TIEMPO DE SIEGA
TIEMPO DE SIEGA
Nací en un pueblo, Grávalos (La Rioja, 1946) y soy
de pueblo. Conocí la siega a mano, con hoz y guadaña, de gardachas-segadoras y máquinas
segadoras arrastradas por tractor. Conocí, mientras otros padecían, la era y su
sol de justicia, la trilla con burros, mulos y trilladoras Ajuria. Vi como el
rastrojo hacía sangrar los brazos del segador, aun protegidos por manguitos.
Ayudé a amontonar, en fascales, los haces segados. Oí, entre sueños, tomarse la
primera copa de anís, generalmente Las Cadenas, acompañada de una magdalena al
mismo tiempo que los segadores partían hacia el tajo. Los vi, con envidia,
almorzar y taquear a media mañana. Me impresionó comprobar como arropaban la
bebida en esas botijas, sobradas de agua, introduciéndolas a la sombra del
fascal para que estuviese fresca y bebible de sol a sol. Conviví con ellos a la
fresca del anochecer, junto a la casa, la cuadra y el gallinero metido en ella
y el granero repleto de simiente para la próxima siembra. Pobreza.
Eran los años cincuenta y sesenta, de desarrollo
económico en precario, sustentado en los pilares de la agricultura y la
ganadería, con una fisonomía rural peculiar, cuya incipiente calidad de vida
ahora envidio.
Segar siempre fue motivo de algarabía al recoger el
esfuerzo labrado, pero dice la Real Academia Española que segar es también
cortar e interrumpir algo de forma violenta. Me gustan ambos sentidos, el
primero por benigno y el segundo por hiriente.
La Medusa Paca hoy, es tiempo de ello, es tiempo de
junio, son tiempos de siega, desea desempolvar la pluma, junto la hoz y la
guadaña porque se inicia y es tiempo de siega.
Recuerdo el comienzo de la siega cuando los trigos estaban secos, más o
menos por los días cercanos a San Juan.
Recuerdo, impresionado, esa cosa de madera, como a modo de guante pequeño y
previsor, llamada zoqueta, que era una, siempre colocada en la mano izquierda y
que, metiendo los tres dedos más pequeños y dejando fuera el dedo pulgar y el índice,
servía para poder coger la manada de espigas cortada con la hoz. Recuerdo iba
adornada con un agujero redondo en la
punta, como si fuese un respiradero, y se ataba a la muñeca con una cuerda o un
trozo de hiladillo.
Recuerdo,
precavido y temeroso, ese instrumento curvado con corte afilado, reluciente y
mango de madera llamado hoz, y útil para
segar las espigas.
Recuerdo ver hacer los vencejos con paja de centeno guardada el año
anterior, juntarlos para atarlos con un nudo por debajo de la espiga, cogerlos en
manojos pequeños y dejarlos apartados para que luego sirviesen para atar las
gavillas y hacer los haces.
Recuerdo ver marchar a segar a toda la familia: lo mismo iban los hombres
que los chicos, y también las mujeres, llevarse la comida al campo y comer en
el tajo.
Recuerdo haberlos visto partir muy pronto, al alba, andando o en
caballerías. Descansar muy poco. Comer de prisa, sestear a cabezadas y vuelta a
empezar. Merendar lo que había, si lo había, y vuelta a casa. Tomar la fresca,
charlar, cenar y a descansar para volver a salir de nuevo a las cinco o las
seis de la mañana. He visto volver a los segadores cantando y otros rezando,
bueno..., jurando quiero decir.
Recuerdo haber visto a las cuadrillas partir y volver andando, el que no
tenía caballería, y con la alforja al hombro. Haber comprobado como las
alforjas transportaban la comida y una bota o garrafa de vino, o una botija de
agua. La botija, todavía hay una por casa, es ese cantarito pequeño, fresco y
sudoroso, con boca estrecha y asa, y
productor de agua fresca deliciosa.
Recuerdo que, mientras se segaba, no se guardaban los domingos, ni otros
días de guardar. Sólo se guardaba el 18 de julio; Santiago, patrón de España y la
Virgen de agosto. Dicen que segaban los domingos para acabar antes, pues si llegaba
algún nublado les dejaba sin cosecha; por eso había que recogerlo cuanto antes.
Y recuerdo, cuando el nublado amenazaba, correr a resguardamos a los corrales de las ovejas y permanecer
allí hasta que escampaba. Recuerdo rezar a Santa Bárbara, y oír jurar a los hombres,
y las mujeres regañar.
También recuerdo que, acabada la siega, se empezaba a acarrear y traer los
haces a la era en carros, galeras y remolques para comenzar la trilla, pero de
esto les contaré otro día.
Texto de La Medusa Paca y fotografías del archivo de Vegaldavia. Copyright
©
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