LUZ DE INVIERNO
LUZ DE INVIERNO
“Oh
luz congelada,
Alborada
del invierno,
fogonazo
gélido del mediodía,
apocado
gallardo,
quiquiriquí
del alba,
cresta
de plata para el gallear
al
pisar la tierra!
Eres
belleza de la sombra helada,
los
buenos días das
cuando
apunta ese que congela
todo
el rastrojal del horizonte.
Eso
eres y luz congelada. PRJP.
Recordaba
esta mañana en mi paseo, eso sí, bien tapado, unos versos de una poetisa
anónima, unos versos sueltos que descubrí en un suplemento literario de un
diario de color sepia: “Es como el alborozo, pero tiene otro nombre.”
Eso mismo he pensado de la luz en esta alborada del invierno, eso mismo: “Es
como la luz, pero tiene otro nombre.” Es verdad. La luz del invierno no
es, claro está, el quieto fogonazo del mediodía, ni el gallardo quiquiriquí del
alba, crestas de plata para el gallear al pisar la tierra. No. Es la belleza de
la sombra helada, los buenos días cuando apunta ese que congela todo el
rastrojal del horizonte. Es eso y es luz congelada.
El azul cobalto que pinta Dios cuando se pasa de la noche al día, mojando los finos pinceles de su concepción artística, es una luz derramada, una aguada, un largo y ancho brochazo de alba luminosa. Como si Dios se empeñara en pintar la albura allá arriba, para que no dejemos de verlo. Blancor al alba con cristalitos estrellados, con cellisca de constelaciones en estelas infinitas. Tiene luz el alba del amanecer invernal nevado, luz azul cobalto que en nada se parece al celeste ardiente del mediodía ni a ningún otro color que derive del azul; luz maciza, luz textil, o luz de cerámica. La noche invernal, derivando al alboreo, tiene una altísima luz caprichosa y duradera que es luz, aunque tenga otro nombre. Bajo esa luz cuántos mañanas de invierno he paseado, cuántas noches he guardado en el álbum de la inocencia esos mis sueños y primeros despertares con sus reveses que oscurecían esa luz. Cabe esa luz en la caja sin tapadera del arcón de mi casa, “cofre de luz sin tapadera, molde de mi infancia”, dije una vez; toca esa luz la tonsura albal del circo del Moncayo, tantas veces contemplado desde la casa riojana. Y hoy esa luz aparece en los oscuros caminos escoltados de chumberas que van del pueblo al campo que rodean los limoneros. Gran, enorme luz en las largas y bellas mañanas del paseo entre dos mares. “Es como la luz, pero tiene otro nombre.” Sí, porque no puedo llamarla solamente alborada a lo que no acababa de quitarse sus camisas de claridades perceptibles. No es luz solar, no, pero es la luminosidad de los amaneceres de mediados de enero. He paseado infinidad de veces por la soledad del campo y entre salinas, lejos de las últimas luces artificiales. He esperado a que mi pupila asumiera el grado de la mañana y, cuando he mirado al cielo, he visto ese milagro del blancor candor que, aunque no sea luz, merecería serlo. Con otro nombre, sí, pero que venga de la luz. Bajo ese azul se mueve mi memoria del invierno. Y ahí sigo, seducido por ella. Vale.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.
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