Por carreteras secundarias: uno de mis senderos otoñales
Por carreteras secundarias: uno de mis senderos otoñales
Cada año las uvas vienen a
tiempo, éste desde la primera quincena de octubre…y si vendimiar tiene su
encanto lo que más gracia hizo a los viajeros fue pasearse por los senderos
vínicos de La Rioja y contemplar como los tardíos “vendimiadores” raciman por las
viñas del imperio del Rioja. Así que, una vez que la vendimia, este año tan
tardía, acabó en La Rioja, los viajeros fueron para allá, en medio de noviembre,
al día siguiente de sentir la primera agua-nieve de la temporada.
Partimos desde Villamediana
de Iregua por la LR 255y al llegar a Logroño, tomamos la despejada carretera hacia
Laguardia por la A 124, uno de los preciosos pueblos de esta Rioja, aunque sea
alavesa y bien conocida de los viajeros. Laguardia es hermosa ya desde lejos. Allí
sobre el Ebro, y junto a un puente
romano, el de Mantible, construido en plena época imperial
romana, primera mitad del siglo II, nos detuvimos para contemplarlo desde el altozano de una viña cercana de
tempranillo y en esas estábamos cuando vimos a un vendimiador añoso, tintado
por todos los soles del otoño agarrado a una cesta y blandiendo unas tijeras,
se había olvidado del corquete. Había mucho barro, y contemplamos como el añoso
“agricultor”, al moverse, se hundía un poco más cada vez que rondaba alrededor de
aquellas cepas donde todavía quedaba suficiente cosecha de uva redonda, dura,
entre morada y granate, suficiente para llenar esa cesta de mimbre en menos que
canta un gallo.
Antes de partir, y en el
ribazo, tuvimos que desprendernos como pudimos del barro de las botas, ante la
risa del experimentado “agricultor”, y verlo entrar a su viejo coche, un Seat
1500 berlina, matrícula SE 127233 Renault como un campeón del racimaje, ese menester
bello y humilde que debió aprender de chico cuando racimaba cada año “para tener
postre”.
Rodeando la villa cimera y
vigilante, por el este seguimos hasta Samaniego, de donde seguramente el
fabulista-escritor alavés tomó el nombre que tan buenos ratos nos hace pasar
con la lectura de esas narraciones personificadas en animales que obran y
hablan como humanos. Pocas veces habíamos visto las vastas extensiones de
viñedo con colores tan vivos, tan esplendentes: el púrpura-granate-morado de
las viñas de tempranillo, y el amarillo-limón de las de viura, y algún que otro
color intermedio, que seguramente corresponde al mazuelo o a la uva blanca.
En Samaniego, contemplamos
la iglesia barroca, del XVI, recostada sobre el único torreón circular
que queda de la que fue avanzada de las fortificaciones de la plaza fuerte de
Laguardia, a la que el lugar pertenecía, frente a la frontera de la Sonsierra. Recorrimos
las calles solitarias de este pueblo de poco más de 300 habitantes, limpio y
reluciente. Una mujer vuelve del huerto con unas acelgas haciendo aspavientos
con el frío que hace. Nos asomamos a las puertas, entreabiertas, de algunas de
las nueve grandes bodegas que este pueblo tiene. Más tranquilos vemos el exterior del palacete
del XVIII, llamado Casa del Cura, convertido en hotel con encanto, mientras en
la casa consistorial luce un espléndido escudo del tiempo de Carlos V, que no
parece interesar a nadie.
Seguimos la ruta de
Samaniego y vamos, camino de Elciego, que conocemos bien, con Villabuena de
Álava, pueblo de parecida población que Samaniego, con bodegas de pequeños
viticultores y una inmensa, Luis Alegre.
Y, sin detenernos, llegamos hasta Baños de Ebro, que durante la edad media se llamó
Baños de Navarra, con
similar número de habitantes y similar número de bodegas. Y en torno a su
plaza, la iglesia de Nuestra Señora la Antigua barroca también.
El reino de los viñedos
circundantes nos pareció tan bello, que nos dimos una vuelta por los aledaños,
queriendo entrar luego en el pueblo, pero continuamos por un carretil que nos condujo
hasta llegar a San Vicente de la Sonsierra y allí quedamos guarecidos, ya en
terrenos de somontano, en la ladera de la sierra de Cantabria, cubierta ahora
de nubes de nieve, y donde seguramente estaba nevando. El paisaje nos fascinó
y, sin visitar el lugar, vamos subiendo, subiendo, despacio, hasta el mirador y
allí quedar extasiados ante el inmenso lago, mejor lagar,
púrpura-granate-morado-limón a nuestros pies, mientras a nuestras espaldas nieva,
en pleno otoño.
Fue una grandiosa ocasión.
Arriba hayas nevadas y grandes rocas, ahora blanquecinas, entre hayedos cada
vez más multicolores, mágicos. Y a nuestros pies el Ebro, vigilante, separador
o uncidor de mugas y amamantador fresco de la fertilidad de sus orillas. Y allí
los viajeros quedaron encantados, aunque ateridos de frío…Y atrás quedó el
dolmen de la hechicera, eso será otro sendero.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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