You Are At The Archives for octubre 2024

viernes, 25 de octubre de 2024 in

Palmeras

 



Hoy último viernes de este mes de octubre, a punto de cambiar la hora, me he despertado cansado, con dolor de piernas producto de la gran caminata de ayer, he bajado a la playa junto a mi esposa a tomarnos un café con leche, yo ahora lo tomo en vaso, y me he puesto a reflexionar sobre lo que Rafael Azcona manifestó hace mucho tiempo: “que en la vida ya está todo perfectamente rimado”, pero, aunque eso sea cierto, hoy no me voy a quitar de jugar a poetizar para meterme a orfebre de no sé qué. Y me he puesto manos a la obra ante estas dos fotografías de mi paseo. Y, como siempre, hoy vuelvo a escribir para mí:

 

Biografía

 

Mi huella sobre la tierra.

¡Mi camino sobre el Mar!

 

Mocoso, yo, tierra adentro,

desvestía mi alma

ante espejos de azahar.

Ya hombre, todo tierra,

vuelve mi vida en alma

sí me la viste

y la desnuda el Mar...

 

Mi huella sobre la tierra.

¡Mi camino sobre el Mar!

 

PRJP. N.º 37 En Garnacha cuando octubre decae

 

Palmeras

 

Banderas del Mar... ¡Banderas

izadas sobre mis penas...!

 

Instaladas en el puerto junto al mar,

humildes centinelas de un camino

o victimas náufragas de la argamasa:

permanecéis enhiestas frente al viento,

otoñáis flameando de amarillos,

sabiendo que el esplendor es traicionero.

 

Banderas del Mar... ¡Banderas

izadas sobre mis penas...!

 

PRJP. N.º 38 En Garnacha cuando octubre decae

  

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.


viernes, 18 de octubre de 2024 in

SENSACIONES DE OTOÑO EN GARNACHA

 

SENSACIONES DE OTOÑO EN GARNACHA

Hoy me detengo para exponer, ¡qué osado soy!, en una vaga imitación, un manojo de poemillas con antecedentes en la literatura china clásica de hace once, doce, trece o catorce siglos, es una estrofa de cuatro versos, cuya extensión, algo más amplia y con menor sujeción a la naturaleza permitiendo una mayor respiración que la de los recurridos haikús japoneses. Como se ve todo es un vicio de la poesía, refugio de hermosuras que permite al viejo poeta andar y soñar e incluso acudir cada día, mañana, tarde o noche a presentar estos ramilletes de versos al lector.

Ju ejú es su nombre y ju ejú es una palabra que me fascina por su oscura eufonía aliterativa, aparte de que me recuerda los días, y particularmente las noches criminales de otoño e invierno en los que se levantaba el cierzo ladrón tras haber nevado a modo y la cellisca nos cegaba, impedía ver o desplazarnos.

 


Tan solo a ella,

a la espiga más alta,

pertenece esta luz.

 


Tan solo a ellas,

a las hojas caídas,

pertenece este día.

 


 

Tan solo el humo,

como niebla de otoño,

pertenece a este pueblo.

 


 Me atormenta tu silencio:

¡Cállate, Mar! ...

Me lisia tu silencio

sin nada de novedad...



 

 No seáis tontos, las grandezas

tienen origen de nada

y en poco habrá de trocarse

la rimbombante alabanza.

 


 

Que las grandes vanidades

son lo mismo que la paja,

pronto se hacen quebradizas,

se pudren y son mortaja.

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.

 






viernes, 11 de octubre de 2024 in

Nogales

 




“Los que dicen que escriben versos
mejor que los dioses, no serán
castigados como Niobe, que tejía
mejor que las diosas y osó
decirlo y le mataron
los hijos y la convirtieron en mármol.”
(Juan Gelman)

 

Aquel septiembre, caminando entre abrojos, tierras abrasadas y perfumado con los múltiples olores campestres de esos paisajes teñidos de ocres, amarillos y rojos, me acerqué hasta el valle de las Peñas de Arriba en el que los ancestros de mis antepasados habían plantado unos nogales. Tiene historia, para mal y para bien, esta nogalera.

Aquella mañana de septiembre hacía un angustioso calor que mitigaba con ese enorme sombrero de paja que hacía juego con las amapolas rojas, como el fuego, que marcaban mi camino. ¿Dónde me he metido otra vez? me gritaba. No dejaba de hablar mientras los pies se revolcaban en la arena del camino. Tenía las mejillas encendidas y los ojos me brillaban de un modo extraño. No me distraía ni mirando el sol que estaba a punto de alcanzar su cenit. De repente estremecí ante un mar de espigas de centeno y el paso por la belleza del mitadenco me hizo rebotar contra la montaña de enfrente y volverme hacia mí como un eco y, no sé por qué, en el rebote, se me vino a la cabeza aquella excursión escolar que hace aproximadamente setenta años hicimos para bañarnos en la balsa de peñas arriba.

Llegando hasta la nogalera, descansé y, pies aptos, así las cosas, me puse a trepar por un enorme nogal para varear sus ramas e intentar ver mi reflejo en la alberca a la que el nogal, aquel inmenso nogal, daba sombra, pero nunca lo conseguí porque a aquella hora el sol caía de lleno en el agua y la hacía brillar como un trozo de oro caliente que me cegaba.

 Sabía que el nogal es un árbol con muy mala sombra, pero no tanta, y que nada crecía bajo la densa umbría que sus ramas proyectaban. Nunca pensé que, siendo la culminación del sol, ésta no me dejase ser feliz contemplando mi reflejo en el estanque, pero esa mala sensación fue compensada con el airoso porte del Franquette de hasta 30 metros de altura, longevidad centenaria y la excelencia de su fruto. 

Una vez aposentado en la rama más frondosa de la elegida noguera la vareé y algunos frutos cayeron al suelo. Fracturé unas cuantas y fui consciente de la fuerza de esa pequeña bomba de energía y grasas repleta de ácido linoleico, fólico, calcio, fósforo, hierro, sodio, potasio y otros nutrientes. No esperé para consumirla ni pensé era necesario dejarla secar hasta que se desprendiese de su cáscara verde. Solo deseaba que, al comerla, mejorase esos tenues síntomas de los músculos inflamados por el cansancio.

 Cuando la luz dejó de deslumbrarme, tanto que me pesaban los párpados y se me aflojaban las extremidades como si hubiera bebido vino dulce, me fui de nuevo a la alberca, donde encontré un silencio lleno de sombra y de olor al balago del cercano centenal ya cosechado. Allí colmé mi soledad con personajes y lugares remotos: la escuela, la excursión, el grupo de niños, el maestro, las canciones, los campos de colores al viento, Gulliver en el país de los caballos habladores, Ulises en las islas de Calipso y de Circe.

 El cuerpo se me fue hundiendo cada vez más en el aislamiento, se apoderó de mí un sopor de unos pocos minutos y empecé a dar cabezadas, algo, eso sí, que no podía confesarle a nadie, sólo a las Peñas de Arriba. Fue un sueño dulce y, al despertar, me dio la impresión de haber regresado de otro mundo. Pero las Peñas de Arriba reían y las nueces seguían colgadas maduras de la noguera, y yo, con las manos siempre prestas a romperlas y mi boca deseosa de saborearlas.

 Recuerdo que aquel verano no llovió nada, igual que ahora. Los campos yermos estaban como abrasados sin darles tiempo a brotar de nuevo, la hojarasca no se pudría ni se transformaba en tierra. Por la noche, y al retirarme, llegó a soplar un vendaval tan tremendo que las cortinas del salón se movían sin que nadie las tocara.

 Y al final me puse a caminar de nuevo mientras decía para mis adentros si, de todos los mundos, de todas las estrellas que son otros mundos, no sería la Tierra, la de las Peñas de Arriba, la más bonita. Vale.

 


Nueces

Al nogal que han arrancado

no dejarán ya sus trinos

las calandrias y jilgueros,

los verderones y mirlos.

Sus ramas ya no son fuertes

donde construir sus nidos

esa pareja de horneros.

 

A ti nogal calcinado

tal vez no llegue esa joven

a utilizar tus sombrajos,

donde soñar una noche,

veraniega y estrellada,

sus anhelos abismados.

 

Fuiste rojo de fuego

muy de mañana,

descuajado y tronchado

ardiendo en la orilla del camino

envuelto en tus cenizas

y con lluvia arropado.

 

PRJP. N.º 33. En Garnacha y a la sombra del jinjolero.

 

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.

 

viernes, 4 de octubre de 2024 in

Esos veranos

 

Esos veranos

 


De aquellos días de vacaciones ,y siendo un niño, siempre recordaré aquellos sucedidos: los polluelos de cogujada, caídos o arrancados del nido, que quedaron allí inertes bajo el ciruelo del huerto; los juegos con los amigos de la escuela y el sabor de aquellas rebanadas de pan tostado con nata y azúcar que se asentaron para siempre en mi paladar; estaban los juegos en el puerto, en la dula o por las eras con otros niños, quizá unos años mayores que yo, que gritaban y nos perseguíamos como vencejos; estaba el alegre volteo general de campanas tocando a misa o al rosario y, también, a aquel incendio de algún desaprensivo desconocido que hizo arder unos fascales de centeno con no sé qué objetivos. Estos divertimentos se unían al hecho de estrenar zapatos, aprender a montar en bicicleta, leer tebeos y coleccionar los cromos de futbolistas que aparecían en las tabletas de chocolate “Orbea” o “Francés” y que me parecían más importantes que los arcángeles.

Todo lo daba todo por bueno con tal de pensar, aunque fuese poco. Fueron veranos gozados como niños de pueblo en la calle y tumbados boca arriba a la sombra de unos chopos y al frescor de las pozas a la orilla del barranco, mientas de lejos llegaba la voz de una vocalista que cantaba en lo que siempre fue y será el baile.

 Esos veranos

 

¡Qué veranos!

 Eran tiempos sin escuela,

de mis juegos en pandilla:

de la comba, de la piedra,

de coger ladrones

con sudor a borbotones

como juegos de guerrilla

del hinque, del gua

y la peonza.

¡Qué veranos!

Como un año al sol entero,

con siestas hasta en el suelo

con cansancio y sobre manta

y temor a la tormenta.

Era el tiempo de la madre

y sus caricias,

de su voz dulce,

de sus ojos alegres,

de su tierna sonrisa

perfumando los días

con hierbaluisa.

¡Qué veranos!

 

PRJP. N.º 33. En verano de 2024 y en un atardecer de cualquier día.

 

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.


Con la tecnología de Blogger.

Seguidores