La noche de San Juan: símbolos, ritos y fantasías. 3ª y última parte
La noche de San Juan: símbolos, ritos y fantasías. 3ª y última parte
“A las 12 de la noche me han venido a
reclamar
tunda la tunda la tunda en la noche de
San Juan
Me han sacado de la cama sin tiempo a
considerar
tunda la tunda la tunda en la noche de
San Juan
En la noche de las brujas, nochecica de
San Juan
cuando salen los mochuelos y vigila el
gavilán
Un ramico de tomillo hemos puesto en el
zaguán
tunda la tunda la tunda en la noche de
San Juan
El que quiera beber vino ya conoce la
señal
tunda la tunda la tunda en la noche de
San Juan
Dejaré la puerta abierta y el pestillo sin pasar
Dejaré la puerta abierta y el pestillo sin pasar
Y una luz en la bodega "pá"
los que van ciegos ya”. (La Bullonera)
Amanece, el sol ya significa mucho, y, cuando el
suave olor de las flores del incipiente verano comienza a despertar, paseo y me
encuentro que, todavía no desaparecido, el riguroso y húmedo invierno ha
reverdecido praderas, oteros, carrascales y vaguadas. Sé, lo he vivido, soy
rural y hasta un poco rústico, que el verde homogéneo que en estos sanjuanes
percibo es algo más que una ilusión óptica. Infinitos cromatismos que van del
verdemar de la jara al azul translúcido de los tomillares lo conforman en
inestables arco iris de clorofilas diferentes. En esas espesuras movedizas
palpitan miles de quintaesencias curativas, creencias, purgas y supersticiones
ancestrales, condimentos históricos, filtros afrodisíacos, principios tóxicos
y, en suma, todo un concierto vegetal de olores, colores y leyendas capaz de
incentivar al sedentario y hacerle salir al monte.
Y hasta siendo muy, muy niño, créanlo, empecé
recolectando manzanilla. Benéfica y eficaz camomila de las vaguadas frescas
de “Peña Herrera y de Ongañón”. ¡Cuántas
veces, en mañanas sanjuaneras, salí al campo en hora temprana a recoger sus
dorados botoncitos y esas brazadas de romero, tomillo o espliego, allí en “la
Vacariza”, para, distribuidas por jarras o potes, constituir ese ambientador
inmejorable para mi casa labriega! ¡En cuantas ocasiones tuve que acudir a la
llamada de los aromas que por la ventanilla se colaban y frenar en la cuneta
del camino que conduce hacia la Costeruela, Fonsorda, la Calera,
Pedruguera, las Peladas, los Rubios, Pezuelas o Tirado del Canto, para echar
al maletero odorantes genuinos y gratuitos!
Y, al despertar el día, “tunda
la tunda la tunda en la noche de San Juan”, darme de bruces con, enramadas, hierbas,
plantas, agua, refranes, oraciones y mozocitas con el cántaro de leche a la
cadera; elementos esenciales para entender y entroncar esa mi celebración de
San Juan con aquellas festividades paganas del mundo clásico, llamadas Palilia
romanas.
Hoy en esta última y tercera entrega La Medusa,
inspirada en sus paseos mañaneros, desea detenerse en lo que representaron, simbólicamente,
las plantas, como imágenes de la vida, expresión manifiesta del cosmos,
aparición primera de las formas, siendo y ostentación del misterio de la muerte
y la resurrección en su ciclo anual. Las plantas y flores en general siempre
fueron símbolos de la fugacidad de las cosas, de la primavera y de la belleza y
entendí que su color siempre modificó su significación relacional: las flores
rojas con la vida animal, la sangre y la pasión. La flor azul simbolizando lo
imposible, la blanca la pureza y la lila, morada y negra a la muerte. Y el
árbol, ¡ay el árbol!, representó y todavía representa a la vida del cosmos, su
densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración y, como vida
inagotable, equivale a inmortalidad. Algunos pueblos aún eligen como símbolo un
árbol determinado al existir cierta asociación, como en la mitología, entre árboles
y dioses.
Y, andando por campos, cultivados o
no, bordes de caminos y senderos, lindes de bosque, el bosque mismo, barrancos,
hoces y riscos, parajes montaraces e inaccesibles, rocas aparentemente áridas y
cauces secos de torrenteras, me hicieron comprender el ecosistema predilecto de
las plantas, flores, hierbas y árboles para las enramadas de San Juan como base cultual.
Una
de las costumbres del día de San Juan siempre fue poner un gran árbol adornado
en lugar público, o colocar enramadas con un carácter generalmente amoroso: el
galán colocaba su ofrenda floral delante de la casa de la mujer querida. La
significación de esta costumbre fue y es variada: se enramaban las casas para
preservarlas de daños o para alejar la mala suerte. Se bendecían las hierbas
como defensa de las tormentas. Se engalanaban los balcones y puertas de las
mozas como prueba de amor y virtud profiláctica mostrando ese carácter amoroso
y poético, consecuencia de su carácter mágico. Se recogían hierbas y flores en
la creencia de que eran útiles para disfrutar de efectos amorosos. Además las
brujas las emplearon en sus hechizos o para contrarrestar a los propios
hechizos.
¡Por favor, salgan al campo en mañana sanjuanera,
recojan, no acumulen, herbarios florecidos, propios de la noche de San Juan y
disfrútenlos en la verbena, esa que recibe su nombre al venderse sus plantas en
sus propias romerías verbeneras! Aquí las tienen casi todas, por lo menos las
que recogí y disfruté.
La verbena: Las referencias literarias de esta planta son
bastantes abundantes. Al hecho de recorrer los campos la noche de San Juan se
le llama “coger la verbena”, de ahí puede venir el significado de “verbena” como fiesta nocturna con música. Y
siempre apoyada en La melisa: Que, de ordinario, se utilizó para
disipar las ideas melancólicas y más en esta noche y, ¡por favor!, hagan acopio
de hojas y semillas de eucalipto, cuyo sahumerio les aliviará las
vías respiratorias cuando llegue noviembre.
Sepa usted, amigo lector que no es difícil, en
cualquier latitud, dar con ese laurel de doble uso de aromatizante culinario e infusión
diurética. Antaño se le tuvo por erógeno; pero lo cierto es que siempre cundió más
en la salsa del estofado que en la cabeza de Apolo. La hierbabuena goza de igual fama.
Es muy abundante. ¡Hágase con ella, a la par, un buen té moruno en vaso y
algunas ilusiones!
La camomila o manzanilla, siempre
se recolectó como benéfica y eficaz tisana para alejar toda
suerte de disturbios digestivos, al mismo tiempo que, preparando su banquete
culinario, se ambientaba con ese romero, tomillo o espliego, perfumadores inmejorables, que, respetando su
lagrimal, resultaban exquisitos como aderezo de asados y gigotes de ese cordero
lechal sanjuanero.
Y el trébol, ¡ay el
trébol!, hechizo de cuatro hojas para acarrear la suerte. Y el helecho, ese que florece la noche o la
mañana de San Juan, cuando las brujas salen, acampan y lo recogen para sus
hechizos. Y no olvidarse de la albahaca, valeriana
y la ruda, siempre con aureolas mágicas. La albahaca y la valeriana aromáticas
amorosas, así aparecen en la literatura, y preservadoras de brujas. La
valeriana con esenciales propiedades mágicas para conciliar voluntades y
estrechar relaciones entre los amantes. Y, ¡fricciónense!, si pueden, con la
flor del sauco, margaritas
y esas hojas de sauces de río de
altura. ¡Háganlo antes de que salga el sol, sirven para curarlo todo!
Terminado el paseo y la mañana, retírense a disfrutar
del frescor de la bodega, entreguen, al mismo tiempo que disfrutan de esa leche
frita preparada con primor, las plantas recogidas a la chica querida para que
las macere en agua, al sereno de la noche, y lave su cara o la utilice como
instrumento adivinatorio al día siguiente. Y,
si cae a mano, llamen a un clérigo, pídanle su bendición o, si no lo
encuentran, agárrense al carácter supersticioso de esta su recolección y es que
todas, se dice, florecen y fructifican en noche tan señalada.
Ah, se me olvidaba: nunca se les
ocurra recoger en zona selvática lo que parece perejil silvestre: puede ser
cicuta.
Texto
y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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