EL ARADO
EL ARADO
“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; y préciate más de ser humilde virtuoso, que pecador soberbio...” (El Quijote, II, 42)
Lo que La medusa Paca hoy les describe es el comienzo de una serie de relatos que irán apareciendo para que los que la leen vean que todo ha cambiado en estos campos de nuestros amores, en esas tareas de nuestros sufrimientos y esos aperos de nuestros cansancios y se darán cuenta que, como en todo cambio algo se ha quedado envuelto por la reja y algo, muy poco, se ha ganado variando la proporción según los casos y las cosas.
Inicia esta serie refiriéndose a las labores agrícolas que se practicaban en mi pueblo por estas fechas y a los aperos que se empleaban hace aproximadamente una cuarentena de años, en los pueblos de La Rioja y fundamentalmente en aquel en el que nací, Grávalos, y en el que pazco, Villamediana de Iregua, éste con río y aquél con barrancos.
Para tener base para lo de hoy, Paca ha tenido que trasladarse hasta el lugar, ha sido este un cuadrado almacén, demasiado frío para tan casero y familiar tesoro, en el que estaban reposando la mayoría de los útiles coleccionados. Los atrezos del espectáculo que La Medusa allí ha visto tienen más años que la viña de Noé y, algunos pueden ser anteriores, aunque por lo que Paca entiende, muchos son posteriores, y algunos llegaron de pueblos vecinos y otros hasta de pueblos remotos.
Para empezar, aquí está el arado romano, símbolo universal de la agricultura.
Tras las últimas y benditas lluvias, está el campo de Villamediana de Iregua húmedo y relucido, y baja el Iregua ancho y marrón de tierra arrastrada, que es cosa de quedarse mirando.
El arado, de rejón o de reja y barrón, movía la tierra, abriéndole surcos hondos en invierno, y la mantornaba o binaba en primavera y verano, limpiándola de hierbas y dejándola mullida. Luego vinieron el “águila” y el “rusal”. En las viñas solían emplearse el “arado de golondrina” y el “araña”.
Tiraban de él una o varias caballerías, a las que el labrador dirigía al grito de “oe” (hacia la derecha), “buesque” (hacia la izquierda), “arre” (hacia adelante) o “so” (detenerse). El “yugo o yuguillo” se acoplaba al cuello y peto del animal, en el centro llevaban el “barzón” donde se introducía el timón del arado.
En mi pueblo, en vez de "oe" se decía "bullao".
La tierra limpia, mullida y abonada con estiércol llevado en “esportizos, serones” se le daba una pasada de “tabla” o de “rastra”, y ya podía el sembrador salir con el “capazo” al hombro y tirar la semilla de derecha a izquierda, yendo y viniendo sobre la emberca, superficie dividida para la siembra a volea o voleo.
Se pasaba después el arado y luego la “grada”, para terminar con la tabla- el labrador sobre ella- a fin de alisar la tierra. Y a esperar el tempero.
Si, a la salida del invierno, aparecían malas hierbas, las azadillas o “escardillas” y “los hocetes” acababan con ellas.
Ilustraciones de Julián de Velasco. Texto de La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply