Junio es la rana común croando y el grillo estridulando
Junio es la rana común
croando y el grillo estridulando
“¿Único
pájaro? ¿Vibra ya el alba hacia un nido?
Sobre un exánime resto de noche y zozobra
tiende a un preludio de coro imposible un silbido.
Atención, escuchad, el alba es una obra”. (Jorge Guillén)
Sobre un exánime resto de noche y zozobra
tiende a un preludio de coro imposible un silbido.
Atención, escuchad, el alba es una obra”. (Jorge Guillén)
Escribo a la hora previa al amanecer, todavía en la
oscuridad, las aves se entregan a un ritual, protocolo sonoro que repiten cada
mañana de final de primavera. Una a una, de manera pausada, las diferentes
especies del entorno de mi jardín lanzan las primeras estrofas del día, en un
orden que parece preestablecido. Sus cantos, brillantes y limpios, destacan
sobre la silenciosa y fría atmósfera del principio mañanero. Son el coro del
alba.
En este amanecer de junio en las faldas de Monte
Laturce el primero en romper el silencio es un chochín, pájaro de poco gramaje
al que le sobra potencia para lanzar una canción acelerada y vibrante, audible
a cientos de metros de distancia. Después, el siguiente solista es el
petirrojo. Empieza con esos chirridos característicos, los señuelos, que dan
paso al canto, mucho más elaborado, pero emitido con una voz que parece triste
y lastimera.
Un mirlo negro con pico amarillo vuela y se recorta
contra un cielo que ya empieza a clarear, cantando, sea en el tono que sea sin
cesar mientras se posa en la rama tierna del peral. A un poco más de distancia,
entre las espesas marañas de viñedos que envuelven La Unión de los Tres
Ejercitos, un ruiseñor sigue con sus trinos. En realidad no ha parado de cantar
en toda la noche, ni lo hará en todas las horas del día.
Despunta el día por donde solía y en la atmósfera de
mi jardín, recién aseado, se extienden las notas potentes y aterciopeladas de
una cardelina, con intervalos precisos y afinación armónica. Musicalmente
hablando, la voz de la carduelis carduelis es la que más se parece a la de los cantantes
humanos. A las escalas del fringílido le siguen las notas claras y vibrantes de
ese zorzal común posado sobre la parra.
Hechas todas las presentaciones, amaneció al fin el
día, y los rayos inclinados del sol penetran bajo el enramado del peral al que
abraza la escalinata de la casa. Todas las aves, los pajaritos de mis nietos, a
los que el yayo trata de distraer contándoles que son ellos los que le cuentan
sus buenas y malas cosas, cantan a la vez. Ahora sí, a coro. Y…
No deja de llover y mucha gente ya empieza a
cansarse. Pero, a pesar de todo, ¡gran noticia el hartazgo de agua en un país
sediento! La medusa no se cansa de ver y oír llover y siente la necesidad, ante
tanta lluvia, de recordar en palabras todo lo que ha podido significar tanta
lluvia, tanta agua, tanto chipichipi que hemos aguantado como auténtico
calabobos y para ello, lo siento no siendo original, me he traslado a mi
biblioteca ya ordenada, he tomado entre mis manos a María Moliner, bueno a
su Diccionario de uso del español, lo he abierto por la palabra “llover” y
me he encontrado con que hay muchas palabras para llamar a las cosas
importantes. Cincuenta, exactamente, en el caso de la lluvia
Aguacero,
aguanieve, aguarrada, aguas, andalocio, andalogio, argavieso, calabobos, cellisca,
cernidillo, chaparrada, chaparrón, chapetón, chirapa, chipichipi, chispa,
chubasco, cilampa, cortina de agua, diluvio, garúa, gota fría, llovizna, lluvia
meona, lluvia, marea, matapolvo, mollina, mollizna, nubada, nubarrada, nube,
oraje, orvallo, racha, ráfaga, remolino, rocío, rugiada, sirimiri, tempestad,
temporal, tormenta, torva, tromba, turbión, turbonada, cuatrogotas, manga de
agua, sábana de agua.
Y…con tanta lluvia me he
dado cuenta que, a unos días de comenzar el verano, ha vuelto a llover. A llover
sobre mojado. A la hora de terminar es la medianoche del viernes al sábado y
llueve intensamente al otro lado del cristal. En los últimos días no ha parado
de llover, a cántaros. Ha llovido sobre el agua, justo a tiempo para refrescar
la llegada del verano y para que las ranas no dejen de croar. Ha llovido sobre
los charcos encharcados.
Ha llovido como dicen que lo
hacía antes y el agua ha vuelto hacer manar las fuentes. Llueve sobre las
praderas, las acequias, los arroyos y los ríos. Es tanta la lluvia que el agua
engorda y se despeña ladera abajo por cascadas y colas de caballo. El agua se
filtra por la roca y llueve incluso bajo tierra, dentro de las cuevas. Llueve
bajo las copas de los árboles. Es casi un milagro. A la primavera apenas le
quedan unos días, el verano ya está ahí, y los zorzales todavía se recrean
cantando bajo la lluvia. A ratos se abren claros entre las nubes: el arco iris
no suena, lo hace por él el campo.
Y, al acostarme, a estas alturas de la madrugada de
primero de junio sueño en el ayer, cuando dicen que llovía en tromba, en recuas
de caballerías andando por el camino de las huertas de “Fonsorda” y
“Fonpodrida” cargadas de serones de ciemo. Es la hora de los hortelanos. Baja
crecido y cantarín el barranco por “el tapiado” entre los chopos y las
mimbreras. Cantan las torcaces en celo. Y las huertas ya están plantadas de coles,
tomateras, pimientas, lechugino y cebollino. Son los preámbulos amables de la
cosecha y para que la rana común siga croando.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply