lunes, 1 de junio de 2015 in

Golondrina en bajo vuelo, anuncia lluvia en el cielo





Golondrina en bajo vuelo, anuncia lluvia en el cielo

“Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan,
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace el nido
y mis manos no la peinan
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan”. (Gabriela Mistral)

Ahora que la golondrina ya vuela en bajo vuelo estoy, como diría Josep Pla, apacentándome en la frescura del ambiente, en su soledad divina, complaciéndome en la densidad vegetal, donde la luz se adormila en la pereza. Y canta: No puc, no puc, no puc...

Ahora que faltan pocos días para sentarme de nuevo en la orilla del Mar Menor me gustaría tener una fresca arboleda junto a mí y escuchar, a cualquier hora del día, la voz lejana del cuco marcando el paso de las horas y que mi oído comprobase ese parloteo musical y acelerado de la golondrina, formado por gorjeos encadenados con final característico: un prrr áspero de ave cantarina, emitiendo reclamos frecuentes, sobre todo en su agudo uit, uit. Y caer rendido, después del concierto, bajo una masa de pinares maduros antes del amanecer o descansar en el fondo de un valle bajo una mata de robles dentro de una fresneda, o soñar, al caer la tarde, bajo un abetal y junto al mismo pinar de la mañana pero en noche cerrada. Yo sé que, andando por estas salitrosas orillas, estos escenarios no serán posibles.

Yo sé que debo olvidarme de esos negros cielos de allí, ya que aquí apuntarán primorosos los azules de la mañana. En ese momento, contra el silencio del mar empezarán a resonar en los humedales costeros, salinas y marismas las llamadas del día. Los cucos estarán entre los primeros, pero no serán los únicos; junto a ellos cantarán también petirrojos, chochines, charrancitos y gaviotas, chorlitejos y cigüeñuelas. Y en ocasiones todos acelerarán la cadencia, elevarán el tono y hasta intentarán parodiar su propia voz.

Y aquí, entre retorcidos pinares, seguiré soñando con esas bandadas de golondrinas, aves delicada, de alas largas y apuntadas, de larga y ahorquillada cola, gráciles y aerodinámicas, de color negro, con reflejos azules metálicas por arriba y blancas crema en las partes inferiores. Adornada su frente y garganta de color rojos con un collar negro. De vuelo ágil, rápido y acrobático, y siempre ocupando espacios aéreos, por debajo de aviones y vencejos.

Y cuando caiga la mañana recordaré esos rodales de robles melojos cercados por fresnos que estarán deseando intercalar pausas de silencio junto la compañía de esos grillos y saltamontes que veo templar sus élitros con el aire ya más que tibio de la mañana.

Y al pasar el día y cuando el sol empiece a declinar hacia el oeste y aún quede mucho para la noche esperaré que la actividad se acelera toda la actividad se explaye. Y es que ya todo es una sombra y una tumba, aunque los grillos rasquen a conciencia con las alas y los anfibios rellenen el fondo sonoro bajo el azul cielo iluminado por la luna en cuarto menguante. Y es aquí, cuando todo ejerce aburrimiento, donde me gusta silbar y canturrear como si esperase  el sonido de la lluvia sobre el ramaje y el rumor de ese mar cercano. 

Y mientras el viento mece las cercanas palmeras y extrae de cada una de ellas un rumor diferente pienso que si el bosque es un gran contador de historias, también el mar lo es. Un fuerte viento sostenido arranca un siseo agudo a las acículas afiladas de los pinos próximos a casa, un sonido que, efectivamente, me recuerda el murmullo de ese mar tan cercano. Y mientras el cielo de intenso azul resplandece suena un sonido fantasmagórico en un escenario que, aparte de la sombra, no tiene nada de misterio.  

Y aparece un una nueva ilusión. El estruendo es fenomenal, pero la situación no es tan grave; no es para tanto. El vendaval sacude las largas palmas de dichas palmeras, que actúan como amplificadores y dan a una fuerte brisa la apariencia de un huracán. Si las cosas fueran como las palmera nos cuentan, el mirlo de pico amarillo no silbaría tan tranquilo. 

Y como, pasada la medianoche, no tengo nada que hacer, curioseo que, en el parque cercano a “La Fuensantica”, un aprendiz de astrónomo ha instalado un telescopio, de tubo ancho como un tambor, anunciando con un escrito a mano: “Para poder ver a  Saturno”, pidiendo debajo la voluntad. Hablo con él y me dice ser tarde para ver el planeta y que las golondrinas ya están en sus nidos, pero que si lo deseo puede enseñarme dos estrellas en paralelo. Ajusto con dificultad la pupila al visor y ahí están las dos estrellas, muy lejanas la una de la otra. Echo una moneda en la caja de cartón y el astrónomo me da las gracias. Me cuenta que quedó en paro hace unos meses. Y ahora, como tampoco puede enseñar el vuelo de las golondrinas, se gana la vida ofreciendo vistas de planetas y estrellas en las noches del junio vecinal ribereño. Vale.

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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