…San Mateo huele a recuerdos imborrables, a añoranza, a volveré. Huele a trajes típicos almidonados, a perfumes rancios por el pasar de las horas, a escarapelas y lentejuelas. A vermús con la familia, comidas con los compañeros y copas con los amigos. A calle Mayor, a Espolón, a San Juan, a Ebro. A zurracapote, a chamizos, a pachucas, champis y sangrecilla. A barracas, a tragantúa, a salchichas, a pepinillos rellenos de anchoa, a churros y chocolate. A amor, a desengaño y olvido, a café, copa y puro, a bocata de calamares, a estación de autobuses, a fardelejos, a porrón y a jarro lleno de vino de bodega bajo tierra. A mora de zarza, a endrinas, a olores de frutos rojos, a notas de especias, a cacao, a buena madera de roble, a lácteos y regaliz. A taninos amables y fáciles de beber, a vino con personalidad, sabroso, largo y persistente, a garrafón, a gordillas, a tortilla de patatas bien picante y del Mere. A calle fresca, mojada y recién baldeada, al rojo cereza y a vino limpio y brillante. A virutas de jamón, a hombres mayores y con menos años, a la ropa de las chicas riojanas y a la ropa para la fiesta sacada del arca y...

Todos estos, seguramente habrá más, si desean  me los cuenta, son, están siendo los olores de una fiesta, de las fiestas Mateas. San Mateo huele a septiembre y septiembre a San Mateo. Van unidos, no se pueden separar y es que los dos huelen a vida.