Una tradición, de 122 años, se revive hoy
Una tradición, de 122 años, se revive hoy
Le cuentan a La Medusa que lo de este mediodía va a ser de buenos humos, de humos aspergeados y bendecidos, de toses, resfriados, posibles gripes y es probable que hasta de algún brote de viruela sobre la epidermis de algún niño y también algún mayor. Hoy hay que estar en Arnedillo para revivir con los arnedillenses la victoria de la unión entre la fe y la ciencia tradicional que venció la trágica epidemia de viruela negra que asoló la localidad del Alto Cidacos en 1888.
Siempre, según la tradición, esta celebración corresponde al último domingo del mes de noviembre, en honor a San Andrés -protector de la salud de los individuos-. Es la popular Procesión del Humo, será a las 12 horas y previa a la misa, el emblema de esta celebración. Después, ya saben, cofrades, bendición de roscos, subasta de productos tradicionales, antes, para que todo esto luzca, los cofrades habrán trasladado la imagen de San Andrés desde su ermita hasta la iglesia de San Servando y San Germán y como es fiesta una verbena popular desde la medianoche imprimirá el ambiente festivo a la velada.
Lo que verdaderamente importa hoy en Arnedillo es San Andrés, el romero, el agua y el humo, mucho, mucho, mucho humo, también la evocación de aquel brote de viruela que se produjo en esta localidad durante 1888. Es la tradición, de 122 años, que hay que revivirla todos los años.
El agua empapará los ramilletes de romero que, desde hace días, se bajaron, casi secos, del monte que apenas ha sido bañado por la lluvia este otoño. Las campanas de la iglesia de San Servando y San Germán repicarán y el fuego, minutos después, ante el sonido de las campanas, prenderá el agua, el romero y la tradición. Un año más, los arnedillenses con este ritual comenzarán a celebrar la “Procesión del Humo”, conmemorar las victorias de la fe y la ciencia unidas y tratar de espantar, si todavía ronda por sus callejuelas, esa peste, esa viruela negra que asoló la localidad del Alto Cidacos en 1888, dejando el pueblo como un erial.
A principios de ese año y por culpa del sarampión murieron treinta niños. Y entre octubre y noviembre, treinta y cinco vecinos caían ante la viruela negra, Treinta y treinta y cinco ¿por qué? El miedo corría entre las calles y los vecinos miraron a su alrededor, a su iglesia y a su monte. De la primera, la fe invocó a San Andrés, la última vela encendida por los siete santos venerados en la localidad. De la segunda, la sabiduría popular señaló las propiedades curativas y desinfectantes del romero.
La Medusa desea aclarar lo de las siete velas: Al no lograr poner coto a la epidemia, los lugareños acordaron situarse del lado de la fe para tratar de poner fin a la tragedia, en vista de que los medios científicos con los que contaban no lo habían logrado. Colocaron siete velas encendidas junto a los siete santos con que contaban en la iglesia entonces, acordando que sacarían en procesión al último al que se le apagase la vela. La última en consumirse fue la que habían situado junto a la imagen de San Andrés y fue a él al que procesionaron. Como quiera que la viruela negra ya hubiera hecho todo el daño que podía hacer, decidieron atribuirle al santo el haber puesto el punto final al mal.
Como en 1888, la ciencia y la fe se unirán y, en el mediodía de hoy, se hará humo al paso de la procesión encabezada por San Andrés. Hace 122 años, los contagios se frenaron y la enfermedad retrocedió. Quienes hoy surquen las calles ahumadas confían no sufrir ni un resfriado este invierno. La Medusa, por si las moscas, se vacunó a principio de octubre.
“¡Qué viene el santo!”, anunciará una voz entre la espesa humareda que ocupará las angostas calles. Y el baile de las ramas de romero se acelerará y avivará las hogueras, las toses y las lágrimas en los ojos, esto más por el humo que por la gripe o por los resfriados.
Paca, la Medusa, les avisa que este humo no previene que los ojos de los vecinos y visitantes se irriten y que muchos saldrán de la espesa humareda con alguna que otra lágrima colgando. No preocuparse, es humo de romero, un humo que ya se utilizaba en aquellos tiempos como purificador durante las epidemias. Grandes ramas de romero, previamente humedecido para producir más humo, llenarán toda la zona de una humareda que, según dicen los de Arnedillo, a quien lo respira le previene durante el invierno de gripes y catarros.
Fotografías y texto de La Medusa Paca. Copyright ©
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