jueves, 1 de septiembre de 2016 in

De vuelta





De vuelta
“Niño, yo, tierra adentro, 
desnudaba mi alma 
ante espejos de azahar. 
Ya hombre, todo tierra, 
vuelve en alma mi vida 
si
me la viste y la desnuda el Mar.…” (Antonio López Baeza)    

A vosotros, los que visitáis esta página, os diré como dejó dicho Tales, el primer filósofo: “Todo está lleno de dioses”, nadie sabe muy bien qué quiso expresar exactamente con eso. Yo que a lo largo de mi extensa actividad docente he tenido que escudriñar ésta y otras frases del milesio, fue largamente bonito figurarme, y así traté de explicárselo a mis alumnos, que el de Mileto sólo trataba de exteriorizar su asombro.

Y hoy, a punto de agotarse el bochorno, debo hacerles partícipes del asombro que durante todo el estío me ha impedido reflejar, junto a esa Nikon de mis amores, todos esos cientos de instantáneas que he logrado retener sin poder plasmar la verdad de la hora azul ni de la mañana ni de la tarde. Debo confesarles que he retenido hermosas imágenes, pero sin el embeleso de los espejeos del agua del azarbe, las sombras inquietas de los árboles, el último sol en la hierba y todas las demás cosas que se ven, las campanas repicando, la grava del sendero, el temblor de las hojas, ese pato graznando como si se riera. Y el olor dulzón de los prados con lluvia. El soplo del aire, la tibieza de un día del final del verano, la palpitación de mi cuerpo, y mis pensamientos, que van juntos con los otros restos de la tarde. Y ese instante de vacío en el mundo cuando un verano se pierde, esa luz de oro. Y está mi carne, mi conciencia ardiendo.

He andado por ahí los últimos dos meses, asombrado, ocioso y vacando, retroalimentándome con algunas de esas cosas que he visto, leído o hecho y que acabarán saliendo aquí. Así que en los días que vendrán hablaré de un número indeterminado de olas, de ese viejecillo con un pañuelo en la cabeza, de esa roca marina en forma de camello, de los caminos polvorientos de los pueblos y de alguna ciudad un tanto luminosa, de pájaros y bares de pueblo. Ese será mi lote de realidad, acicalado con tierra seca y de mediodías calurosos en verano y tierra fría, de hielos afilados cuando ruje el cierzo. Todo será derramado aquí como el que vuelca un capacho lleno de uvas, en la vendimia.
Es septiembre y llegan las mareas. A estas alturas del sur aún no es otoño. Entre el verano y el otoño debería haber un nombre para otra estación, breve, esta de la hermosa declinación. A la flor del cerezo, a la luna de agosto o la nieve, añadir la arena blanca y fría y el sol amarillo.
Aquí todavía no ha llegado el otoño de las lluvias y de gota fría, que asombra y embelesa encauzándome a leer, junto al espigón del puerto, los versos de M.ª Victoria Atencia:

“Escucho las campanas del puente de los barcos:
septiembre es mes de tránsito y una goleta viene
a llamarme a las islas, o el cuarto se desplaza
lentamente. ¿Quién parte
junto a los marineros o quién roza mis muebles?
Oh puerto mío, acógeme esta tarde,
envuélveme un pañuelo de lana por los hombros
o llévame en un cuarto de roble mar adentro”.

Y ya vale. Quedo aquí junto a Eugenio de Andrade para más adelante “…hablar del espíritu del otoño”. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

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