Las cigüeñas y San Blas
Debe uno confesar, soy de pueblo, que no me causado ninguna perplejidad constatar que las cigüeñas, a pesar de estar el día lluvioso y hasta nivoso, ya han tomado posesión de los campanarios de Castilla y de las torres de las iglesias de los pueblos no vaciados y, también, de los deshabitados. No han esperado a que pasaran unos días de San Blas como estaba establecido desde antiguo.
Febrero arrancó con la Candelaria, que es la fiesta de
la luz en el corazón del invierno, y San Blas, el santo popular y milagrero, al
que acompañan las airosas cigüeñas, que crotoran y danzan en su honor y a la
pata coja en las torres de las espadañas y por las llanuras de esa Castilla que
Miguel Delibes describió como seca, aburrida y monótona. Allí en Las Merindades
de Castilla y en el instituto Castella Vétula desempeñé durante unos años mi
docencia y mi función directiva. Y fue hablando con los lugareños cuando comencé
a apreciarla como un lugar de pasado glorioso, desbordante de historia,
convertido hoy en tierra de pueblos y ciudades tranquilas; un lugar donde vivir
dos veces, donde saborear cada plan y disfrutar del placer de un buen paseo.
San Blas, obispo y mártir armenio, es especialista en
los males de garganta, tan frecuentes en estos días de frío, en los que hacen
su agosto los laboratorios y las farmacias con remedios para los resfriados.
Cuenta la leyenda que iba San Blas, cuando la persecución de Diocleciano,
camino del patíbulo, acompañado de una multitud. Entre el gentío se abrió paso
una mujer que se le acercó con un hijo moribundo en brazos pidiéndole ayuda a
gritos. Al niño se le había clavado una espina en la garganta. El santo le
impuso las manos y el muchacho quedó curado. De ahí le viene a San Blas la fama
de especialista en garganta, fama que se mantiene entre el pueblo a través de
los siglos.
Los descreídos tachan de supersticiones las devociones
populares. El pueblo lleva razón siempre, hasta cuando se equivoca. Confieso
que San Blas no era santo de mi devoción, pero al enterarme que mi padre quiso
ponerme por nombre Blas, al nacer dos días antes del santo, es por eso por lo
que cambié de opinión y le tengo devoción. Vale.
Se
aposentó la cigüeña,
como
un garabato blanco,
en
la torre de mi iglesia
y
comenzó a volar
en
voladas elegantes
sobre
los pueblos vaciados,
caseríos
despoblados
y
alquerías sin ganados.
PRJP. N.º. 20. En un día lluvioso y medio
nivoso.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.
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