Repostar en una venta
Repostar en una venta
“Todo cuanto sea conservar el medio es
progresar; todo cuanto signifique alterarlo esencialmente, es retroceder”. (Un
mundo que agoniza, Miguel Delibes)
Ya está aquí la segunda semana de
abril y ésta suele dar para mucho. El cielo está encapotado, la primavera
consolidada, el viento riza la cabellera del Mar Menor a lo afro, las palmeras
se cimbrean y el perfil de La Manga se desdibuja en la lejanía.
Y ante todo este panorama los
viajeros decidieron adentrarse en el valle, Valle de Ricote, y antes de llegar
a él decidieron parar en una venta y echar un trago. En este nuestro caso fue
la venta del Olivo, casi en la raya entre Albacete y Murcia. Nos gustan las ventas
situadas a la orilla de la cuneta, cunetas de carreteras secundarias, cunetas
de zona rural donde, todavía, llegan con dificultad las señales de televisión,
no hay cobertura para los móviles ni para los portátiles…y se agradece, como
también que su clientela, muy fidelizada, repita la estancia. Cuando son
familias, los niños suelen integrarse rápidamente en la vida de la venta:
juegan con los niños, pocos por la despoblación. Algunos suelen ver ordeñar por
primera vez, limpiar las cuadras con todas sus faenas anexas…y hasta comprobé
cómo organizan para sus clientes, salidas guiadas al campo, ver los huertos,
reconocer especies, y finalmente, si se atreven, cocinar y degustar lo recogido.
Y entre trago y trago, algún
torrezno suelto y un exquisito salteado de setas, esas que llaman, según los
lugares en los que crecen: perrechicos, seta
de San Jorge o del Cuco, llamada así por empezar a salir cuando comienza el
canto de este pájaro o blanquilla de San Jorge, moixeró, usón y…Y ante este
muestrario gastronómico a la antigua usanza de sabores los viajeros se preguntaron
si toda esta estampa que estaban contemplando y saboreando no serían herencia
epigámica de otras ventas más antiguas. Los viajeros creen que sí, por ser
estancia de viajeros de paso, por la cercanía humana a la que invitaban y hasta
por invitar con jarra de vino compartida y productos de la tierra y mostrarse alegres
como lo demuestran estos divertidos e ingeniosos versos de Paco Vighi.
“Tiene tres hijas la mesonera,
así me dicen los mayorales.
Saben que mi alma curiosa espera
siempre aventuras sentimentales.
Tres hijas tiene. ¡Serán tres
rosas!
Siempre en los cuentos tres hijas
son
las de los reyes. ¡Divinas prosas
que arrullan siempre mi corazón!
Salen las mozas de la Orbaneja.
Se toma alegre la venta vieja.
Tiembla en mis labios un
madrigal.
Pero oyen sólo el cascabeleo
de la reata y el piropeo
ambiguo, y rústico del mayoral”.
Son estas ventas, y otras de las que prometo escribir a
finales de este mes cuando hayamos terminado de recorrer, justo al 23 de abril,
la ruta del Quijote, ventas digo, descangayadas, -caídas, exangües,
desmadejadas, descoyuntadas, descompuestas, desmadejadas… En mi pueblo, y en
riojano, los viajeros las hubieran descrito como lugares descancayados haciendo
uso de ese metaplasmo propio del pueblo o del castellano del pueblo. Todavía
uno de los viajeros recuerda aquel tango muy conocido de Gardel que describe:
“Sola, fané, descangayada, la vi esta madrugada salir de un cabaret; flaca, dos
cuartas de cogote y una percha en el escote bajo la nuez”. Palabra esta descangallar
prestada del gallego-portugués escangalhar, y que viene a significar
“escachifollar” estropear, malograr…
Y, terminando el viaje y el almuerzo, los viajeros
recuerdan ese cuentecillo que Petronio, en su Satiricón, nos relata sobre ese cliente
que, aquejado de una flacidez imposibilitadora de cualquier juego amatorio,
acudió a unas expertas masajistas que, tras bregar un buen rato, lograron eso
que humorísticamente algunos llaman “la resurrección de la carne”,
exteriorizando su alegría por el éxito obtenido con estas palabras:” ¡Mirad qué
libre hemos levantado…!”
A mí me gusta descancayado. Siento que dice, como
gravaleño, lo que quiere decir. ¡Es una farra producto de la venta o del
idioma! Vale.
Texto
y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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