lunes, 21 de octubre de 2019 in

“Fotos que no hice en su momento”




Huerto en Ayabarrena, aldea de La Rioja, en las proximidades de Ezcaray

“Fotos que no hice en su momento”

“En mi casa blanca de la calle Nueva había una cancela que daba del patio de mármol al de los arriates. La cancela era de hierro y cristales, blancos, azules, granas y amarillos. Por las mañanas ¡qué alegría de colores pasados de sol en el suelo de mármol, en las paredes, en las hojas de las plantas, en mis manos, en mi cara, en mis ojos!¡Con la luna de noche, qué belleza, mate sorda y rica!” (Prólogo: “Por el cristal amarillo” Juan Ramón Jiménez)

“La Natura es un templo donde vivos pilares
 dejan, a veces, brotar confusas palabras;
 el hombre pasa a través de bosques de símbolos
 que lo observan con miradas familiares.
(Charles Baudelaire; Las Correspondencias)

Recomiendo este libro, recomiendo su lectura, nunca lo he hecho, nunca he recomendado nada, hoy lo hago después de leer “Fotos que no hice en su momento”, y lo hago como la gustosa obligación de un rezo diario. Es un libro breve, de sólo sesenta y ocho páginas que, en sus aisladas oraciones, me han acercado al cielo de la literatura exquisita.

Es un librito tan sencillo que parece escrito para todos aquellos que provenimos de aquellas zonas rurales del ayer y hoy, como dicen, vaciadas. También para los demás. Así de sencillo, el título. Y así de sencillo, el libro todo. El libro, todo él, está escrito con palabras llenas de campo, y si sale del campo es para nombrarlo con otras palabras y mirarlo desde otra perspectiva. Antonio Santos, su autor, ha recogido -qué hermosa cosecha- lo mejor del campo y de sus gentes para envolverlo en estas páginas bellísimas, sutiles, cuasi etéreas a veces, y a ellas entré y cuando salgo, a ellas vuelvo. Para mí es un libro que nunca terminaré de leer, porque nunca dejaré de leerlo. 

Antonio retrata la siesta campesina: “Como flor que se repliega sobre sí, ya acabado el almuerzo, cerrábamos puertas y ventanas. Extendíamos, en el leve frescor de las baldosas, un viejo saco sobre el que tumbarnos, y se hacía la quietud…” Y Antonio habla de aquella mimosa que trajeron sus padres: “Del viaje de novios trajeron como piedra de fundación el esqueje de un árbol cuyo nombre desconocían. Mi padre lo plantó a unos metros de la casa, hacia el este, al lado de la cuesta que daba acceso a la tierra de labranza…” Y completa la misma foto: “No supieron nunca su nombre; siempre fue para ellos el árbol de las flores.” Y pinta cuando volvían, niños, del cine: “…teníamos que volver con la sola compañía de la luna grande. Esa luna que había iluminado minutos atrás a los seres de ultratumba y que ahora convertía en fantasmas las secas cardenchas del camino.” Y dibuja la luna de agosto: “Filtra la parra la luz de la luna de agosto. Como si un relámpago no interrumpido iluminara la escena, todo se ve: el colgadizo, la higuera, los perros que juegan y a veces ladran, desconcertados quizás por el extraño día que la noche les brinda. En su silla de anea dormita mi abuelo. Lo acaricia el frescor, cosquillea en su rostro un juego de luces y de sombras que lo vuelven fantasma, espectro divertido.” Y reproduce las tormentas del verano: “Agosto se camufla en víspera. Oscurece la tarde. La llena de un impúdico olor a tierra humedecida que noto también en mi cuerpo de niño. Abandono la ropa en el fino rastrojo que me hiere: a su engaño le enfrento la verdad de mi sombra. Que me venza si puede, que mañana vendrá otra vez la certeza.” Merece la pena. Vale.  

Vieja casona con versos de poeta: Poyales
PD. Para escribir este post me ha servido como modelo el escrito por Antonio García Barbeito y titulado “Lecturas”
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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