Hágase la luz
Hágase la luz
Regreso al pueblo, retorno a Grávalos una vez más.
Recorro el pueblo desde “el Puerto” hasta “La Carrera”. Y lo que antes se me
presentaba como un largo y espacioso corredor en el que desembocaban estrechas,
frías, oscuras y sombreadas callejuelas,
asentadas sobre rocas trapezoidales de color gris-plomo-azulado, de nombre “china”,
ahora se me aparece todavía más estrecho y más lúgubre, donde por sus escasos
recovecos se cuelan los noctámbulos murciélagos, vencejos, alguna golondrina y
esos astutos gorriones, amigos de los
graneros, revoloteando por todas las solitarias callejas. Las recuerdo
desoladas, descarnadas en su oscuridad, como antros y túneles sin sombras y como
en ruinas. Y es entonces cuando pienso en ese letrero de antaño en el que se
pedía a la autoridad, por supuesto competente, en una muy buena y grandiosamente
acicalada pancarta aquello de: “Queremos agua, luz y teléfono”.
El pueblo, mi pueblo, por aquellos años, era de noche perpetua en el
que daba tiempo a imaginar las sensaciones y meditaciones de Eneas, “cuando la
noche el mundo descolora”, donde se aposentaban los remordimientos, el dolor,
las enfermedades, la vejez, el miedo y el hambre”. Y, como en todo el libro VI de la Eneida, todo
era “sólo tenues fantasmas volanderos, / sin cuerpo, inconsistentes”. Hoy y
ayer todo este mundo representó el mundo de la oscuridad que me condujo a
custodiar el mito, vigilar la leyenda y amparar la fantasía literaria, como reino
de las sombras, del sueño y del letargo. Y en medio de esta gruta, ¿quién pudo
encontrar la luz el sabio?, ¿el que lleva el candil y lo alimenta o el que lo
sigue? Quedo callejeando el pueblo y lo sigo contemplando como esa gruta oscura,
temerosa e indefensa del: “Queremos agua, luz y teléfono”.
Es ahora que la electricidad está en boca de todos y
a punto de electrocutarnos, cuando recuerdo
los candiles de las casas de mi pueblo en el momento en el que los filamentos
de aquellas bombillas “de alto voltaje” ni siquiera llegaban a encandecer.
Estaban ahí como temblorosos, como deseando dar luz sin llegar a término. Era
invierno y pronto, muy pronto, se hacía de noche como ahora, eso no ha cambiado
y la luz de la oscuridad aumentaba a medida que el fuego era atizado o se
sumaban el número de velas encendidas o los candiles de carburo y de aceite comenzaban
su chisporroteo. Tenía su encanto y hasta era romántico participar de la
tertulia, del juego, de la cena, de la primera cabezada y de la lectura, con
premio de quedarnos ciegos, cuando todo sucedía, nunca mejor dicho, a dos
velas. Todos esos sentimientos fueron y son guardianes de nuestras primeras noches.
En fin, hágase la luz, y la luz se hizo, pero más
cara. Al final, deseo la normalidad y, si esto es justo, que venga Dios y lo
vea. ¡Qué va a ver, qué va a ver!, si Él ni nosotros vamos a tener ni luz para alumbrarnos. Ahora que la
luz corre a su velocidad no tengo más remedio que recordar, jugando con ella,
la moda del momento y todo aquello, que mostrándose en el escaparate no dejamos
de repetirlo: Luz Casal; el gusiluz; la gente corriente; estar a dos velas; Marisol;
Santa Lucía; el gusano de luz; la cocina de leña; hombres y mujeres con pocas
luces; Lucinio; Luces de Bohemia. Ser un Sol. El traje de luces. La ciudad de
la luz. Pasear entre dos luces; Soltour; las bicicletas son para el verano; los
Remeros del Volga; el sol de medianoche; La Puerta del Sol; el pueblo de Luces en Asturias;
Repsol; el Energisil; el sol y sombra; el gas butano; el lucero del Alba; The
Sun; o Sole mío; la luz de cruce; Lorenzo; el imperio del Sol Naciente; el
calor negro; el lavado a mano y el tango “A media luz”. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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