viernes, 1 de abril de 2016 in

Gorrión





Gorrión
“Y el saltarín gorrión,
saltando a saltitos, quiso
seguir también la lección”. (Rafael Alberti)

Mi agricultor, hace poco más de una semana recordó y lo escribió en   elblogdelagricultor.blogspot.com.es, lo que de niño le enseñaron sus mayores: fue aquello de que era pecado matar golondrinas, asegurándole que eran aves sagradas porque en el Viernes Santo acudieron al Calvario para arrancar las espinas de la frente del Crucificado y, según otra versión menos comprobada, lo que hicieron las golondrinas en realidad fue acercar en su pico un poco de agua a los labios resecos del Cristo agonizante. Fuera lo que fuere, había que tratarlas con veneración y, por supuesto, nadie debía cazarlas. He tenido que recordarle a mi agricultor que, antes de Cristo, no estaban tan bien vistas, ya que uno de los consejos que las escuelas pitagóricas establecían era aquel que señalaba: “No permitas que una golondrina haga su nido bajo tu tejado”.

Ha sido esta entrada la que me ha conducido hasta este primero de abril para escribir de los humildes gorriones, pájaro vulgar, el más conocido y universal de todos, presente en los cinco continentes, compañero inseparable del ser humano y que algunos llaman pardales. Escribe mi agricultor que este pasérido común de color marrón-pardo, adaptable y poco exigente, sedentario, de vida corta, de apenas catorce centímetros de largo y treinta gramos de peso, que se alimenta de lo que encuentra -granos, semillas, migas de pan, frutos e insectos y desperdicios, agua fresca-, que anida en las grietas de los edificios o debajo de las tejas y que ni siquiera puede presumir de un canto armonioso, nunca hubiera podido aspirar a que iba a ser declarado oficialmente “Ave de 2016”. Por mucho que ahora se le declare ave de 2016 siempre estuvo allí, yo lo he visto de niño y de mayor, también de joven, nunca pasó desapercibido, picoteando en el suelo de la plaza, entre los coches o las mesas de la terraza, en la arena de la playa, en los tejados, en las acacias de la acera o en las antenas de la televisión, en grupo, solos, en parejas y cuando los amilana una mirada vuelan. A partir de ahora, ya no puede haber indiferencia ante “don Gorrión”.

El honor hacia “Don Gorrión” no es de ahora, ya, siendo niño, y con la entrada de la primavera, vi convertirse los tejados del pueblo, empezando por el de la casa de mis padres, la iglesia, escuela, ruinas desoladas, tristes y silenciosas en una ruidosa pajarería y si no relean estas hermosas líneas escritas por Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, LXIII: 

“La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.

¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, ¡cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva.
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que la suya ni más Dios que lo azul, son mis hermanos, mis dulces hermanos.
Viajan sin dinero y sin maletas; mudan de casa cuando se les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábado; se bañan en todas partes, a cada momento; aman el amor sin nombre, la amada universal.

Y cuando las gentes, ¡las pobres gentes!, se van a misa los domingos, cerrando las puertas, ellos, en un alegre ejemplo de amor sin rito, se vienen de pronto, con su algarabía fresca y jovial, al jardín de las casas cerradas, en las que algún poeta, que ya conocen bien, y algún burrillo tierno - ¿te juntas conmigo? - los contemplan, fraternales”.

Llegados hasta aquí, uno se acuerda de lo que dejó dicho Miguel Hernández, en ese cuento inconcluso “El gorrión y el prisionero”:

“Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio torvo del mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos llegan, por conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro pájaro llega. Se les ve en los rincones más apartados. Se les oye en todas partes. Corren todos los riesgos y peligros con la gracia y la seguridad que su infancia perpetua les ha dado […].”

¡Por favor que no se vayan y, si se marchan, que vuelvan para jamás olvidarlos! ¡Qué enorme acierto! ¡Que vuelvan… y también las golondrinas, qué caray! Para volver a recitar aquellos versos hermosos  de Gustavo Adolfo Bécquer:
“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y, otra vez, con el ala a sus cristales
jugando llamarán”. Vale


PD. Las fotografías están sacadas, 01/02/2016, desde la plataforma del restaurante San Antonio situada en el Mar Menor y en pueblo de Los Alcázares, Murcia. 

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores