lunes, 7 de noviembre de 2011 in

Apuntes para un Museo Etnográfico

Apuntes para un Museo Etnográfico

La Medusa Paca les informa que lo que hoy tienen en sus manos es un artículo que escribió para publicarse, así se hizo, en la Revista “La Voz de Trébago” en su número Nº 2. Lo importante no es lo que La Medusa Paca escribió, sino el poema de D. José Lázaro Carrascosa que aparece en dicho número. D. José fue todo un POETA, todo SEÑOR, todo un AMIGO cobijado en su más amplio ámbito de artista universal, en él cupieron todas las ciencias y todas las artes. De ello La Medusa les hablará en próximos días.



por Pedro Roberto Jiménez Pérez

Bajo el paredón calizo, casi vertical, de la sierra del Moncayo -la sierra grande- se arremolina el caserío de Trébago, toldado ese día por un cielo límpido.

Por escalones sucesivos de prados, pastizales, encinas, zarzas, lampazos y pinos, serpentea la carretera hasta el pueblo, al que sólo dos veces ha ido el viajero.

El Moncayo nos muestra en su costado occidental una hendidura natural que a la gente le marca el tiempo en los días de sol.

Yendo por la comarcal de Narros, la carretera atraviesa las afueras del poblado, dejando a la derecha una casa, y en la calle, perpendicular a la carretera, una zona de huertas con bajeras y corrales dentro. El caserío de este antiguo lugar de mayorales se espesa a las faldas de la Iglesia Parroquial de la Asunción, levantada en un altrión y precedida de un atrio lleno de primores y excelente mirador hacia la sierra y ermita de la Virgen del Río Manzano.

La calle bajera pasa rectilínea entre buenas casas, con geranios en los vanos, nogales y claveles blancos. De una torre árabe, recién restaurada, han desaparecido las lajas de la cubierta.

!Qué lástima no poder escuchar en la fuente el runruneo del agua en los cántaros! "Agosto nos secó las fuentes y Septiembre no se ha llevado aún los puentes de río Manzano, y hasta Valmayor está sediento".

Hay un rincón donde me paro y escribo unas notas en el bloc, es la fuente. Fuente construida en el año de 1838: "Se redificó por los vecinos/Siendo alcalde Pedro Martínez y Martínez/ El blando susurrar suabe y ligero/Del caño de esta fuente siempre cante/Cuanto puede el ingenio y pueblo entero/Que quiso unirse a trabajar constante/sediento llega, bebe y placentero/Tu sed ardiente apaga en un instante/Mas confiesa después agradecido/El bien que de este pueblo has recibido".

Nos refugiamos en la casa que veníamos a ver, que a partir de ahora será para el viajero Museo Etnográfico. La entrada está atropellada de trebejos de campo, pósito y bodega, en prieta y ordenada confusión.


Nos saluda Pepe, patriarca de esta tribu. Cobijado en su más amplio ámbito de artista universal, en él caben todas las ciencias y todas las artes. Hombre siempre de a pie, rara avis de la campechanería campestre y ciudadana, hubiera vivido a sus anchas en la era de los presocráticos, pensando, discutiendo e inventando en torno al mágico mundo de los cuatro elementos, tierra, aire, fuego y agua, a los que él les hubiera insuflado una inmaterial y omnipresente alma soriana.

Hemos intentado crear un ambiente, nos dice José para empezar un recorrido apasionante que va a durar hasta que se nos eche la hora de comer.

Ha puesto al servicio la valoración de los testimonios de nuestra cultura tradicional recogiendo materiales-testigo de una época amenazada por el progreso, valorando sus desvelos por rescatar y proteger los vestigios históricos de ese pasado reciente, sin los cuales no sería posible la transmisión a las generaciones futuras de nuestra cultura material.

Debiera hacer una catalogación en la que se consigne su nombre oficial y los nombres populares; lugar de origen, taller o autor, materia, peso, dimensiones, técnica de preparación, decoración, inscripciones, uso, vigencia, historia, último propietario, estado de conservación, limpieza, restauración, fecha y vía de ingreso -donación, cesión o compra-.

Basta echar un vistazo sobre el ancho mundo de la creación campesina y ganadera, refugiada en esta nueva arca de Noé, para que uno confunda pronto las lindes de los dominios del pastoreo, el transporte y la agricultura.

Las piezas recogidas son en su mayoría de madera, metal, cerámica, cuero y vidrio, herramientas para realizar trabajos de forja y herrería, maquinarias de relojes, herramientas de carpintería, de carrería, de guarnicionería, de alpargatería, de herrería y algún utillaje suelto de cordeleros. Hay alguna curiosa, para algunos quizás tan admirables como la rueca o la narria, por la misma razón que para la infancia urbana actual las gallinas o las ovejas son animales de zoo. Marcan el límite temporal o los caracteres distintivos de la cultura y de las tecnologías tradicionales.

Hace unos años, no muchos, comenzó Pepe a recoger materiales para que todo esto sea un libro abierto de la sabiduría de los antepasados.

La vista repasa los objetos y puede imaginarse las ilusiones pegados a esas maderas y herrajes. Pero cuando los ojos paran en el fuelle de la fragua o en el trillo que está ahí en primer término, ya no es cosa de echar a volar la fantasía. Las generaciones jóvenes nunca sabrán lo que podían gozar los niños montados en ese trillo de ruedas metálicas, entre las que aún quedan pajas, sucios de polvo y sudor, incansables en espolear a los cansinos animales de tiro.

Las faenas estrictamente agrícolas, antes y siempre, pueden terminar en la recolección, pero después llega la manipulación de los granos y frutas, es decir el trabajo de molinos, trujales, lagares y bodegas. Esos son lugares tradicionales de fiesta, de horas amables y regocijadas y hasta de aventuras galantes que salpican la literatura y la música.

"ESO ESTA AHI", repite a menudo, con más alegría que orgullo.

"MIRA TU QUE BELLEZA", y nos muestra ejemplos de rejería y otros trabajos, como veletas, elementos de cocina y balcones y hasta un badajo. También espera algún vehículo de transporte agrícola, como algún carro, antediluviano en comparación con los tractores y remolques que les empujaron al olvido.

"QUE SABIDURIA DE FUNDICION", salta luego ante una caldera de cobre martillado. En torno a ella se exponen embudos, filtros, cazos, sulfatadores, medidas, escardillos, taponadores, odres, botas de cuero y madera, tijeras, injertadores, sacacorchos primitivos y hasta los restos de la primitiva tubería que condujo la avanzada agua corriente al pueblo.


Si un museo etnográfico no está tenido con mucha limpieza, orden y rigor científico, se convierte rápidamente en un almacén de trastos que se estropean mucho más que las piedras, pinturas y metales, dada su índole más frágil.

Recuerdo haber oído a un mandamás de la cultura popular que la etnografía y la etnología eran propias de un pueblo sin historia. Por tanto, aquí no había lugar para tales distracciones. Hoy puede parecer pasmoso que hace tres décadas alguien profiriera tan zafio despropósito, pero aún lo es más pensarlo y admitirlo, porque para entonces éste no era un país que careciera precisamente de folkloristas y etnógrafos de fuste y prestigio, y además una sociedad sin historia, es decir sin cambios ni transformaciones, sería un ser muerto. Otra cuestión es, como precisaba Lévi-Strauss, que una determinada sociedad, una de las llamadas sociedades tradicionales, no sienta la necesidad de tener historia y dé más valor a la estabilidad mítica que a la conciencia del cambio.

Es difícil admitir que un museo, sea cual sea, es sólo un espacio en que se exponen a la contemplación las obras de la mano humana. Cuando se trata de uno etnográfico o etnológico, parece evidente que pocas piezas soportan la exhibición inerte y aislada. En la inmensa mayoría, su valor no es material ni estético, sino el que le da su uso en la vida cotidiana y artesanal de otros tiempos, vida que ha sido la de muchas personas vivas. Esos objetos, hechos casi siempre uno a uno, pero no a la buena de Dios, tenían su razón de ser en el grupo familiar, en las faenas domésticas, en las labores agrícolas o ganaderas, en manos de los menestrales y oficiales, cuya habilidad comenzaba -y aún comienza en algunos casos- por fabricarse sus propias herramientas. Por eso las salas quizás sean talleres, en los que los objetos encuentren su razón de ser y la explicación funcional de su manejo.

El viajero, que ha sido niño y de pueblo, observando este escondido museo ha recordado muchas historias e historietas y hasta leyendas, ha definido parte de su pasado, y propone que sea, libre ya de servidumbres, parcela comunal y era abierta al sol y escuela-museo, porque vivir no es sólo ir y volver, sino, sobre todo, dar vueltas.
Villamediana, marzo 1995 


Fotografías y texto del archivo de La Medusa Paca. Copyright ©

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