jueves, 15 de septiembre de 2016 in

Pasión de paisaje, del paisaje propio





Pasión de paisaje, del paisaje propio

“Mi sensibilidad has exaltado,
paisaje familiar, tierra nativa,
palmera y limonar, zarza agresiva,
río y vega feraz, monte escarpado”. (Francisco Sánchez Bautista)

Está a punto de caer un chaparrón con el canto de la tórtola entre los goterones. Oigo de cerca lo que diviso e imagino de lejos. Las ovejas que salen de un campo, que fue de hortalizas, retozan con sus esquilas. Espero a que escampe mirando las flores cabizbajas de esa hilera de borrajas con su azul asombroso. Camino. Campos de olivos rodeados de piedras, cubiertas de matojos. A sus pies el ramón grisáceo que llevan las águilas para abrigar a los polluelos-aguiluchos a lo alto de la peña, llamada del Fraile, coronada por la figura de un bonete clerical. Sale, recién lavado, el sol. Brillan, entre los olivos, muy erguidas, unas flores malvas que me parecen “Lupinus albus”, vulgarmente llamadas altramuces y que sirven de alimento a los ganados. Toda la tierra, entre las piedras, está florecida: cantuesos, retamas, escobas, romero, espliegos, tomillos y jaras. Baja un arroyo con blandura, agua blanca, entre fresnos y avellanos que verdean. Más arriba, negros viñedos en terrazas de piedra y un señor que me vigila apoyado en su azadón. Peñas arriba, laderas cubiertas por almendros desmayos de un verde tierno, caduco y con fruto a punto de descocar. En la parte alta, enormes piedras grises entre unas nubes ligeras como la niebla.

Una vaguada en el río, más bien barranco. Un puente de piedra, que aún sobrevive al afán por ensancharlo todo, une las dos orillas de esta angostura de rocas y fresnos. Acaba un día de calor y la tarde, al fin, refresca. Con los arrullos de las tórtolas vuelve la actividad sonora; son cuatro o cinco, y sus voces roncas contrastan con los parloteos líquidos de los jilgueros.

Desde los sillares canta un petirrojo, a quien tanto le da un puente que una roca natural. Abajo, en las marañas de la orilla, da paso un ruiseñor común. Escapa un mirlo. Y las alondras comienzan a reunirse para emigrar. Y se enzarza con la voz un zarcero. Siempre en la orilla, reclaman las enredaderas de campanillas, como si fuesen lavanderas blancas. Croan, escasamente, las ranas comunes, silban los ruiseñores, armonizan los mirlos, rascan sus alas los grillos. Cae la tarde.

Y en plano corto sueño con ese conjunto de flamencos chapoteando, gruñendo con la cabeza bajo el agua mientras rebuscan alimento en el fango. No están solos, pero están lejos de estas peñas y “turruntales” norteños. Y una nube de golondrinas, mezcladas entre vencejos, animan el croar de unas ranitas comunes ahora que el otoño está ya cerca. Vale
 
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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