De vuelta
De vuelta
“Niño,
yo, tierra adentro,
desnudaba
mi alma
ante
espejos de azahar.
Ya
hombre, todo tierra,
vuelve
en alma mi vida
si
me la
viste y la desnuda el Mar.…” (Antonio López Baeza)
A vosotros, los que visitáis esta
página, os diré como dejó dicho Tales, el primer filósofo: “Todo está lleno de
dioses”, nadie sabe muy bien qué quiso expresar exactamente con eso. Yo que a
lo largo de mi extensa actividad docente he tenido que escudriñar ésta y otras
frases del milesio, fue largamente bonito figurarme, y así traté de
explicárselo a mis alumnos, que el de Mileto sólo trataba de exteriorizar su
asombro.
Y hoy, a punto de agotarse el
bochorno, debo hacerles partícipes del asombro que durante todo el estío me ha
impedido reflejar, junto a esa Nikon de mis amores, todos esos cientos de
instantáneas que he logrado retener sin poder plasmar la verdad de la hora azul
ni de la mañana ni de la tarde. Debo confesarles que he retenido hermosas
imágenes, pero sin el embeleso de los espejeos del agua del azarbe, las sombras
inquietas de los árboles, el último sol en la hierba y todas las demás cosas
que se ven, las campanas repicando, la grava del sendero, el temblor de las
hojas, ese pato graznando como si se riera. Y el olor dulzón de los prados con
lluvia. El soplo del aire, la tibieza de un día del final del verano, la
palpitación de mi cuerpo, y mis pensamientos, que van juntos con los otros
restos de la tarde. Y ese instante de vacío en el mundo cuando un verano se
pierde, esa luz de oro. Y está mi carne, mi conciencia ardiendo.
He andado por ahí los últimos dos
meses, asombrado, ocioso y vacando, retroalimentándome con algunas de esas
cosas que he visto, leído o hecho y que acabarán saliendo aquí. Así que en los
días que vendrán hablaré de un número indeterminado de olas, de ese viejecillo
con un pañuelo en la cabeza, de esa roca marina en forma de camello, de los
caminos polvorientos de los pueblos y de alguna ciudad un tanto luminosa, de
pájaros y bares de pueblo. Ese será mi lote de realidad, acicalado con tierra
seca y de mediodías calurosos en verano y tierra fría, de hielos afilados
cuando ruje el cierzo. Todo será derramado aquí como el que vuelca un capacho lleno
de uvas, en la vendimia.
Es septiembre y llegan las
mareas. A estas alturas del sur aún no es otoño. Entre el verano y el otoño
debería haber un nombre para otra estación, breve, esta de la hermosa
declinación. A la flor del cerezo, a la luna de agosto o la nieve, añadir la
arena blanca y fría y el sol amarillo.
Aquí todavía no ha llegado el
otoño de las lluvias y de gota fría, que asombra y embelesa encauzándome a
leer, junto al espigón del puerto, los versos de M.ª Victoria Atencia:
“Escucho las campanas del puente de los
barcos:
septiembre es mes de tránsito y una goleta
viene
a llamarme a las islas, o el cuarto se
desplaza
lentamente. ¿Quién parte
junto a los marineros o quién roza mis
muebles?
Oh puerto mío, acógeme esta tarde,
envuélveme un pañuelo de lana por los
hombros
o llévame en un cuarto de roble mar
adentro”.
Y ya vale. Quedo aquí junto a
Eugenio de Andrade para más adelante “…hablar del espíritu del otoño”. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright
©
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