lugareño llegó a preguntarnos qué
significan los vencejos. Una clase de pájaros, les respondimos, recordándoles que
los hemos visto volar en el horizonte, negros, de forma parecida a la de las
gaviotas, pero más pequeños, presagiando el estancamiento de nubes. Y antes de
que comenzara a llover volvimos al poema de Unamuno: "...ya vuelven los
vencejos, las cosas naturales siempre vuelven". Vale.
Han vuelto los vencejos;
los del año pasado, los de siempre,
los mismos de hace siglos,
los del año que viene,
los que vieron volar nuestros abuelos
encima de sus frentes natura fuerte,
verán también volar, negros y leves.
Texto
y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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