jueves, 20 de octubre de 2022 in

Embeleso

 


 


Nos hemos trasladado desde el mar a la solitaria y melancólica Castilla y como escribió Azorín “lo hemos dejado muy lejos de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo.”

El viaje lo hemos comenzado muy de mañana en las orillas del río Eresma, al pie de su Alcázar y con el fondo silueteado de la mujer muerta que, en los días claros, como es hoy, nos conduce a ver dos nubes cerca de la cabeza de esa mujer muerta, dicen que son los espíritus de los dos hermanos que se acercan a besar las mejillas de su madre.  

Un sol tibio hace brillar el oro de los chopos y resalta el primer cobre otoñal de los montes. Al cruzar el pueblo y, dejando atrás el Acueducto, nos hemos encontrado con el gentío al dirigirnos hacia el Alcázar y, ya dentro, embelesados, el silencio se rompía de cuando en cuando por el graznido alto de un cuervo.

 

Embeleso

 

Embelesados

frente a las lentas aguas del Eresma

claridad crepuscular,

rayando el día.

Primer amor. 

¿Primer dolor?

No, fue y es amor.

 

Amor de estrella, de brisa,

de ave, de arroyo claro

hicieron de las sonrisas

un gesto humano preclaro.

 

Es igual que el arroyuelo

al que fluyen muchas aguas,

se fue agrandando su cauce,

sus orillas se separan

y asi, al llegar al mar,

río con mar se amalgaman,

y el mar aumenta sin verse

su mole inmensa de agua.

 

Recuerdos que no se fueron,

cantigas que aún existen,

amores que no murieron

memorias que nunca desisten.

 

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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