Gorrión
Gorrión
“Y
el saltarín gorrión,
saltando
a saltitos, quiso
seguir
también la lección”. (Rafael Alberti)
Mi agricultor, hace poco más de
una semana recordó y lo escribió en
elblogdelagricultor.blogspot.com.es, lo que de niño le enseñaron sus
mayores: fue aquello de que era pecado matar golondrinas, asegurándole que eran
aves sagradas porque en el Viernes Santo acudieron al Calvario para arrancar
las espinas de la frente del Crucificado y, según otra versión menos
comprobada, lo que hicieron las golondrinas en realidad fue acercar en su pico
un poco de agua a los labios resecos del Cristo agonizante. Fuera lo que fuere,
había que tratarlas con veneración y, por supuesto, nadie debía cazarlas. He
tenido que recordarle a mi agricultor que, antes de Cristo, no estaban tan bien
vistas, ya que uno de los consejos que las escuelas pitagóricas establecían era
aquel que señalaba: “No permitas que una golondrina haga su nido bajo tu
tejado”.
Ha sido esta entrada la que me ha
conducido hasta este primero de abril para escribir de los humildes gorriones,
pájaro vulgar, el más conocido y universal de todos, presente en los cinco
continentes, compañero inseparable del ser humano y que algunos llaman
pardales. Escribe mi agricultor que este pasérido común de color marrón-pardo,
adaptable y poco exigente, sedentario, de vida corta, de apenas catorce
centímetros de largo y treinta gramos de peso, que se alimenta de lo que
encuentra -granos, semillas, migas de pan, frutos e insectos y desperdicios,
agua fresca-, que anida en las grietas de los edificios o debajo de las tejas y
que ni siquiera puede presumir de un canto armonioso, nunca hubiera podido
aspirar a que iba a ser declarado oficialmente “Ave de 2016”. Por mucho que
ahora se le declare ave de 2016 siempre estuvo allí, yo lo he visto de niño y
de mayor, también de joven, nunca pasó desapercibido, picoteando en el suelo de
la plaza, entre los coches o las mesas de la terraza, en la arena de la playa,
en los tejados, en las acacias de la acera o en las antenas de la televisión,
en grupo, solos, en parejas y cuando los amilana una mirada vuelan. A partir de
ahora, ya no puede haber indiferencia ante “don Gorrión”.
El honor hacia “Don Gorrión” no
es de ahora, ya, siendo niño, y con la entrada de la primavera, vi convertirse
los tejados del pueblo, empezando por el de la casa de mis padres, la iglesia,
escuela, ruinas desoladas, tristes y silenciosas en una ruidosa pajarería y si
no relean estas hermosas líneas escritas por Juan Ramón Jiménez, Platero y yo,
LXIII:
“La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris,
como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el
jardín los gorriones, Platero y yo.
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces,
llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, ¡cómo chillan,
cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando;
el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél
ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día
pardo aviva.
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre
monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les
dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos
olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres
esclavos, sin más moral que la suya ni más Dios que lo azul, son mis hermanos,
mis dulces hermanos.
Viajan sin dinero y sin maletas; mudan de casa cuando se
les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo tienen que abrir
sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábado; se bañan
en todas partes, a cada momento; aman el amor sin nombre, la amada universal.
Y cuando las gentes, ¡las pobres gentes!, se van a misa
los domingos, cerrando las puertas, ellos, en un alegre ejemplo de amor sin
rito, se vienen de pronto, con su algarabía fresca y jovial, al jardín de las
casas cerradas, en las que algún poeta, que ya conocen bien, y algún burrillo
tierno - ¿te juntas conmigo? - los contemplan, fraternales”.
Llegados hasta aquí, uno se
acuerda de lo que dejó dicho Miguel Hernández, en ese cuento inconcluso “El
gorrión y el prisionero”:
“Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de
los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa
trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la
existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el
silencio torvo del mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos
llegan, por conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro
pájaro llega. Se les ve en los rincones más apartados. Se les oye en todas
partes. Corren todos los riesgos y peligros con la gracia y la seguridad que su
infancia perpetua les ha dado […].”
¡Por favor que no se vayan y, si
se marchan, que vuelvan para jamás olvidarlos! ¡Qué enorme acierto! ¡Que vuelvan…
y también las golondrinas, qué caray! Para volver a recitar aquellos versos hermosos de Gustavo Adolfo Bécquer:
“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y, otra vez, con el ala a sus cristales
jugando llamarán”. Vale
PD. Las fotografías están sacadas, 01/02/2016,
desde la plataforma del restaurante San Antonio situada en el Mar Menor y en
pueblo de Los Alcázares, Murcia.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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