Recuerdos de la vida rural
Recuerdos de
la vida rural
“Con la llegada de la electricidad, hubo
en el pueblo sus más y sus menos y a la Macaria, la primera vez que le dio un
calambre, tuvo que asistirla don Lino, el médico de Pozal de la Culebra, de un
acceso de histerismo. Más tarde el Emiliano, que sabía un poco de electricidad,
se quedó de encargado de la compañía y lo primero que hizo fue fijar en los postes
unas placas de hojalata con una calavera y dos huesos cruzados para avisar del
peligro”. (Miguel Delibes, Viejas historias de
Castilla la Vieja)
Que me acuerdo,
cuando la plaga del hambre, y no es mi caso, golpeaba de vez en cuando a los de
siempre; cuando el temor al infierno estaba presente en recordatorio vivo;
cuando el lenguaje, la vida y costumbres, con vigencia hasta ayer mismo, eran
reproducción y copia de la heredada sin casi retoques, desde que la memoria se
pierde y que comprende cientos o quizá mil años. Así que las creencias, las
costumbres, gastronomía, pecados y virtudes se transmitían tal y como se
recibían. Nunca enmendadas. Y me acuerdo.
Las mismas
herramientas de trabajo para arar: el forcate, el ferrón de plantar viña, el
yunque bigornia, el fuelle barquín, la piedra excavada como pilón de aguas
ferruguinosas para forjar y templar el hierro, la azuela y el formón que labraban
brutas maderas. Los tenazones del carrero, los artilugios del carpintero de
cubas, las hoces y zoquetas para vencer la espiga, los carros y galeras en el
acarreo de la cosecha, los cuévanos de mimbre urdida que traían la uva y su
jabardillo de avispas, la sabiduría de criar vino, moler aceituna, confeccionar
guarniciones de caballerías de tiro o carga, hacer bastes. El cestero,
comunmente gitano, capazos, tratar la pólvora para cohetes, purgar la cera del
panal, laborarla en cirio, obrar chocolate y dulces, preparar la sosa caústica
y grasas para fabricar esas saludables pastillas de jabón, macerar el lino y el
cáñamo, trillar la espiga. El estañador y paragüero, el capador, el afilador,
el que vendía cribas, triguerillos y cedazos, el zapatero remendón, el
sacristán, volteador de campanas y preparador de catafalcos, el relojero a
domicilio, el anticuario engañador, los barberos de ajuste, los cómicos con sus
ajadas corbatas y sombreros, los húngaros y sus carromatos circenses, la
compañía de teatro en invierno, las comedias y los comediantes, el coplero
ciego, y su perro San Bernardo y su lazarillo, ofreciendo a unos céntimos el
pliego después de ser cantado.
La
segadora-atadora Mac Cormick, que acabó con los usos, costumbres y
comportamientos de la cuadrilla de segadores, los vendajes como polainas
militares, los sombreros de paja destejida, el “rancho” en común, la trilladora
Ajuria, el motor de explosión, el tractor Steyr, las parvas, la espera de un
pelo de aire, el aventado, la máquina de coser Alfa o Singer, el aparato de
radio, Telefunken, Philips, Orion, todas ellas con su voltímetro. La
cosechadora Aple por los años sesenta, la cooperativa y su tractor Barreiros
“guiado” por mi amigo Félix, las bodegas y su vino, el horno y la tahona y esa
sala de maternidad, generalmente el lecho nupcial, en el que se engendraba, se
nacía y se moría. Y el médico de pueblo, y el practicante en sus múltiples oficios
de comadrón, barbero y hasta sacamuelas.
Recuerdo que
después de los años 60, o un poco más tarde, sobreviene el desmoronamiento de
esta sociedad rural tradicional, la de siempre, que cae en vértigo y arrastra
hasta casi su extinción todo ese mundo de creencias, usos, costumbres, prácticas,
conductas, instrumentos y aperos con lo que casi se puede fechar, después de
lenta agonía, el día de su muerte y los brotes anunciadores de otra sociedad
todavía sin tomar cuerpo, forma ni consistencia. Todo se viene abajo y pasará
al recuerdo y al museo, y estuvo vivo, y yo lo conocí y perteneció a los míos y
a mí mismo.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
Roberto, qué grande eres.
ResponderEliminar¿Y por que no los recopilas y los publicas?
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